Para superar esa conciencia empiricista se requiere una acción externa que oriente esa praxis, que transforme esa conciencia. Así, “en Qué hacer, la ciencia es un requisito constituyente de la praxis revolucionaria”. Y este conocimiento científico requiere ser importado, llevado a la clase obrera (Moulian, 1978b: 242). Tal rol lo juega la vanguardia, depositaria de la ciencia marxista, que ella interpreta. Se trata de un conocimiento externo a la propia clase51. La política, de tal modo, ya no es mero reflejo de la estructura, sino que un efectivo campo de acción histórica, pero donde los principios de sentido y orientación vienen desde fuera de la acción histórica de las clases. Vienen desde la construcción teórica marxista, interpretada por el partido.
Con esto, el enfoque leninista es notoriamente opuesto al de Gramsci. “Para Lenin la formación de la voluntad colectiva se hace mediante la difusión de la ciencia: el proceso educativo consiste en vaciar la ideología para introducir la verdad, el conocimiento [marxista]. En [Gramsci] se trata de recoger una acción histórica que tiene ya una dirección, haciéndola llegar hasta donde ella quiere ir sin saber: el proceso educativo es una catarsis, una purificación, donde la acción histórica no cambia su sentido a través del conocimiento de una verdad externa, sino que descubre un sentido interior y previo”. De tal modo, sigue Moulian, “al faltar [en la obra de Lenin] una teoría de la cultura, la concepción de la política revolucionaria se ‘estatiza’. Todo en ella se juega a la conquista previa del poder estatal, a la destrucción del poder enemigo encarnado en aparatos cosificados de dominación. La política se hace fuerza, más que permanente crítica y construcción (reconstrucción) de la sociedad” (Moulian, 1978b: 245, 246).
Esa oposición tajante entre la conciencia espontánea, prisionera de la cultura burguesa que tiene la clase trabajadora, y la conciencia lúcida del partido tiene consecuencias decisivas para la concepción de la “política revolucionaria”. Servirá de base y justificación para el estalinismo y el control burocrático de los socialismos reales, y llevará a sustituir la experiencia histórica de los sectores sociales populares de otros lugares del mundo por una interpretación maqueteada por modelos teóricos generados en un contexto y momento histórico particular.
Moulian ve un avance entre el Lenin determinista de 1894 y el de 1902, que le reconoce autonomía a la praxis y visualiza la importancia de los factores culturales e ideológicos. Sin embargo, Lenin no va más allá de ese reconocimiento; no alcanza a hacer una elaboración teórica al respecto. Ese avance queda inconcluso. Podría decirse que el paso siguiente en tal dirección lo dará Gramsci. Pero el marxismo que llega a América Latina hasta la década de 1960 será el de Lenin, el Lenin de 1894 o 1902, no el marxismo de Gramsci.
En “Cuestiones de teoría política marxista: una crítica de Lenin”, de 1980, que reaparece en su libro Democracia y socialismo, de 1983, Moulian hace una crítica radical a la forma de uso del pensamiento marxista y leninista. Es una crítica general al congelamiento de las ideas de Lenin, Marx y Engels, convertidos en un “corpus ya establecido de conocimiento”, entendido como ciencia marxista, que es gestionado autoritariamente. Es un conocimiento frente al cual ninguna prueba lógica o confrontación histórica parece capaz de refutar, y cuyo cuestionamiento suele ser calificado como “desviación”. Se plantea la concepción materialista de la historia como una tesis científicamente comprobada. Moulian califica esto como “idolatría de la ciencia” (Moulian, 1980b: 184, 198, 199)52.
Además de fosilizado, es un pensamiento endogámico, que rechaza la incorporación de conocimientos procedentes de otras tradiciones. Se niega, así, a recibir el aporte de las ciencias sociales. Aislado y convencido de su superioridad, se sostiene en una “hermenéutica exegética” de los textos clásicos de los tres padres fundadores, que se hace en reemplazo de la investigación sobre la historia concreta y los procesos sociales efectivos. Esta ortodoxia marxista-leninista se constituye ya desde 1924-1926, “al ritmo de los procesos de centralización del poder”. Para Stalin, la lucha por imponer su interpretación de Lenin constituye un componente de su estrategia de poder. El leninismo es una narrativa que usa para legitimar su política. Luego será el gran relato de los gobiernos socialistas para justificar gobiernos autoritarios que suprimen la disidencia y anulan toda forma democrática de participación.
Moulian cuestiona “esa forma sacralizada de la hermenéutica que ha primado en el marxismo como vía de construcción de teoría. Debemos renunciar –dice– a la exégesis, tanto a la de Lenin como a la de Gramsci”. La teoría debe ser realizada no como un saber establecido sino como una crítica. “Nuestras lecturas deben ser irreverentes” (Moulian, 1983a [1980]: 190).
En “Por un marxismo secularizado”, de 1981, Moulian insiste en su análisis de la dogmatización del marxismo, que lleva a propugnar la existencia de un único marxismo, contenedor de una especie de saber total, con una filosofía general, contraria a la variedad competitiva de ideas que existía hasta el tiempo de Lenin. Esta dogmatización del marxismo se produce en asociación con la constitución de los socialismos históricos, los cuales se valen de esta sistematización ortodoxa para su propia legitimación y para combatir otras formas de pensamiento. Es una teoría convertida en razón de Estado (Moulian, 1981b: 567). Con esto, dice Moulian, Marx, un intelectual crítico, develador, pleno de historicidad, es convertido en el dios de una especie de “religión científica”, frente a la cual se exige fidelidad, condenando los cuestionamientos internos como “desviaciones”. Frente a ese fundamentalismo, es necesario “secularizar el marxismo”. Un marxismo abierto al diálogo, capaz de analizarse a sí mismo, es necesario para avanzar en la lucha por la hegemonía cultural y es necesario para acceder a un socialismo democrático (Moulian, 1981b: 571).
Crítica al relato sociopolítico de la izquierda
Lo que en el texto de Moulian de 1975 era una crítica a la conducción y discurso de la izquierda bajo el gobierno de la Unidad Popular, y que se continúa en los textos escritos en colaboración con Manuel Antonio Garretón, a principios de los años 1980 se ha expandido a una crítica sistemática al pensamiento de la izquierda. Por una parte, Moulian lleva a cabo el cuestionamiento teórico al pensamiento marxista leninista, tal como se lo asume en el país, y, por otra, en relación con ello, profundiza históricamente en el pensamiento de la izquierda. Revisa históricamente las narrativas a las que han adherido los partidos de izquierda en el país, desde los tiempos de Recabarren y desde la fundación del Partido Comunista, en 1922, hasta la actualidad. Esto se ve expresado especialmente en trabajos de los años 1982 y 1983, años en los que se produce una coyuntura crítica en la organización política de la izquierda, que se encuentra fragmentada y enfrentada a una dictadura que se ha consolidado. Estos textos de Moulian directa o indirectamente contribuyen a interpretar esta situación.
El texto “Evolución histórica de la izquierda chilena: la influencia del marxismo” (Moulian, 1982d) tiene como tema central “la naturaleza de los sistemas teóricos en uso por parte de la izquierda: el análisis de su estructura conceptual, su relación con los militantes, su relación con la cultura popular”. Ello en la perspectiva de la construcción de hegemonía (Moulian, 1983a [1982d]: 72). El texto fue presentado, en 1983, en un Seminario de Clacso, realizado en Punta de Tralca, publicado en un libro editado por Norbert Lechner, que recoge los trabajos de ese seminario, e incluido en el libro de Moulian Democracia y socialismo (1983a).
Aun sin declararlo en esos términos, lo que procuraba hacer era un análisis pragmático del discurso de la izquierda y sus efectos sobre la interpretación de realidad en los integrantes de los partidos. En tal sentido indaga aquí en la teoría marxista en cuanto “teoría en uso” en conexión con el aparato partidario.
Para orientar su acción, desde la fundación de los partidos de la izquierda chilena el marxismo fue el principal sistema teórico utilizado. Esto, según Moulian, contrastaría con otros países de América Latina, como Argentina y Perú, donde, al menos en los casos