Dos selecciones aparecidas en los últimos años exploran territorios alejados de la poesía conversacional. La primera de ellas es Actual triantología de la poesía argentina, brasileña y peruana (2004) de la revista Homúnculus, que pretende recoger el reverso de lo conversacional soterrado en las selecciones previas y privilegiando, en cambio, el neobarroco y la experimentación.36 La otra propuesta está en Festivas formas. Poesía peruana comtemporánea del uruguayo Eduardo Espina (2009).37 El prólogo es elocuente y está encaminado a reconocer, según el autor, el declive de la retórica de lo conversacional:
La lírica peruana actual, antes como instancia histórica que como coincidencia de propuestas generacionales, se caracteriza por un replanteamiento de la poesía en tanto problema específicamente lingüístico. Es crítica de su proceder en el idioma, y como tal acumula un necesario despilfarro de discursos. La historicidad del poema tiene tanto en cuenta lo que dice como la forma en que lo expresa. La única coartada de trascendencia es retórica (2009: 29).
Si bien Espina se refiere a los poetas aparecidos en los últimos años, el juicio revela el lugar de la mirada para valorar la poesía previa.
Una antología importante, por la audiencia internacional que concita y porque se enmarca en una serie de volúmenes que ofrecen un panorama de la poesía latinoamericana de la actualidad, es La poesía del siglo XX en Perú de José Miguel Oviedo. Si bien esta muestra revisa la poesía peruana del siglo XX partiendo de Eguren y Vallejo, es interesante observar la lectura y valoración que hace Oviedo del setenta, treinta y cinco años después de Estos trece. Luego de afirmar que un sector considerable de la poesía de ese periodo estuvo a cargo de los grupos Hora Zero y Estación Reunida señala que ellos propusieron un modo de escribir “bastante hirsuto, anárquico e impulsivo […] un síntoma agriado de que la poesía había entrado en una fase de emergencia y desmantelamiento general” (1973: 41-42). La elección de Oviedo privilegia dos voces ajenas a los proyectos colectivos, Watanabe y Sánchez León, y subraya que especialmente el primero sobresale por el cuidado y exactitud en el trabajo del poema muy lejos de cualquier condición “hirsuta” o de “desmantelamiento” del buen decir. En la poesía surgida en los años ochenta observa un aislamiento y ausencia de actitudes de ruptura en los dos poetas seleccionados (Di Paolo y Chirinos). En líneas generales, y reconociendo el valor de los poetas elegidos por Oviedo, puede decirse que su lectura para este periodo es conservadora y respetuosa del canon y las expectativas internacionales.
No podemos dejar de considerar en esta revisión la antología Poesía peruana siglo XX. Tomo II de Ricardo González Vigil (1999). Aparecida a fines de la década del noventa, pretende ofrecer un recuento integral de la poesía peruana del siglo XX y como tal es inclusiva y casi censal; basta consignar que dicho volumen recoge los poemas de 122 poetas para el periodo cronológico 1960-1999 y en ella figuran poemas de 40 de los autores que forman parte de nuestra propuesta.38 La misma situación puede observarse en casi todas las antologías aparecidas a partir de El bosque de los huesos. Salvando el marco cronológico que cubre cada una de ellas y el criterio establecido por el antologador hay alrededor de treinta poetas cuyos poemas aparecen en varias de ellas. Esta convergencia revela el valor y el interés de nuestra antología consultada que surge como el espacio de un consenso espinoso y parcial, es cierto, pero consenso al fin. En él están consolidándose, como ya lo hemos señalado, poéticas otrora poco visibles o calificadas de “insulares” y que ahora adquieren un mayor peso específico en el complejo tejido de la poesía peruana reciente.
4. Esta antología
Revisemos ahora la muestra resultante. Tomemos como punto de partida la lista que elaboramos para iniciar la consulta: una lista de cerca de trescientos autores, la misma que se vio enriquecida a partir de las primeras respuestas, hasta llegar a cerca de trescientos cincuenta poetas. Esta, en tanto fue presentada en todo momento como referencial, dejaba constancia de que no cubría la totalidad de poetas enmarcados en las coordenadas definidas. Es más, no sería imposible pensar en que por lo menos una cantidad semejante a la de los autores considerados no fue reconocida ni por nosotros ni por los opinantes. A estos autores ni se les dio ni lograron visibilidad en esta consulta. Frente a esto sería posible responder que su desconocimiento por parte de los opinantes convocados es una evidencia de su poca importancia o representatividad en el espectro de la producción poética reciente. Aunque muy probablemente esto sea cierto en la mayoría de los casos imaginables, no deja de ser problemático puesto que nos conduce a varios nudos del campo literario peruano.
Uno primero es la relación entre los espacios centrales y los periféricos. Dos dimensiones constitutivas de todo campo cultural que —como ha anotado José María Pozuelo Yvancos a partir de los planteamientos de Iuri Lotman— funcionan interdependientemente: “no hay centro sin periferia y el dominio de la cultura, su propia constitución interna, precisa de lo externo a ella para definirse” (1998: 225). Al respecto, podemos mencionar, como ejemplo, la polaridad Lima-provincias. El hecho de que los 45 seleccionados para esta antología, casi ninguno de ellos viva actualmente en alguna provincia peruana diferente de Lima39 es un dato innegablemente revelador no solo de cómo se tejen los prestigios en nuestra ciudad letrada, sino quizá también —y de modo más preocupante— de cómo se construyen o no los espacios y condiciones indispensables (léase posibilidades de lecturas, diálogos, intercambios, retroalimentación crítica, etcétera) para el desarrollo de una obra solvente. Aunque es esperable, como señalamos, que estas circunstancias puedan cambiar como efecto de las modalidades comunicativas contemporáneas, que ponen fácilmente al alcance de las nuevas generaciones accesos e intercambios antes poco imaginables, se observa aún un rezago frente a la escena limeña en lo concerniente a los autores mayores de treinta años.
No obstante, aproximadamente una tercera parte de los autores seleccionados no nacieron en Lima, sino que llegaron a formar parte fundamental del campo literario peruano —varios de ellos, al menos— gracias a las modificaciones ocurridas en los años sesenta y fundamentalmente en los setenta, que alteraron radicalmente las estructuras tradicionales (de carácter notoriamente más criollo-cosmopolita y centralista) de nuestra literatura, con lo que se recuperaba un dinamismo de carácter nacional semejante al observado en la agitada escena vanguardista de los años veinte. Las transformaciones producidas en la configuración de la sociedad durante los años setenta y, en particular, las demandas de importantes sectores, entre los productores literarios, por la renovación desde una perspectiva nacional y más democrática del quehacer escritural resultaron muy significativos para este proceso que —es posible afirmar a modo de hipótesis— se vio alterado, durante los años ochenta y buena parte de los noventa, entre otras razones, con el inicio de las acciones armadas de Sendero Luminoso y la respuesta antisubversiva del Estado, que limitaron los intercambios geográficos y con ello la posibilidad de desarrollar polos descentralizados de producción poética dinámica y renovada. Otra razón podría vincularse con la retracción de la presencia del Estado, así como de espacios privados, en el campo de la promoción y difusión de la cultura literaria letrada fuera de Lima; nos referimos, por ejemplo, a la disminución de la actividad editorial estatal en contraste con la que tuvo en la década de 1970 la Casa de la Cultura, que luego se constituyó en Instituto Nacional de Cultura;40 igualmente a la casi absoluta desaparición de librerías que tuvieran una oferta poética amplia para los lectores interesados. Si una importante cantidad de autores no limeños de estos años ochenta y noventa figuran en la