Hay que sofocar los principios errados.–Se ha efectuado un esfuerzo por colocar a los siervos de Dios bajo el control de los hombres que carecen del conocimiento y la sabiduría de Dios o de una experiencia bajo la dirección del Espíritu Santo. Han surgido principios que nunca debieran haber visto la luz del día. Hombres finitos han estado luchando contra Dios y la verdad, y los mensajeros escogidos de Dios han estado contrarrestándolos por todos los medios que se atreven a usar. Consideren qué virtud puede haber en la sabiduría y los planes de los que han despreciado los mensajes de Dios, y que, como los escribas y fariseos, han desdeñado a los mismos hombres a quienes Dios ha usado para presentar la luz y la verdad que su pueblo necesitaba... Un acto de maldad cometido contra el más débil o errante de su grey, es aun más ofensivo para Dios que si lo hubieran ejecutado contra cualquiera de los más fuertes entre ustedes (Carta 83, 1896).
Purificación de cada principio egoísta.–Como pueblo, tenemos que ponernos en una plataforma más elevada. En nuestras casas editoras de Wáshington y Nashville hay una obra que debe hacerse para introducir una atmósfera transparente y límpida. Debe producirse una purificación de cada principio egoísta. Las ideas estrechas y mal concebidas no deben imponerse. Hay que eliminarlas. Cuando los obreros sientan hambre por la llegada de principios puros y elevadores, se manifestará la salvación de Dios y él será glorificado.
Que los obreros de las casas editoras se libren de toda clase de egoísmo. Cuando cada uno esté dispuesto a dar a su hermano la preferencia que él desea para sí mismo, entonces Dios podrá ser glorificado en sus instituciones.
Algunos se han estado atando ellos mismos durante años con deseos egoístas que los ciñen como bandas de acero. El yo y el egoísmo se han manifestado patentemente en su obra, pero tal espíritu deshonra a Dios. Se me ha instruido que diga que los que retienen tal espíritu y se aferran a tales principios, no pueden ser aceptados por Cristo como obreros juntamente con él para gloria de Dios.
Algunas personas pueden ocupar importantes posiciones de confianza en la causa de Dios, pero no pueden reclamar nada de parte de él a menos que practiquen su Palabra, actúen con justicia y traten de imitar el ejemplo del manso y humilde Jesús. Tanto el líder de la obra como el miembro laico más humilde dependen de Dios para recibir poder, con el fin de ejercer una influencia pura y elevadora.
El Señor dice a los obreros de Wáshington y Nashville: “Revisen sus operaciones”. Deben elevarse por encima de todo principio vulgar y egoísta y ser imbuidos por el Espíritu de Dios. A menos que los obreros experimenten diariamente el poder transformador de Dios obrando en su corazón y su vida, no sentirán agrado de enfrentarse con el registro de sus obras ante el tribunal de Dios, cuando cada persona sea recompensada de acuerdo con las obras que ha hecho (Carta 372, 1908).
Virtudes morales y pureza de vida.–Debiera presentarse cuidadosa atención a la condición moral y la influencia de cada empleado de nuestras instituciones. Si los obreros son impuros de corazón o de vida en cualquier sentido, eso se manifestará en sus palabras y acciones, a pesar del esfuerzo que hagan para ocultar la verdad. Si no se guían por estrictos principios morales, es peligroso emplearlos, porque estarán en una posición desde la que pueden descarriar a los que desean reformarse, y pueden confirmarlos en prácticas impías y contaminadoras. Tales hombres y mujeres, a menos que se conviertan, no sólo serán una maldición para ellos mismos, sino que además serán una maldición en cualquier parte adonde vayan. Sólo el poder transformador de Dios es suficiente para establecer principios puros en el corazón, con el fin de que el malo no encuentre nada que atacar...
Los que trabajan en nuestras instituciones están ahí con el propósito de promover el bienestar intelectual y espiritual de quienes se encuentran bajo su cuidado. Deben convertir su obra en un asunto de ferviente oración y estudio, para que puedan saber cómo tratar con las mentes humanas y cumplir con el objetivo que se les ha propuesto. Su primer trabajo consiste en escudriñar cuidadosamente sus propios hábitos, porque hay quienes no han descartado cosas infantiles. Necesitan la gracia transformadora, sin la cual no podrán satisfacer la norma del cristianismo bíblico. Entonces, cuando se vean obligados a tratar con los que tienen una baja norma, sabrán qué palabras hablarles, y no serán ásperos, dominadores ni arbitrarios con ellos. Deben ser castos y así estar libres de la mancha de la contaminación, para poder corregir estos males y llevar a esas pobres almas a la altura de la norma bíblica de pureza (Carta 74, 1896; SpTMWI 10, 11).
Influencia de las infatuaciones juveniles.–Los jóvenes y las señoritas que se asocian y tienen principios débiles, y, además, poca fe y escasa devoción, se infatúan fácilmente unos con otros y se imaginan que se aman. La atención constante que se dirigen mutuamente no tarda en ejercer su influencia, y pronto dejan de apreciar las cosas espirituales. Como sucedía en el tiempo anterior al diluvio, existe una influencia que induce a apartar continuamente la mente de Dios, y a fijar los afectos en lo que es humano en vez de lo que es divino. Algunas de las señoritas que trabajan en la casa editora no están preparadas para servir a Dios; sus pensamientos son vanos y no consagrados, son superficiales; no llevan los frutos de la vida cristiana. Deben experimentar una conversión profunda y total, o bien nunca verán el reino de Dios. Estas personas jóvenes que se asocian en la editorial y forman relaciones afectivas con miras al matrimonio, y cultivan esas relaciones, se están descalificando para el trabajo. No pueden hacer su trabajo con la concentración debida, con fidelidad e integridad. Esta infatuación los incapacita, y en toda la institución se siente una influencia desmoralizadora...
Dios aceptará los servicios de hombres y mujeres jóvenes si se consagran a él sin reserva. Pero cuando comienzan a formar estas relaciones imprudentes e inmaduras, la devoción, la consagración y la