–¿Hablaste alguna vez con mi abuelo sobre las condiciones que me impuso en su testamento?
Ella abrió mucho los ojos, como ofendida, y levantó la barbilla.
–¿Qué estás sugiriendo, que fue cosa mía que incluyera esas condiciones?
Logan encogió un hombro con fingida indiferencia.
–Ese matrimonio de conveniencia sería muy beneficioso para ti; te ayudaría a ascender en la escala social.
Layla dejó escapar una risa despectiva.
–Pues para que te enteres: no pienso casarme contigo. Iría contra mis principios casarme con alguien tan rematadamente esnob como tú.
Se giró y echó a andar deprisa para volver al castillo, pero Logan le dio alcance en un par de zancadas y la agarró por la muñeca.
–¡No, espera! –le suplicó.
De pronto se fijó en lo pequeña que era su muñeca, tan pequeña que sus dedos se solapaban, y en el aroma a flores y cítricos de su pelo. Sus ojos echaban chispas y tenía los labios apretados.
–Perdóname –se disculpó soltándola–, eso ha sido muy grosero por mi parte.
–Pues sí, me has insultado. Lo último que quiero es que pierdas Bellbrae, pero me niego a casarme con alguien que desconfía de mí de esa manera.
–Solo puedo pedirte perdón de nuevo; lo que he dicho ha sido una estupidez –le reiteró Logan, y escrutó su rostro, confiando en que su expresión se suavizara.
Layla pareció ablandarse un poco, aunque solo un poco.
–Disculpa aceptada –le dijo a regañadientes. Carraspeó y añadió–. Pero hay otra cosa que me resulta molesta: estás dando por hecho que no tengo pareja.
Logan sintió como si un puño invisible lo golpeara en el pecho, y por un momento se quedó sin aliento. La verdad era que no sabía demasiado de su vida personal.
–¿Tienes pareja? –le preguntó, aunque no estaba seguro de querer oír la respuesta.
Ella bajó la vista y sus mejillas se tiñeron de rubor.
–Ahora mismo no.
Se hizo un incómodo silencio, roto solo por el ruido de las hojas que alfombraban el suelo, empujadas por una fría brisa que se levantó de repente. Layla miró a la vieja perra, que se había echado a los pies de Logan.
–¿Qué pasará con Flossie si Robbie hereda Bellbrae? –le preguntó a Logan con inquietud–. ¿Te la llevarías a vivir contigo?
–Está demasiado mayor para adaptarse a otro sitio, y además yo paso mucho tiempo fuera, de viaje –le contestó el con un suspiro–. Probablemente hará que la sacrifiquen.
Layla tragó saliva y alzó la vista hacia él, espantada.
–No podemos dejar que eso pase. Puede que esté mayor y casi ciega, pero aún disfruta de la vida y tu abuelo se revolvería en su tumba si…
–Si de verdad le preocupaba Flossie, ¿por qué puso esas condiciones en su testamento? –la cortó Logan, sin poder reprimir su frustración.
Layla se mordió el labio.
–Y si me casara contigo, ¿qué le diríamos a la gente? Quiero decir… ¿haríamos como que es un matrimonio de verdad o…?
Logan se rascó la mandíbula, pensativo, antes de dejar caer la mano.
–Preferiría que pensaran que es una unión por amor. No sé quién se lo creería, pero… –dijo encogiéndose de hombros.
Layla levantó la barbilla, desafiante, y le lanzó una mirada furibunda.
–Vaya, gracias –contestó con aspereza.
¿Podría haber sido más insensible?, se reprendió Logan.
–Perdona, no quería decir eso. Lo decía por mí.
Ella frunció el ceño.
–¿Por lo que sentías por Susannah? –preguntó, y se quedó callada un momento antes de añadir–: ¿Por lo que aún sientes por ella?
Logan nunca había hablado con nadie de su complicada relación con Susannah. Detestaba pensar siquiera en lo mal que había gestionado todo aquello. Prefería dejar que la gente creyera que seguía llorando la pérdida de su prometida, pero la verdad era que sentía más culpa que dolor por su muerte. Una culpa que lo devoraba por dentro, como si una fiera estuviera desgarrándole las entrañas con sus afilados dientes y sus garras. Había cometido tantos errores…, errores imperdonables que habían acabado en tragedia.
–Todo el mundo sabe que después de la muerte de Susannah no me quedaron ganas de tener otra relación –dijo–. Supongo que mi abuelo decidió tomar cartas en el asunto con su testamento para obligarme a afrontar mis responsabilidades como primer heredero de los McLaughlin.
Layla frunció el ceño de nuevo.
–¿Y quién será tu heredero? ¿O le dejarás Bellbrae a algún sobrino si Robbie tiene hijos?
Logan, que no había pensado en eso, esbozó una media sonrisa.
–Imagino que no querrías ayudarme con eso, ¿no?
A Layla le ardían las mejillas. Apretó los labios y contestó en un tono puritano:
–Por supuesto que no.
–Solo bromeaba –dijo él.
No era algo con lo que bromear, pero se negaba a considerar siquiera la posibilidad de tener hijos. Bastante mal lo había hecho ya con el daño que le había infligido a su hermano.
Aunque Layla había apartado la vista, la vio morderse de nuevo el labio y murmuró:
–Tengo que volver; tía Elsie me pidió que le echara una mano con algo.
–Necesito que me des una respuesta –le insistió Logan–. Esta noche a ser posible; hay que hacer bastante papeleo legal antes de…
–Te la daré esta noche, en la cena.
Logan asintió con la cabeza.
–Está bien, pues quedamos en eso.
Una media hora después Layla estaba sentada en las cocinas de Bellbrae con su tía abuela, que había preparado té y magdalenas.
–No parece que tengas mucho apetito –dijo tía Elsie, empujando la fuente de las magdalenas hacia ella–. ¿Te preocupa algo?
Layla tomó una magdalena y le quitó el papel.
–No sé muy bien cómo decirte esto… –comenzó.
Su tía abuela, que iba a tomar un sorbo de té, se detuvo y la miró con interés.
–¿Has conocido a alguien?
–No, es algo un poco más complicado –Layla inspiró profundamente y añadió–: Logan me ha pedido que me case con él.
La taza de la anciana repiqueteó ligeramente cuando la dejó en el platillo.
–¿Y qué le has respondido?
Layla no sabía muy bien cómo interpretar la expresión en el rostro de su tía abuela.
–¿No te sorprende que me lo haya pedido?
Tía Elsie alcanzó la tetera para rellenar las tazas de ambas y volvió a dejarla sobre el mantel antes de responder.
–En absoluto. Te conoce desde que eras una mocosa. Te ha visto crecer y convertirte en una joven atractiva. Serás una buena esposa para él, una esposa centrada y leal en la que podrá confiar –dijo. Miró a Layla por encima