Oscar Wilde y yo . Oscar Wilde. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Oscar Wilde
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789506419943
Скачать книгу
en mi obra los fragmentos inéditos del De Profundis de Wilde, que se hallan en poder del Museo Británico4. La segunda, no poder decir la verdad sobre Robert Ross5 que, por aquella época, no se había hecho pública. Mis editores, asustados por la severa ley inglesa de Libelus, que puede ser invocada y lo es con frecuencia en defensa de los peores criminales, se negaron a publicar la verdad sobre Ross, sobre su vil carácter y el modo como me trató después de robar mis cartas de la capilla ardiente donde velaban a Oscar Wilde.

      La parte inédita del De Profundis, que tan injustamente me prohibieron reproducir en mi defensa, ya ha sido publicada en América y difundida por todo el mundo. De acuerdo con la lectura de la ley, hecha por míster Justice Astbury —amigo personal del difunto Robert Ross—, solamente a mí se me prohibió copiarla, cuando toda la prensa inglesa pudo hacerlo. Todo el mundo puede hacer uso de ella contra mí; pero como yo intenté emplearla en mi defensa corro peligro de ir a la cárcel “por desacato a la Justicia”. Así reza la disposición de este Juez de las costumbres. No necesito añadir a esto ni un solo comentario.

      Pero, como iba diciendo, un amigo de Harris me explicó que este había podido comprobar que me había hecho víctima de una gran injusticia; pero que é1 a su vez lo había sido de los engaños de Ross, que le dictó todas las mentiras referentes a mí. Ahora míster Harris deseaba tener una entrevista conmigo con el objeto de reparar el agravio pues, por obra del acaso, había podido descubrir que míster Ross había falsificado deliberadamente todo lo concerniente a Wilde, no solo respecto a sus relaciones conmigo sino también en otros muchos aspectos, por todo lo cual deseaba verme a fin de que repasásemos juntos el libro y yo corrigiera los yerros e inexactitudes.

      Accedí a la entrevista solicitada por Harris; y aunque al principio me conduje con él como es de imaginar, al final pude convencerme de que sus propósitos eran sinceros y que había sido verdaderamente víctima de las astutas mentiras de Robert Ross y de Wilde mismo.

      Míster Harris y yo nos reconciliamos cordialmente. Me entregó una carta —que cuidadosamente conservo—, en la que confesaba que cuantas palabras relativas a mí había en el libro eran inexactas, y que “el De Profundis es una falsa y malévola caricatura de los hechos”. Al mismo tiempo, puso manos a la obra para escribir un nuevo prólogo para la edición revisada de su libro, que en breve ha de ver la luz, y me rogó que le escribiera una carta con objeto de incorporarla a dicho prólogo. Le escribí entonces una larga misiva y é1 redactó un prólogo en el que expresa su pesar por haber juzgado injustamente “al primer poeta de estos tiempos” —así me califica—, y a cuya continuación iría mi carta, cuya fiel reproducción me garantizaba.

      Después de esto, Frank Harris decidió refundir su prólogo y retirar mi carta, alegando que la corrección y la retractación de sus falsedades deberían salir de él como algo espontáneo.

      En consecuencia, me considero dueño de publicar mi carta, de la que reproduzco la parte referente a Robert Ross y al De Profundis exactamente como la escribiera hace unos meses, en Niza:

      Niza, abril 30-1925.

      Querido Frank:

      Pasemos ahora al asunto de Robert Ross. Cuando yo enristré la pluma para hablar de él, hube de recordar una frase de san Pablo: “El misterio de iniquidad”.

      Ross se guardó esas cartas sin decirme una palabra. Yo no pensé lo más mínimo que él hubiese encontrado o robado cartas mías dirigidas a Wilde, y supongo que incluso esos sujetos que profesan admirar a Ross como modelo de leal amistad y le rinden público homenaje, después de que yo lo hice comparecer en 1914 en Old Bailey, habrán de reconocer que robar o apropiarse de cartas ajenas, de un amigo a otro amigo, y finalmente servirse de ellas contra su autor, exhibiéndolas en un tribunal de justicia, es un acto de corrupción, una acción deshonrosa y bochornosa.

      El proceso no llegó a juicio porque mi abogado y antiguo amigo, míster Cecil Hayes, se hallaba —como él sería el primero en confesar— dominado por la partida de abogados contrarios: sir James Campbell, F. E. Smith —ahora lord Birkenhead— y míster Mac Cardie —ahora míster Justice Mc. Cardie—. Míster Hayes era entonces un joven inexperto y carecía de ese ingenio abogadil que luego ha adquirido. El juez que supervisó el proceso, míster Justice Darling, me profesaba gran antipatía y, para mi desgracia, me encontraba atado por una promesa que le hiciera a Cecil Hayes, bajo palabra de honor, de que no habría de atacar al juez por más que me provocase. ¡Así que fui al proceso como cordero al matadero! Y aunque exhibí mis libros de cuentas y demostré haberle dado a Wilde cheques por valor de 390 libras —además de una cantidad en metálico— en el año transcurrido entre la muerte de mi padre y la suya, y por más