Con esa argumentación sientan las premisas para caracterizar la situación del proceso chileno. Con el gobierno de la Unidad Popular, el control del Estado es compartido. Si bien el poder ejecutivo posee cierta libertad de acción, por las características históricas del Estado chileno, los partidos obreros no poseen poder hegemónico, sino que solo un control parcial del Estado. No se ha producido una transformación del carácter de clase del Estado. Ese control parcial del Estado logrado por la UP, sumado a la correlación de fuerzas existentes, es incompatible con la realización de un programa socialista. Por tanto, no se ha producido la ruptura que señalaría la transición al socialismo. El proceso ha recorrido todavía no más que los primeros estadios de la fase democrático-popular, sin garantías de irreversibilidad. Se está recién en un “período de transición hacia la transición” (Moulian y Wormald, 1971: 126).
Se cuidan, no obstante, de indicar que, aunque el proceso no sea socialista, el programa contiene un conjunto de importantes medidas socialistas y que el poder obtenido provee la capacidad suficiente para realizar transformaciones en la “formación social” chilena.
Esa conclusión es muy significativa en el debate político del momento. Se suma a las narrativas circulantes durante esos años que apoyaban a las posturas allendistas y de un sector de la izquierda que luchaba contra los intentos de acelerar el proceso de cambios. Los que defendían la postura de radicalización, de avanzar sin transar, percibían la realidad desde dentro de un marco interpretativo que los convencía de contar con las condiciones para hacerlo: se sentían como los bolcheviques controlando el Estado ruso, en 1917, o como el Che Guevara, Camilo Cienfuegos y Fidel Castro, en 1959, luego de la derrota de Batista. Esta contribución textual de Moulian y Wormald será, sin embargo, solo otra voz en la cacofonía interpretativa reinante en esos momentos. Es, además, un texto abstracto, de forma muy académica, y la argumentación, pese a su precisión lógica, se ve oscurecida por la densidad de la construcción académica. En años siguientes, a sus trabajos más académicos, Moulian, en la exposición de sus ideas, agregará versiones alivianadas para difusión más amplia, y reiterará sus planteamientos en múltiples versiones o traducciones. En este período, en cambio, eso no ocurre. Su actividad intelectual no logra tal canalización.
Aunque no tienen lugar destacado en el argumento, hay dos afirmaciones que aparecen y que en obras posteriores se expandirán. Una es sobre un rasgo que cruza medio siglo: el debilitamiento de la hegemonía burguesa desde 1920; la otra, sobre el período de Allende: la incapacidad de la Unidad Popular, ya constatada a fines de 1971, cuando los autores escriben, para movilizar al conjunto de las clases populares; la DC congrega un sector de ellas, atraídas por motivaciones diversas o repelidas por la UP.
Este texto provee una caracterización teórica de la situación. Sobre esa base, cuestiona otras interpretaciones como inadecuadas, como ilusorias. Busca una “lectura real” usando el instrumento de la teoría (Moulian y Wormald, 1971: 99). Fuera de esa mejor lectura, en las conclusiones no provee otras orientaciones para la acción que vayan más allá de la afirmación ostensiblemente vaga de que “el avance del proceso chileno requiere, por lo tanto, el desarrollo creciente del poder obrero en sus múltiples formas y dimensiones”, de acuerdo con las posibilidades de la correlación global de fuerzas, y de que tales formas de poder deben “prefigurar las relaciones sociales socialistas” (Moulian y Wormald, 1971: 129). Lo que ello signifique, fuera de mostrar que los autores están alineados con el imaginario político prevaleciente en la izquierda, no es especificado.
La trayectoria que lleva a la “totalización de la crisis” de 1973
El primer texto de análisis político que ya no es meramente para difundir las ideas del partido y que muestra solidez reflexiva y académica es “Lucha política y clases sociales en 1970-1973” (Moulian, 1975a [1973]). Lo escribe inmediatamente después del golpe, entre octubre y noviembre de 1973, y es un primer esfuerzo, todavía sobre caliente, por dar cuenta de lo ocurrido y explicar el fracaso del gobierno de la Unidad Popular. No obstante, la publicación original recién pudo hacerla en 1975 y obligadamente tuvo una circulación restringida, dada la censura política existente en la época. En él ya comienza a combinar análisis de clases y actores políticos con examen histórico de los procesos. Las ideas de este texto reemergerán una y otra vez, con mayor desarrollo y especificidad, en obras de los años siguientes, en especial en los trabajos en coautoría con Manuel Antonio Garretón. Además, lo incluirá como capítulo de su destacada y difundida obra Democracia y socialismo, de 1983.
Es un esfuerzo por explicar lo que pasó en el período 1970-1973, a través del análisis de la lucha de clases. Para ello se remonta a la crisis de lo que llama el Estado oligárquico –la configuración sociopolítica que imperaba hasta principios del siglo XX–. Desde alrededor de 1930 se abre paso una nueva fase en la configuración del Estado. La burguesía se ve obligada a una política de alianzas y deja de tener, a nivel político, una dominación absoluta. La riqueza del salitre había generado en décadas previas una creciente importancia del Estado, que se apropiaba por la vía de impuestos de una parte del excedente. Esto proveerá al Estado de una fuerza propia, con capacidad de intervención en la economía. El propio aparato administrativo del Estado se convierte además en una capa social influyente. La minería del salitre también contribuirá al desarrollo cuantitativo del proletariado y en torno suyo se constituirán organizaciones de clase con fuerza suficiente como para presionar al Estado.
Todo ello lleva a que, con el gobierno del Frente Popular, en 1938, se constituya un capitalismo de Estado, que fomenta una industrialización sustitutiva de importaciones en reemplazo del modelo primario exportador del Estado oligárquico. Al mismo tiempo, en la medida que articula intereses de las clases obreras y medias, este Estado canaliza institucionalmente su participación, democratizando el sistema político, e interviene para mejorar su bienestar social, un componente destacado de lo cual es el mayor acceso a la educación, que contribuirá al desarrollo de un vasto sector medio. Este Estado, que combina desarrollo capitalista y democratización, sustentado en una alianza de clases, logrará una significativa estabilidad que se prolonga hasta fines de los años 1960. Es el Estado de compromiso47. Esta será una entidad que en obras posteriores de Moulian alcanzará un rol central.
Los sectores medios tendrán su representación política primero en el Partido Radical, partido pragmático, cuyos integrantes poseen intereses que mantienen cruces diversos con los de la burguesía. Este partido oscilará entre alianzas con la derecha y con la izquierda.
La Unidad Popular conquista el gobierno de este Estado, que mantiene su carácter. Lo que llegara a poder hacer para alcanzar un control efectivo del Estado dependía de una adecuada dirección del proceso, dice Moulian (1975 [1973]: 26, 27), que cuide los efectos de clase. Pero, según él, “durante la UP nunca se resolvió el problema de la dirección” (29). Este problema, que termina haciéndose crítico, se expresa en (1) una dualidad de líneas estratégicas y (2) en la incapacidad de cada una de ellas de imponer su hegemonía.
Las dos líneas son las que ya había indicado antes Moulian en su texto de 1971 en el Ceren. Una que sostiene el período de gobierno como de tránsito institucional, con un copamiento progresivo del aparato estatal. Asume que se está en una “etapa democrático nacional”. Su principal promotor inicial es el Partido Comunista. Según su análisis, Moulian dice que esta es una línea que no logró una adecuada consistencia en sus planteamientos, que fue “incapaz de demostrarse a sí misma su propia naturaleza” (Moulian, 1975 [1973]: 35). Es decir, que no logró un relato convincente que articulara bien los elementos de la situación. La segunda línea promueve la ruptura del Estado burgués y asume el carácter socialista de la etapa. Se trataría entonces de constituir “poder popular”: un relato simplista y maniqueo, pero atractivo. Según Moulian, estos planteamientos no reconocían