Esta obra es susceptible de varias lecturas. En primera instancia se trata de un intento, quizás fallido, para exorcizar el legado de un autor cuyo talento fue reconocido incluso en vida. En este sentido, el trabajo de zapa de Douglas quiere ser sistemático: ataca tanto los aspectos literarios como morales y hasta estéticos de Wilde, a fin de hacer de él un imitador, a lo sumo algo ingenioso pero plagiario al fin. Para ello cita ejemplos, delata analogías y exhuma precursores, además de señalar, a voz en cuello, las fuentes de donde Wilde tima su genio. Sin embargo, y en medio de la encerrona, Douglas duda, retrocede y hasta parece vacilar. No es insensible a la fascinación que despiertan algunas páginas de Wilde, y no le cabe más que admitirlo. Entonces cede y, casi a escondidas, se prosterna ante los versos de La balada de la cárcel de Reading.
Siguiendo este razonamiento, tampoco faltaron quienes vieron en este libro la trasnochada reacción de un enamorado, que salta al cuello de su amante por despecho al sentirse traicionado. La lectura es justa y el texto parece consentirla.
Bosie sobrevivió a Wilde 45 años. Durante este tiempo lo atacó por escrito, fue preso, se casó, tuvo un hijo, se separó, se hizo católico, ludópata y antisemita. Vivió de juicio en juicio. Uno de ellos, en 1923, lo llevó al banquillo de los acusados por haber difamado a Winston Churchill, a resultas del cual fue condenado a seis meses de cárcel. Tan luego allí escribió un poema que merecería integrar una antología de la poesía inglesa y que tituló, como una maldición, In Excelsis. La literatura, sin embargo, le escatimó la fama: lord Alfred Bruce Douglas será por siempre el amante prepotente, frívolo e indócil del “pobre Oscar”.
III
La hiel que destila este alegato no procede solamente de Bosie, que acaso sí lo dictó, lo blandió y lo usó como ariete de una batalla en la que llevó siempre las de perder. Surge en incierta medida de la pluma de Thomas Crosland, que también odiaba a Wilde por su condición de homosexual y por haber “victimizado” al joven Bosie, de quien supo ser su amigo.
Las primeras páginas nos sitúan en uno de los tantos entredichos que vertebran el libro: el autor pide reparación a Frank Harris por ciertos pasajes de su biografía sobre Wilde. Harris la concede y se dispone a retirarlos en una futura edición, aunque se niega a incorporar la carta que le enviara Bosie. Éste, desairado, la estampa como primer capítulo en el presente libro.
Al mismo tiempo, Douglas nos pone al tanto de una demanda que inició contra Arthur Ransome, que en su estudio crítico lo hace responsable de arruinar a Wilde. Alega además que se entera, al inicio de este proceso, de que la carta conocida como De Profundis, que Wilde le dedicara en prisión, contenía pasajes omitidos en la primera edición que cargaban sin piedad contra él y su padre.
Entonces Bosie se cuadra y contraataca. No se le escapa que tanto Oscar como él fueron víctimas de una injusticia, pero es incapaz de admitirlo. De hecho, jamás reconoció que era, o había sido, homosexual2. El propio juez que intervino en el caso hubo de reconocer, años más tarde, que Wilde jamás debió haber sido encarcelado. Basta leer el texto de los procesos3 para sonreír ante el interrogatorio con que una corte de pacatos leguleyos trata de estigmatizar a Wilde, que no desaprovecha la ocasión para ametrallarlos con su repertorio de ironías y sarcasmos.
El interés de este libro radica, además, en que ha sido proscrito de la historia de las letras. Obra y autor han sido borrados de los anales literarios –sobre todo fuera del radio anglosajón–, y su nombre cruje apenas en las estanterías donde se apilan decenas de biografías laudatorias del autor de El retrato de Dorian Gray. El mismo André Gide, por lo común tan mesurado y distante, lo denuesta sin más, aunque, como veremos, coincide con Douglas en varios puntos.
IV
Aquietadas ya las aguas, la voz de Bosie puede ser atendida con oídos menos viciados por los cotilleos de su tiempo. Y quizás ahora más que nunca, cuando el ocaso de ciertos mitos ha logrado desnudar el maltrato al que eran sometidas las minorías, sobre todo en la Inglaterra victoriana. ¿Qué hubiera sido de la relación entre Bosie y Oscar sin el funesto interludio de Reading? Quizás una historia de amor algo desgraciada, intensa y a la postre melancólica, como suele ocurrir con las relaciones amorosas. Tóxica, al gusto más moderno. Pero de ningún modo lo que se empeña en certificar la historia. Las siguientes páginas darán una idea de las persecuciones que sufrió Bosie por sus pecados cometidos y acaso también por aquellos que jamás cometió.
Lord Alfred Bosie Douglas, que había nacido en 1870, murió en 1945. Solo dos personas fueron a su entierro, celebrado sin pompa ni circunstancia. Ese mismo día había hecho dos apuestas en las carreras. Y también las perdió.
Prefacio de la edición inglesa
El manuscrito de este libro fue terminado por mí y entregado a los editores en el mes de julio.
Algunas personas consideraron conveniente solicitar al tribunal una instrucción que me impidiera incluir en mi libro cualquiera de las cartas de Oscar Wilde que están en mi poder y solicitaron además una orden para vetarme cualquier cita del manuscrito original de De Profundis, que está ahora en poder del Museo Británico y fue utilizado en mi contra en la Corte, como parte de la justificación en defensa de una demanda por difamación hecho por mí en abril de 1913.
La aplicación de estas restricciones fue hecha en la feria judicial antes de la aparición de Mr. Justice Astbury, la más reciente incorporación de la Corte.
La restricción fue concedida de inmediato, y aunque fui asesorado por un abogado para apelar contra la decisión, pensé que era mejor aceptarla, al menos por el momento.
En consecuencia, todos los fragmentos que quería publicar del De Profundis, que ya habían sido reproducidos en todos los diarios en la audiencia de Douglas vs. Ransomey en el Club de los Libros del Tiempo, fueron retirados. Ocurrió lo mismo con las cartas de Wilde que originalmente incluí en el manuscrito, pero su omisión no afectó demasiado al libro. En todo caso, no fueron esgrimidas como defensa sino para destacar alguna curiosidad. El veto de incluir fragmentos del De Profundis, en cambio, sí representó una tremenda desventaja.
Una parte considerable de este libro se dedica a refutar los violentos ataques perpetrados por Wilde —de los cuales fui víctima, junto con mi familia—, en la parte inédita del De Profundis, carta que fue aceptada, para su custodia, de manos del albacea del escritor por las autoridades del Museo Británico.
Obviamente me resultó difícil defenderme del ataque sin poder citar el texto, y lo único que pude hacer es sobrellevar esta situación del mejor modo posible.
Espero en un futuro poder tratar este asunto den un modo más completo y cabal.
En este sentido remito al lector al capítulo “Un reto para Robert Ross”.
A. B. D.
1. “‘El primer poeta de su tiempo’, llámale Frank Harris, el biógrafo que pudiéramos considerar oficial de Oscar Wilde y que, como escritor de lengua inglesa, es mejor juez en la materia que nosotros” (Lord Alfred Bruce Douglas, Oscar Wilde y yo, traducción directa del inglés por Rafael Cansinos Assens, Biblioteca Giralda, Madrid, 1925).
2. Al menos, según Trevor Fisher, a partir de los treinta años.
3. Los procesos de Oscar Wilde: traducción y presentación de Ulyses Petit de Murat. Editorial Jorge Álvarez, Buenos Aires, 1967.
Prefacio de la traducción española
(Escrito especialmente por el autor)
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