–Creo que puedo decir que ya he tenido toda la mala suerte que podía tener. Y me parece que tú también –le dijo Logan con ironía–. Estás preciosa, por cierto –añadió, mirándola a los ojos.
Layla sintió que un cosquilleo delicioso le recorría la espalda, y se apresuró a apartar la mirada, temerosa de que pudiera ver en sus ojos cosas que no quería que viera. Cosas que ni siquiera quería reconocer.
–No tengo ramo –murmuró–. Espero que eso no dé mala suerte también.
Logan volvió dentro y fue hasta una mesita baja sobre la que había una caja. Layla no la había visto hasta ese momento, aunque había estado muy ocupada preparándose y arreglándose. O quizá la hubieran traído mientras estaba en la ducha. Logan quitó la tapa de la caja y sacó un sencillo pero hermoso y fragante ramo de plumerias blancas y se lo tendió.
–Y yo espero que este sirva.
–Es perfecto –murmuró ella.
Lo tomó, y cuando hundió el rostro en las flores, su delicioso aroma la embriagó, igual que la embriagaba la proximidad de Logan. Iba vestido con una camisa blanca de cuello abierto y una chaqueta y unos pantalones azules que resaltaban el intenso azul de sus ojos y el tono aceitunado de su piel. Lo tenía tan cerca que le llegaba el olor de su aftershave. Le entraron ganas de acariciarle las mejillas, que exhibían un apurado impecable.
Logan le tendió la mano con una expresión inescrutable.
–¿Lista para bajar?
Ella puso su mano en la de él con el corazón latiéndole con fuerza.
–Lista.
Cuando llegaron a la playa los dos se quitaron los zapatos para caminar mejor sobre la arena. Fueron juntos hacia el celebrante, que estaba esperándolos con dos testigos. Se trataba de una pareja, Makani y Ken, a quienes Logan les había diseñado el jardín en su casa de los Hamptons, en Estados Unidos, hacía unos años.
Pasaban parte del año allí en Maui, donde Makani tenía familia. Logan le había dicho que no les había contado los motivos de su precipitada boda, dejando que creyeran que se casaban por amor.
El ruido de las olas fue la única «música» que los acompañó mientras avanzaban hacia el celebrante, que sostenía en sus manos dos coloridas guirnaldas hawaianas. Cuando se detuvieron frente a él les dio el tradicional recibimiento local, colgándoles a ambos la guirnalda del cuello, y dio comienzo a la sencilla ceremonia.
–Nos hemos reunido en el día de hoy para unir a este hombre y a esta mujer en matrimonio…
Cuando le llegó su turno, Layla repitió los votos que había pronunciado el celebrante, muy consciente de la mirada de Logan. Logan pronunció también sus votos, en un tono tan firme y seguro que nadie habría pensado que no sentía lo que estaba diciendo. Luego tomó su mano y deslizó el anillo en su dedo.
–Puede besar a la novia.
Layla había dado por hecho que Logan pediría que se saltasen esa parte, pero apenas hubo pronunciado esas palabras el celebrante, la atrajo hacia sí e inclinó la cabeza hasta que sus labios tocaron los suyos.
Pensaba que se apartaría de inmediato, que se limitaría a un beso mecánico para cumplir con las apariencias, pero no solo no se apartó, sino que notó que la presión sobre sus labios fue en aumento, y pronto se sintió como si estuviera quemándose, como si Logan estuviera marcándola a fuego con aquel beso.
Poco a poco se tornó sensual, haciéndola estremecerse de la cabeza a los pies. El estómago le dio un vuelco y una ola de calor se extendió por todo su cuerpo, abrasándola por dentro.
Tan embebida estaba por el beso, que ya ni oía el ruido de las olas, ni el de la brisa marina agitando las ramas de las palmeras, ni sentía los finos granos de arena bajo sus pies, ni el calor del sol en la cabeza.
Fueron los aplausos de los testigos lo que pareció hacer que Logan se diese cuenta de lo que estaba haciendo, porque en ese momento despegó sus labios de los de ella, y esbozó una sonrisa incómoda que lo decía todo.
Layla se pasó la lengua por los labios. La atracción que sentía hacia Logan era tan fuerte que el deseo vibraba en su interior como si alguien hubiera tirado de una de las cuerdas de un violonchelo. Aún tenía el corazón desbocado, y le temblaban las piernas. ¡Menudo beso! Estaba aturdida y sentía un cosquilleo en los labios, que se notaba ligeramente hinchados. Escrutó el rostro de Logan para ver si el beso lo había afectado tanto como a ella, pero sus ojos en ese instante eran como el océano, con sus profundidades misteriosas y sus sombras cambiantes.
Makani y Ken los felicitaron acaloradamente y el celebrante hizo que todos firmaran el registro. Logan había hecho que prepararan un pequeño refrigerio en la villa para convidar a Makani y Ken, pero estos no se quedaron mucho rato porque Makani recibió una llamada de su madre, con quien habían dejado a sus hijos, diciéndole que al menor le había dado fiebre.
–Sentimos tener que irnos tan pronto –se disculpó con una sonrisa–. Ya veréis cuando tengáis hijos: la vida te cambia para siempre… pero en el buen sentido.
–Cariño, que acaban de casarse… –le recordó su marido, pasándole el brazo por la cintura–. Deja al menos que disfruten de su luna de miel.
Luna de miel… Aquellas palabras bastaron para que Layla se estremeciera por dentro.
Logan acompañó a sus invitados a la puerta, y al cabo de un rato regresó al salón, donde Layla seguía sentada, tomando sorbos de su copa de champán y mirando el océano a través de las puertas abiertas del balcón.
Con solo cerrar los ojos sería capaz de evocar el vivo recuerdo del beso que habían compartido durante la ceremonia. De hecho, ni siquiera le haría falta cerrar los ojos. Era como si en ese mismo instante pudiera sentir la calidez de sus dulces labios y su cuerpo aún vibraba de deseo.
Era una suerte que se le diese tan bien disimular sus emociones, porque ese beso había puesto su mundo patas arriba. No había querido que aquel beso acabara. Se había olvidado por completo de dónde estaban y de por qué estaban allí.
Se suponía que aquel iba a ser un matrimonio únicamente sobre el papel; ese era el trato. Solo permanecerían casados un año y ahí terminaría. Sin que ninguno de los dos saliera malparado. Pero ese beso ya había causado estragos porque se moría por besarla de nuevo. Ese beso le había hecho pensar en llevar las cosas más allá, en hacer con Layla ciertas cosas que no tenía ningún derecho a hacer.
En ese momento ella volvió la cabeza hacia él, aún con la copa de champán en la mano.
–Bueno, pues aquí estamos –dijo.
Logan se obligó a esbozar una sonrisa que dudó que resultara muy convincente.
–Sí, aquí estamos –asintió. Levantó la botella de champán de la hielera–. ¿Quieres un poco más?
Layla negó con la cabeza.
–Mejor no. Podría empezar a decir cosas que en circunstancias normales no diría –respondió con una media sonrisa–. Ya sabes, los niños, los locos y los borrachos siempre dicen la verdad.
Logan asintió. Rellenó su copa y dejó de nuevo la botella en la hielera. Se preguntó qué diría Layla si supiera lo que estaba pensando, lo que había estado pensando desde que la había besado. Se quedaron un momento en silencio hasta que se volvió para mirarla.
–Me gustaría que me hablaras con libertad –le dijo–. No quiero que necesites unas copas de más para hacerlo.
Layla se inclinó hacia delante para dejar su copa en la mesita, rehuyendo su mirada. Se echó hacia atrás y se alisó una arruga del vestido antes de levantar de nuevo la cabeza.
–¿Por qué me besaste como lo