Oscar Wilde y yo . Oscar Wilde. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Oscar Wilde
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789506419943
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resulta imposible recordar hoy, para explicárselas a los lectores, las razones de la fascinación ejercida por Oscar Wilde en aquellos días para siempre idos. La revelación de su vil perfidia hará cosa de un año, al conocer la existencia de la parte inédita del De Profundis; el estremecimiento de horror, indignación y asco que la lectura de ese abominable documento me produjo; la evidencia de que, durante los últimos años de su vida y después de su excarcelación, me profesaba el más vivo afecto, viviendo —primero parcialmente, luego del todo— a mis expensas, cuando ya Wilde era el secreto autor de una inmunda y mentirosa diatriba sobre mi familia y sobre mí, destinada a ser publicada después de mi muerte; todo eso hace que ahora no logre explicar mi antiguo apego. Además, mucho antes de tener noticia del De Profundis inédito, ya no tenía el mismo concepto de su carácter ni de su valor como escritor. Con el correr de los años yo había adquirido madurez de juicio y comenzaba a comprender toda la responsabilidad de quienes con sus obras solicitan los sufragios del universo pensante. De todo lo cual concluía que la obra de Wilde era objeto de una admiración muy exagerada, que su autor jamás había sido un gran poeta ni un gran prosista y que el daño que infligiera a la joven literatura inglesa, su pernicioso influjo sobre el movimiento intelectual y sobre la prensa de su tiempo, compensaban, con creces, los justos éxitos que justamente mereciera. Y, sin embargo, hasta la época en que hubieron de revelarme brutalmente el De Profundis in extenso, yo me negaba, por decirlo así, a ahondar en mis propios sentimientos. Aquel hombre había sido mi amigo, le había profesado vivo afecto; no me reconocía con derecho a entrometerme en su reputación literaria, aunque esta fuese, a mi juicio, ficticia y basada en una hábil campaña conducida por un grupo de amigos, más cuidadosos de la gloria de Oscar Wilde que del bien de las letras en general.

      Por otra parte, hubiera creído obrar en contra de mi deber combatiendo lo que aún pudiera subsistir de su reputación. Me engañaba acerca de aquel hombre; y antes de conocer enteramente el De Profundis todavía conservaba afecto para su memoria y me hacía, como otros muchos, vanas ilusiones sobre su moral. Mi afecto fue real, sincero y robusto hasta esa revelación del De Profundis, de suerte que me obstiné en defenderlo —aunque para ello tuviera que forzar mi conciencia literaria— en las columnas de The Academy, que yo dirigía, y compuse en su honor uno de mis mejores sonetos, que reproduzco a continuación:

      I dreamed of him last night, I saw his face

      All radiant and unshadowed of distress,

      And as of old, in music measureless,

      I heard his golden voice and marked him trace

      Under the common thing the hidden grace,

      And conjure wonder out of emptiness,

      Till mean things put on beauty like a dress

      And all the world was an enchanted place.

      And then methought outside a fast locked gate

      I mourned the loss of unrecorded words,

      Forgotten tales and mysteries half said,

      Wonders that might have been articulate,

      And voiceless thoughts like murdered singing birds.

      Compuse este soneto en 1901, pocos meses después de la muerte de Wilde, y lo incluí en mi libro de sonetos publicado en 1909. Ante estos versos me sería imposible —aunque quisiera— negar hoy mi profunda adhesión y el culto que por largo tiempo rendí a su memoria. Pero invocar sus razones me resulta imposible pues me estrello sin cesar contra el escollo de un recuerdo más reciente.

      Si no me hubiera propuesto tratar, con toda la imparcialidad posible, la memoria de un amigo, por más culpable que sea, quizás cediera a la tentación de insistir sobre esos procedimientos de que él se valía cuando quería deslumbrar a los jóvenes. Pero eso no conduciría sino a realzar su reputación de cuco. Nada más fácil en este mundo que trastornar el juicio de un estudiantito de Oxford o de Cambridge. Tal hazaña está al alcance de cualquiera; basta con proponérselo y no tener escrúpulos. Ni siquiera hacen falta grandes dosis de ingenio ni una inteligencia superior. Son suficientes cierto descaro y un sentimiento muy raso del honor, cualidades que no se le podían negar a Wilde.

      Quienquiera que conserve vivo el recuerdo de su juventud, comprenderá la táctica que Wilde siguió conmigo. Me hacía objeto de adulación constante. Mostraba una admiración excesiva por los pocos ensayos poéticos que yo había perpetrado y que, más tarde, en la época de la cárcel de Reading, calificó de “versitos de estudiante”. Cuanto yo decía o hacía le parecía magnífico. Me prodigaba toda clase de demostraciones de afecto. Él mismo ha insistido tanto sobre este punto que me evita el trabajo de hacerlo yo. Sin embargo, recordaré aquí —a fin de rendirle toda la justicia a que pueda tener derecho— que cuando por casualidad yo caía enfermo jamás dejaba de ordenar que me llevaran a la cama costosos racimos de uvas moscatel y periódicos ilustrados; que si al irme inopinadamente a pasar unos días al campo se me olvidaba llevarme cigarrillos y le rogaba que me los enviase, lo hacía de inmediato y en gran cantidad; que cuando comíamos juntos se acordaba siempre de mis platos favoritos; en una palabra, que desde muchos puntos de vista fue cuanto desear puede un corazón amante. Yo tomaba todas esas apariencias por el verdadero pan de la amistad; y como siempre tuve la mala costumbre de idealizar a mis amigos y atribuirles toda suerte de cualidades, concebí por aquel hombre un grande y perdurable afecto. Cuando cayó en desgracia, me obstiné en defenderlo contra viento y marea y sin pensar en el daño que a mí mismo me causaba.

      Pero bastantes lágrimas