Poder para superar las circunstancias.–Los obstáculos son los que hacen fuertes a los hombres. No son las ayudas, sino las dificultades, los conflictos y los desaires los que dan fuerza moral. La facilidad excesiva y la tendencia a evitar las responsabilidades han convertido en debiluchos y enanos a quienes debieran ser hombres responsables con fuerza moral y poderosos músculos espirituales... Algunos hombres causan la impresión de ser totalmente incapaces de abrirse camino. ¿Tendrán que confiar permanentemente en los demás para que hagan planes, estudien por ellos, y que piensen y juzguen en su lugar? Dios se avergüenza de esos soldados. El Señor no es honrado por lo que hacen en su obra mientras actúan como máquinas.
Se necesitan hombres independientes y empeñosos y no hombres maleables como la masilla. Los que desean que les den las cosas hechas, realizar una cantidad fija de trabajo y tener un salario fijo; los que esperan que todo calce perfectamente sin que ellos se tomen el trabajo de adaptarse o prepararse, no son los obreros que Dios llama para que trabajen en su causa. Un hombre incapaz de adaptar sus habilidades en ninguna parte cuando resulta necesario, no es el hombre para este tiempo. Los obreros que Dios pondría en su causa no son flojos ni pusilánimes, sin fuerza moral. Sólo mediante esfuerzo continuo y perseverante los hombres pueden disciplinarse para llevar una parte en la obra de Dios. Estos hombres no debieran desanimarse si las circunstancias y el ambiente son desfavorables. No debieran abandonar su propósito considerándolo un fracaso total hasta convencerse fuera de toda duda de que no pueden hacer gran cosa para honra de Dios y el bien de la gente.
Hay hombres que se congratulan pensando en que podrían hacer algo grande y bueno si sólo las circunstancias fueran diferentes, mientras no usan las facultades que ya poseen al trabajar en el lugar en el que la Providencia los ha colocado. El hombre puede hacer sus circunstancias, pero éstas nunca debieran hacer al hombre. El hombre debiera aprovechar las circunstancias como instrumentos con los cuales trabajar. Debiera dominarlas, pero nunca debiera permitir que las circunstancias lo dominen a él. La independencia y el poder individuales son las cualidades que ahora se necesitan. No es necesario que se sacrifique el carácter individual, pero debiera modularse, refinarse y elevarse (T 3:495-497).
Eficiente, apto y práctico.–Se pierde mucho por falta de una persona competente, alguien que sea eficiente, apto y práctico para supervisar los diferentes departamentos de la obra. Se necesita un impresor práctico que esté familiarizado con todos los aspectos del trabajo. Hay algunos que conocen bien el trabajo de las prensas, pero fallan rotundamente en el don de mando. Otros hacen lo mejor que pueden, pero son inexpertos y no comprenden la obra de publicaciones. Sus ideas a menudo son estrechas. No saben cómo satisfacer las demandas de la causa; y como resultado, son incapaces de estimar las ventajas y desventajas implicadas en la ampliación de su trabajo. También son propensos a errar en su juicio, a hacer cálculos erróneos y evaluaciones incorrectas. Se han producido pérdidas como resultado de no haberse hecho estimaciones adecuadas y de no haberse aprovechado las oportunidades de promover la obra de publicaciones. En una institución como ésta, pueden perderse miles de dólares por causa de cálculos indebidos efectuados por personas incompetentes. En cierto sentido, el Hno. P tenía habilidades para comprender y estimar debidamente los intereses de la obra de publicaciones, pero su influencia era perjudicial para la institución (TI 5:390, 391).
Hay que exaltar los principios y no la política egoísta.–Los reglamentos adoptados por los hombres de negocios del mundo no debieran ser las adoptadas y puestas en práctica por los obreros de nuestras instituciones. La política egoísta no procede del cielo, es terrenal. El lema principal que impera en el mundo es: “El fin justifica los medios”, y esto se puede notar en todas las empresas comerciales. Posee una influencia controladora en todos los estratos sociales, en los solemnes concilios de las naciones y en cualquier parte donde el Espíritu de Cristo no constituye el principio gobernante. La prudencia, la cautela, el tacto y la destreza son dones que debieran ser cultivados por cada persona relacionada con la casa editora y por los que sirven en nuestro colegio y sanatorio. Sin embargo, las leyes de justicia y equidad no deben ponerse de lado, y no debe imponerse la norma de que cada uno debe colocar en la cima del éxito su departamento de trabajo en la obra en menoscabo de otros departamentos. Debieran protegerse cuidadosamente los intereses de todos para que nadie atropelle los derechos de los demás. En el mundo, demasiado a menudo el dios del comercio suele ser el dios del fraude; pero no debe ser así con los que se dedican a la obra del Señor. La norma del mundo no debe ser la norma de los que se relacionan con las cosas sagradas...
La política mundanal no debe equipararse con la sana discreción, aunque con frecuencia esta se confunde con aquella. Es una especie de egoísmo, no importa la causa en que sea empleada. La discreción y el sano juicio nunca son estrechos en sus alcances. La mente que es protegida por ellos alberga ideas abarcadoras y no se estrecha hasta el punto de concentrarse en un solo objeto. Considera todas las cosas desde todos los puntos de vista. Pero la política, o manera de proceder mundana, tiene una visión de corto alcance, que aprecia nada más que el objeto más cercano pero no logra descubrir los que están a cierta distancia. Siempre busca la oportunidad de sacar ventaja. Los que adoptan este plan de acción mundanal se engrandecen a sí mismos con el material que extraen del fundamento del edificio de otra persona. Cada estructura debe construirse sobre fundamentos adecuados si se desea su permanencia (TI 5:530, 531).
El juicio de Dios es la base de la eficiencia.–El Señor desea que los obreros de la Review and Herald aprendan a someter su juicio personal