Oscar Wilde y yo . Oscar Wilde. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Oscar Wilde
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789506419943
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usted por instigación de él reproduce en su libro, página 406, en la que le decía “que yo le había dejado sin un céntimo en Nápoles”— tenía 200 libras de mi dinero en su bolsillo, hecho perfectamente conocido por Ross, que vivía en el mismo cuarto que More Adey al tiempo de efectuarse la entrega; a despecho de todo esto, repito, perdí el proceso, a causa del daño que me hicieron aquellas cartas robadas por Ross y guardadas en secreto durante tantos años.

      Precisamente, eso es un ejemplo del modo cómo Wilde desfigura sistemáticamente la verdad. Dice Wilde en el De Profundis, página 555, apéndice: “Yo no hablo con frases de retórica exageración, sino en términos de absoluta verdad, al recordarte que durante todo el tiempo que estábamos juntos no escribí nunca una sola línea. Lo mismo en Torquay que en Goring, Londres, Florencia o cual­quier otro sitio, mi vida, en tanto tú estabas a mi lado resultaba enteramente estéril e incapaz de creación. Y con pocos intervalos, siempre, lamento decirlo, estabas junto a mí”.

      Porque lo cierto es —según afirmo en mi libro Oscar Wilde y yo— que Wilde planeó y escribió Una mujer sin importancia estando los dos juntos en casa de lady Mount Temple, en Babbacombe, Torquay —lady Mount Temple le había cedido su casa, y yo pasé allí con él, en compañía de un tutor, míster Dogson Campbell, ahora del Museo Británico, una temporada de dos meses— ; que escribió todo el manuscrito de La importancia de llamarse Ernesto estando yo con él en Worthing, y Un marido ideal, parte en Goring, estando juntos, parte en Londres, en el piso que ocupó en Saint James Place, adonde iba diariamente a verlo. También dio remate a la versión final de La balada de la cárcel de Reading en mi villa de Nápoles. ¡Y hasta el De Profundis es una carta dirigida a mí! Me la escribió desde Berneval y empieza “My own darling boy”, escrita justamente en vísperas de reunirse conmigo en Nápoles, y dice: “Comprendo que únicamente contigo soy capaz de hacer algo”.

      Pues no menos falsa es la carta titulada De Profundis. Mentira, mentira y más mentira. Oscar Wilde le dijo a usted mismo que en la cárcel había padecido tremendas decepciones. Parece haber confiado al papel el registro de esas decepciones. La mayor parte de su carta me resulta sencillamente incomprensible. Escenas puramente imaginarias de Voisin y Paillard. El absurdo grotesco que hace de una disputa que tuvimos en Brighton y que suponía que ya habíamos olvidado una semana después de sucedida. Mis supuestas amenazas de suicidio y mi terrible desesperación al encontrarme separado de él en Egipto, donde, a decir verdad, pasé una temporada de tres meses hospedado por lord y lady Cromer en la Agencia Británica, temporada amable y jovial según podrían testificar Reggie Turner y F. E. Benson, que se encontraron allí conmigo y me acompañaron a remontar el Nilo. Sus monstruosas patrañas tocante a las supuestas sumas de dinero que pretende que yo le robé, patrañas que no podría probar con un solo cheque o nota de su libro de gastos. Toda la carta es un frenesí de lunático, de alguien enloquecido de rabia impotente y maldad, y poseído del maligno deseo de injuriar a toda costa al amigo que finge querer y con quien había reanudado relaciones amistosas al salir de la cárcel.

      No era posible sufrir vejación semejante, y al día siguiente del proceso Ransome me juré no descansar hasta desenmascarar públicamente a Ross.

      No necesito prolongar demasiado esta carta y debo limitarme a tocar los puntos esenciales, con la mayor brevedad posible. Dos años tardé en hacerle cantar a Rose la palinodia. Y algo de milagroso tiene que pudiera lograrlo sin dinero y casi sin amigos en el mundo, exceptuando a mi madre.

      Me detuvieron y pasé cinco días en la cárcel de Brixton, sin que me concedieran libertad bajo fianza. Pedí justificación, y cuando por último me la concedieron y salí de Brixton tuve cinco semanas para hacerme de suficientes pruebas a fin de justificar mis diatribas, corriendo el riesgo de incurrir en una pena que oscila entre seis meses y dos años de cárcel.

      Yo no tenía más pruebas de las que sabía por las mías y que se basaban en el hecho de que Ross jamás intentó ocultar sus tendencias. Incluso se vanagloriaba abiertamente de cuanto había hecho en su vida.

      Pero esto sin embargo no servía de nada o, en todo caso, de muy poco, para mi propia justificación. No puedo decirle a usted ahora —sería demasiado largo— cómo debí procurarme las pruebas necesarias. Creo firmemente que hallarlas fue algo sobrenatural, debido al hecho de que, habiéndo­me convertido por aquella época al catolicismo, me confié a la Providencia y le pedí ayuda en aquel desesperado trance. Precisamente una semana antes de verse la causa, y