–Sería una locura que lo rechazaras; es un buen hombre. Un poco callado, tal vez, pero no creo que quieras a un marido que hable mucho y no te escuche. Además, cuidará bien de ti.
Layla arrancó un pedazo a la magdalena con los dedos.
–Solo quiere que me case con él para no perder Bellbrae. Si no se casa antes de tres meses, será Robbie quien heredará la propiedad –le explicó. Se metió el trozo de magdalena en la boca, y masticó y tragó mientras observaba a su tía abuela para ver cómo reaccionaba.
Tía Elsie removió el té con su cucharilla antes de alzar de nuevo la vista hacia ella.
–Ya sabía lo del testamento de Angus; me lo contó antes de morir.
Layla frunció el ceño.
–¿Y no intentaste convencerle para que lo cambiara?
La anciana suspiró y se llevó la taza a los labios.
–A ese hombre no había quien lo hiciera cambiar de opinión. A Angus lo frustraba enormemente que Logan fuera incapaz de rehacer su vida después de perder a Susannah. De vez en cuando tenía alguna que otra cita, sí, pero su abuelo quería que sentara la cabeza y se hiciera cargo de Bellbrae. Así que si el único modo que ve Logan de no perder Bellbrae es que os caséis, ¿por qué no? Amas este lugar y también lo quieres a él.
–¡Tía Elsie! –exclamó Layla con una risa ahogada–. ¡Siento cariño por él pero no de esa clase!
La anciana enarcó las cejas.
–¿Estás segura?
En su adolescencia, Layla lo había tenido un tanto idealizado, no podía negarlo –cualquier chica de su edad habría estado coladita por él–, pero de eso a decir que ahora, de adulta, estaba enamorada de él…
Y, sin embargo, la atracción que sentía por él seguía ahí, como los rescoldos de un fuego que aguardaban a que alguien los avivara con un soplillo. Layla bajó la vista las migajas de magdalena que quedaban en su plato y exhaló un pesado suspiro.
–En realidad da igual lo que sienta o no por él, porque no sería un matrimonio de verdad –dijo, alzando la vista–. Sería únicamente un matrimonio sobre el papel, temporal.
Los ojillos de tía Elsie brillaron traviesos.
–Ya, ya, seguro…
Layla puso los ojos en blanco y se levantó para llevar las cosas al fregadero. Su tía abuela no podía ser más ilusa. En las revistas había visto fotos de Logan en diferentes eventos sociales con distintas acompañantes, todas guapísimas. Y había conocido a su prometida, Susannah, que también había sido una belleza. ¿Cómo podría ella competir con esas mujeres?
Capítulo 3
ESA TARDE Layla dio de comer a Flossie y la llevó a dar un paseo. Cuando regresaron, el animal empezó a roncar tan pronto como se echó en su cesta de mimbre, frente a la chimenea del estudio.
La entristecía ver su declive. Angus la había llevado a Bellbrae cuando solo era un cachorrito juguetón, al poco de que ella se fuera a vivir allí con su tía. Sospechaba que había comprado a la perrita para ayudarla a adaptarse mejor, y una vez, en una conversación con Angus, había deslizado esa suposición, pero él se había apresurado a negarlo con ese tono brusco que lo caracterizaba.
Layla había pasado muchos ratos felices jugando con Flossie, cepillando su sedoso pelo y dando paseos con ella por la propiedad. Al llegar el castillo le había parecido enorme y aterrador, pero con la compañía del alegre cachorrito había acabado convirtiéndose en un verdadero hogar. Un hogar que no podía imaginar que pudiera llegar a perder. Sus recuerdos más felices, los únicos recuerdos felices que tenía, estaban unidos a aquel lugar.
Estaba terminando de preparar la cena cuando Logan entró en la cocina. Le lanzó una breve mirada por encima del hombro y siguió removiendo el estofado que tenía en el fuego.
–La cena estará lista enseguida.
–¿Y tu tía? –le preguntó Logan.
Layla se volvió.
–Le he dicho que se tomara la noche libre –le explicó. Se quedó callada un momento antes de añadir–. Sabía lo del testamento. Tu abuelo se lo contó.
Logan frunció el ceño.
–¡Vaya, qué considerado! –murmuró él con sarcasmo–. Se lo contó a alguien del servicio, pero no a mí.
Layla apretó los labios.
–Tía Elsie es algo más que una simple ama de llaves –le espetó irritada mientras deshacía el nudo del delantal–. Ha estado al lado de tu familia en los momentos buenos y malos durante treinta años –le recordó, arrojando el delantal sobre una silla–: cuando tu madre os abandonó, cuando tu padre murió, y la primera vez que Robbie se descarrió. Y también cuando tu abuela murió y tú estabas en la universidad. Ha trabajado como una mula todos estos años; no te atrevas a referirte a ella como «alguien del servicio» –lo increpó. Su pecho subía y bajaba, como si hubiese subido corriendo una de las torres del castillo.
Logan cerró los ojos un momento y suspiró.
–Parece que últimamente cada vez que abro la boca meto la pata –murmuró torciendo el gesto, disgustado consigo mismo–. No pretendía ofender a tu tía, pero es que me fastidia que mi abuelo me tuviera preparada esta jugarreta. Odio las sorpresas, y esto era lo último que me esperaba de él.
Desde luego había sorpresas… y sorpresas, y Layla sabía que por desgracia la vida de Logan había estado jalonada de malos tragos y tragedias, como que su madre los abandonara a su hermano y a él cuando solo eran niños, para irse a vivir al extranjero con su amante, como la repentina muerte de su padre por cáncer de páncreas, o el suicidio de su prometida.
–Espero que no te importe que le haya contado a tía Elsie que me has pedido que me case contigo.
Logan se quedó mirándola.
–Claro que no. ¿Y qué te ha dicho?
–Que sería una locura que no aceptara.
–¿Y vas a aceptar?
–Para que te quede claro: no quiero casarme contigo –puntualizó ella, levantando la barbilla–, pero tampoco quiero que pierdas Bellbrae, así que sí, voy a aceptar tu propuesta. Considéralo como una obra de caridad.
Si se había sentido aliviado al oír su respuesta, desde luego Logan no se lo dejó entrever. Por la mirada inexpresiva que le dirigió, bien podrían haber estado hablando del tiempo.
–Agradezco tu sinceridad. Ninguno de los dos queremos esto, pero sí, los dos queremos salvar Bellbrae.
Layla mantuvo la barbilla bien alta y le sostuvo la mirada.
–Tía Elsie también me dijo que duda que siga siendo un matrimonio solo sobre el papel por mucho tiempo.
Él esbozó una media sonrisa que hizo que a Layla el estómago le diese un vuelco. Hacía años que no lo veía sonreír.
Logan se acercó a ella.
–¿Y por qué piensa eso? –inquirió con voz ronca.
Layla apartó la vista. Las mejillas le ardían.
–¿Quién sabe? –contestó encogiendo un hombro–. A lo mejor cree que el deseo se apoderará de ti y no podrás resistirte a mis encantos.
Se hizo un silencio tenso, un silencio cargado de una energía inusual que parecía vibrar en cada partícula de oxígeno. Una energía que hizo que un cosquilleo recorriera a Layla. Le lanzó una mirada furtiva a Logan y lo encontró mirándola pensativo.
Logan pareció salir entonces de su ensimismamiento y se pasó una mano por el pelo.
–Pensaba