En segundo lugar, con relación a la presencia de cierto tipo de intereses que obliguen a desvirtuar la respuesta de un creador en una encuesta de este tipo, tampoco creemos que exista una lectura desinteresada. De hecho, la posición que ocupa el crítico, ya sea como reseñista de un medio de comunicación o como académico universitario interesado en nuestro proceso poético, necesariamente se vincula con ciertos intereses personales o de grupo o ciertos presupuestos ideológicos de lectura que de algún modo determinan sus juicios estéticos. No debemos olvidar que en ambos casos se trata de instituciones desde las cuales el crítico/estudioso ejerce una influencia muy importante en el reconocimiento de una determinada obra o autor: no existen, en tal sentido, críticos “puros”, “imparciales” u “objetivos” que ejerzan desinteresadamente la función de consagrar a tales autores u obras. Existen, más bien, críticos cuyas lecturas obedecen a criterios establecidos de antemano a través de ciertas valoraciones de lo que ideológicamente consideran “literario” o no. En esta medida resulta evidente, una vez más, que los textos literarios existen siempre en función de aquellas subjetividades que establecen contacto con ellos y, en tal caso, la tarea más productiva para el crítico ha de consistir en determinar cómo se han configurado esas subjetividades y a qué condiciones sociales o históricas responden.
Con relación a las diferencias que atañen a aquello que podríamos caracterizar como “lecturas generacionales” —y que se vinculan con las edades de nuestros encuestados— constatamos que la inclusión y consideración de un número proporcional de participantes cuyas edades fluctúan, casi todos, entre los treinta y los setenta años nos ha permitido establecer una aproximación equitativa de la producción poética del periodo. Aun cuando resulta evidente que el conocimiento del estado de la cuestión entre poetas-críticos-estudiosos de edades mayores —y probablemente más aún en el caso de quienes residen fuera de nuestro país— puede resultar insuficiente dado que su conocimiento de la producción más reciente se ha ido debilitando, resulta también claro que la participación de los más jóvenes poetas-críticos-estudiosos ha contribuido a atenuar el efecto que ello podría suponer. Igualmente, es posible suponer en muchos de estos últimos un conocimiento más panorámico (quizá más endeudado con las consagraciones y canonizaciones establecidas a través del tiempo) del proceso poético de las décadas de 1970 y 1980, por lo que la participación de un buen número de poetas-críticos-estudiosos mayores resulta fundamental.
Así como pretendimos cubrir diferentes edades entre los consultados, creemos que la selección de opinantes logra abarcar también las diversas corrientes dentro del panorama de nuestra poesía reciente. En este sentido, entre los convocados, puede reconocerse no solo a poetas que pertenecieron a algunos de los grupos más importantes de la escena nacional durante el periodo estudiado (Hora Zero, La Sagrada Familia, Kloaka, Neón, Noble Katerba, Inmanencia), sino también a diversos miembros del campo literario vinculados con otras posibilidades de lo que Raymond Williams llamaría “formaciones literarias” (Williams 2000: 141) que, como explican Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano, corresponde a “los movimientos, los círculos, las escuelas, es decir la variada gama de formas de agrupamiento intelectual a través de cuya existencia y actividad se manifiestan algunas de las tendencias de la producción artística y literaria” (Altamirano y Sarlo 1993: 97). Así, están incluidos entre los consultados poetas representativos de diversas estéticas y registros explorados o consolidados durante el periodo estudiado, así como también críticos, estudiosos o gestores culturales, que sin necesidad de ser necesariamente “orgánicos” a tal o cual corriente, sí han demostrado una preferencia clara o un interés particular por alguna de estas, sin que ello signifique que la elección de su nómina de poetas se viera restringida a la tendencia o grupo en cuestión.
En cuanto a la distribución de género de los consultados, pensamos que el número de mujeres (veinticinco) y de hombres incluidos (cien), a pesar de evidenciar un fuerte desequilibrio, refleja aún, lamentablemente, la realidad de la dinámica de nuestro campo literario.13
Uno de los aspectos más delicados en la búsqueda de heterogeneidad en la lista de consultados está vinculado con la representatividad geográfica. En este sentido, pretendimos que los opinantes peruanos correspondieran a diversos lugares de nuestro país, pero sin que esto significara la postulación de la existencia de un campo literario imaginariamente descentralizado y realmente democrático, en donde los actores de todas las regiones tuvieran —en la disputa de poderes que constituye la dinámica del campo— igual posibilidad de participación e influencia a la hora de definir las valoraciones de la poesía, situación que, como es claro, no se condice con la precariedad institucional literaria en el Perú ni con las desigualdades y fracturas de nuestra sociedad. Es necesario señalar, entonces, que la configuración de la lista de opinantes buscó reflejar la realidad de la dinámica de nuestro campo literario, antes que los deseos de una urgente e indispensable modificación de las estructuras de este y del conjunto de la sociedad.
Obviamente, la concreción de este empeño no se puede sostener sino en intuiciones, percepciones relativamente subjetivas y, a lo más, en indicios que no pueden asumirse como definitivos en tanto se carece de datos sistematizados al respecto. Veamos: de los ciento catorce consultados peruanos cerca de treinta están vinculados con provincias distintas de Lima; esto quiere decir que nacieron y vivieron un tiempo prolongado en ciudades diferentes de la capital, que viven actualmente en ellas o que, siendo limeños, cuentan con una relación muy estrecha con la producción literaria de provincias.14 Como anotamos, a pesar de la desproporción numérica, pensamos que estas cifras no están lejos de reflejar la real dinámica de funcionamiento, en la actualidad, de nuestro campo literario. Uno de los indicios que permiten esta sospecha se vincula con los lugares de publicación de poemarios de los poetas peruanos de las últimas décadas que gozan de algún tipo de reconocimiento relativamente consensual. En su estudio Fiesta prohibida. Apuntes para una interpretación de la nueva poesía peruana 60/80, Jesús Cabel incluye una “Bibliografía selecta de la poesía peruana”. Allí, en la sección correspondiente a “Libros”15 registra ciento cincuenta y cinco títulos, de los cuales solo veintiocho fueron publicados en provincias diferentes de Lima (Cabel 1986: 341-349). El dato es interesante en tanto el estudio de Cabel busca abarcar los procesos poéticos de los diversos lugares del país. En los cuadros estadísticos que aparecen al final de este mismo estudio, informa Cabel que entre Lima y Callao habita el 52,8 por ciento de los poetas peruanos nacidos después de 1935 que logra registrar (371).16 Otro libro cuya referencia resulta interesante como indicio, es la antología Poesía peruana. Siglo XX de Ricardo González Vigil, publicada en dos tomos por Ediciones Copé en el año 2000. En el segundo tomo, a partir de la sección dedicada a la Generación del 70 (acápites “Generación del 70”, “De los años 70 a los 80” y “Años 90”), es posible reconocer, entre los noventa y siete autores incluidos en total en dichos bloques, que solo dieciséis de ellos cuentan entre sus títulos con algunos publicados en provincias.17 De los ciento un títulos que suman en total estos dieciséis autores, solo treinta y tres han sido publicados en provincias distintas de Lima, mientras que treinta y seis aparecieron fuera del Perú.
Otro dato que puede ayudar a formar una idea sobre la realidad del campo literario peruano es el número y la distribución