Los hombres a quienes Dios ha vinculado con sus instituciones no deben pensar que, por el mero hecho de ocupar puestos de responsabilidad, ya no tienen que mejorar. Si han de ser hombres representativos, guardianes de la obra más sagrada que se haya encomendado a los mortales, deben adoptar la posición de aprendices. No deben sentirse autosuficientes ni engreídos. Deberían siempre darse cuenta de que están pisando suelo sagrado. Hay ángeles de Dios listos para atenderlos, y deben estar continuamente en condición de recibir luz e influencias celestiales, porque de no ser así, no están más preparados para la obra que los incrédulos (TI 5:525, 526).
El mundo observa las instituciones adventistas.–Recuerden los que están relacionados con las instituciones del Señor que Dios espera hallar frutos en su viña. Pide una cosecha en proporción a las bendiciones que concede. Los ángeles del cielo han visitado cada lugar donde las instituciones de Dios están establecidas, y ministrado en ellas. La infidelidad es en estas instituciones un pecado mayor que en otra parte, porque ejerce mayor influencia que en cualquier otro lugar. La infidelidad, la injusticia, la complicidad con el mal impiden que la luz de Dios resplandezca en los instrumentos del Señor.
El mundo observa, listo para criticar con perspicacia y severidad vuestras palabras, vuestras acciones y vuestros asuntos comerciales. A todos los que desempeñan un papel en relación con la obra del Señor se los vigila y pesa en la balanza del juicio humano. Dejan constantemente impresiones favorables o desfavorables a la religión de la Biblia en el ánimo de todos aquellos con quienes tratan.
El mundo mira para ver qué frutos llevan los que profesan ser cristianos. Tiene derecho a hallar frutos de abnegación y sacrificio en aquellos que aseveran creer la verdad (JT 3:184, 185).
La mundanalidad descalifica para cargos de confianza.–El Hno. P ha sido bendecido con habilidades que, si las hubiera consagrado a Dios, lo habrían capacitado para hacer mucho bien. Tiene una mente despierta. Comprende la teoría de la verdad y los requerimientos de la Ley de Dios; pero no ha aprendido en la escuela de Cristo la humildad y mansedumbre que lo convertirían en un hombre del cual se pueda depender para ocupar un puesto de confianza. Ha sido pesado en las balanzas del santuario y hallado falto. Ha recibido gran luz en forma de advertencias y reprensiones; pero no les ha prestado atención; ni siquiera ha visto la necesidad de cambiar su manera de comportarse...
La cruz de Cristo ha sido presentada al Hno. P, pero él la ha rechazado porque representa vergüenza y oprobio en lugar de honor y alabanza del mundo. Jesús lo ha llamado una y otra vez: “Toma la cruz y sígueme, para que seas mi discípulo”. Pero otras voces lo han estado invitando en la dirección del orgullo y las ambiciones mundanales; y él ha escuchado esas voces porque el espíritu de ellas es más agradable para el corazón natural. Se ha apartado de Jesús, se ha divorciado de Dios para abrazar el mundo...
La unión del Hno. P con el mundo ha resultado en una trampa para él y también para otros. Oh, ¡cuántos tropiezan por causa de vidas como la suya! Tienen la idea equivocada de que después de dar los primeros pasos en la conversión –arrepentimiento, fe y bautismo–, eso es todo lo que se requiere de ellos. Pero este es un error fatal. La dura lucha por conquistar el yo, por la santidad y el cielo, es una lucha que dura toda la vida. No hay tregua en esta guerra; el esfuerzo debe ser continuo y perseverante. La integridad cristiana debe buscarse con incansable energía y mantenerse con propósito firme y decidido.
Una experiencia religiosa genuina se desarrolla e intensifica. El progreso continuo, el conocimiento creciente de la Palabra de Dios y su aplicación con poder, son el resultado natural de una conexión viva con Dios. La luz del santo amor aumentará su resplandor hasta alcanzar el brillo del día perfecto (Prov. 4:18). El Hno. P tuvo el privilegio de tener una experiencia como esta; pero no ha tenido el aceite de la gracia en su lámpara, y su luz se ha estado apagando. Si no efectúa pronto un cambio decidido, llegará al punto en que ninguna advertencia o ruego podrán surtir efecto sobre él. Su luz se apagará y él quedará en tinieblas, y quedará abandonado a la desesperación (TI 5:387-389).
Los que no son consagrados debieran separarse de la obra.–No debiera conservarse en una institución del Señor, cualquiera que sea, a nadie que en un momento difícil no comprenda que estas instituciones son sagradas. Si los empleados no encuentran placer en la verdad, si su relación con la institución no los hace mejores, si no crea en ellos ningún amor por la verdad, entonces, después de un tiempo de prueba suficiente, sepárenlos de la obra, porque su impiedad y su incredulidad ejercen una influencia sobre los demás. Por su medio, los malos ángeles trabajan para desviar a quienes ingresan en la institución como aprendices. Deben tener como aprendices a jóvenes promisorios que amen a Dios. Pero si los ponen con otros que no tienen amor por Dios, están constantemente expuestos al peligro por esta influencia irreligiosa. Los espíritus mundanos, los que se entregan a la maledicencia, los que se deleitan en conversar de las faltas ajenas