Otro aspecto también relacionado con los espacios centrales y periféricos de nuestro campo literario, y que permite seguir indagando acerca de la heterogeneidad conflictiva de nuestro país (Cornejo Polar), se relaciona con el hecho de que nuestra propuesta de una antología consultada de la “poesía peruana” —elaborada a partir de la consideración del soporte de la escritura, como ya explicamos—, fue entendida, aparentemente, como de “poesía peruana escrita en castellano”, como sucede habitualmente en nuestra ciudad letrada en antologías, estudios literarios, cursos universitarios y escolares, reseñas y recuentos periodísticos.41 Esto ocurrió a pesar de que en nuestro listado referencial incluimos nombres como los de Odi González, Dida Aguirre o José Luis Ayala, entre otros más, que corresponden a la producción poética contemporánea escrita en lengua quechua o aimara, ninguno de ellos llegó al número de menciones suficientes para ser considerado dentro de la antología, y salvo González, ninguno fue considerado siquiera cercanamente. El caso de Odi González es particularmente interesante puesto que se trata de un poeta bilingüe quechua-castellano que solo en los últimos tiempos ha incursionado en la escritura (o al menos en la publicación) en quechua de su propia poesía. Podría señalarse que esto está relacionado con que mayoritariamente los opinantes desconocen estas lenguas y que, a pesar de que los libros de los autores incluidos en la lista referencial están publicados en ediciones bilingües, consideraron que su acercamiento no sería a los textos reales sino a la “versión traicionera” o “traidora” que corresponde a toda traducción. Si bien esta posibilidad existe, es más verosímil pensar que esta exclusión tiene que ver con el desconocimiento no solo de esta producción sino, quizás en muchos casos, de la posibilidad y el valor de dicha producción. El glotocentrismo42 del castellano y la centralidad de la escritura en la consideración de la producción literaria peruana no competen, por supuesto, exclusivamente a esta antología y a nuestro modo de establecer quiénes serían los opinantes. Son fracturas que configuran raigalmente nuestra sociedad y que representan sin duda, en este sentido, puntos pendientes no solo en la agenda de la crítica literaria peruana sino, más amplia y urgentemente, en la configuración de nuestra nacionalidad.
Sin embargo, a pesar de la marginación que sufren las lenguas indígenas y culturas subalternas en nuestro campo literario, resultan significativas las transformaciones ocurridas en las últimas décadas que se relacionan no únicamente con el plano de la producción sino también con el de la recepción poéticas y que involucra a un número importante de los autores seleccionados —en tre ellos, algunos de los once que alcanzan el mayor número de menciones—43 poetas en cuyas obras está presente una hibridación lingüística o cultural que comprende no solo lo andino, sino también lo urbano popular, lo mestizo, lo marginal y lo lumpen, como se observa, por ejemplo, en obras como las de Manuel Morales, Jorge Pimentel,44 Juan Ramírez Ruiz, Cesáreo Martínez, Enrique Verástegui, Roger Santiváñez, Domingo de Ramos, Rodrigo Quijano, Roxana Crisólogo o Paul Guillén, además de varios de los poetas mencionados anteriormente. Creemos que, en este sentido, la muestra obtenida a través de nuestra consulta evidencia el lugar cada vez más importante que ocupan los procesos de hibridación y transculturación dentro de nuestro campo literario.
Retomemos ahora el comentario acerca del escaso o nulo conocimiento que muchos opinantes presumiblemente poseen de buena parte de los poetas incluidos en la lista referencial (y, más aún, de los no incluidos). Como señalamos, esto no se explica únicamente por las posibilidades de conocimiento individual o por las preferencias estéticas de los lectores, sino que está muy relacionado con los mecanismos de difusión pública de la producción poética y, en especial, de las posibilidades de “consagración” de un autor como representativo o, incluso, canónico. Con relación a esto, una primera observación posible se relaciona con la poca o nula distancia temporal, en muchos de los casos, entre la producción poética considerada y la consulta realizada. Es conocido y repetido que el tiempo es el mejor y más implacable crítico literario. De ello se desprende que la acción del tiempo permitiría resolver la pregunta planteada sobre los autores más relevantes del periodo 1968-2008 de mejor manera que cualquier consulta. Aceptar esto sin discusiones —a pesar de la posibilidad de objeciones surgidas, a modo de ejemplo, desde la recuperación de autores y voces por antologías como El libro de unos sonidos. 37 poetas del Perú, preparada por Reynaldo Jiménez, o por compilaciones como Los otros (I y II hasta el momento), llevadas a cabo por el equipo conformado por Carlos Carnero, Gonzalo Portals y Rubén Quiroz, o 10 aves raras de la poesía peruana, elaborada por Luis La Hoz—, llevaría a renunciar a cualquier pretensión de sistematizar el panorama de la producción de los poetas en actividad y contribuiría, en ese sentido, a mayores exclusiones, olvidos y desconocimientos. También frente a ello fue que optamos por desarrollar este proyecto a pesar de las mayores dificultades y riesgos y a sabiendas de las limitaciones insalvables.
Otra dimensión de este problema se relaciona con los sistemas de difusión de nuestra producción literaria reciente y, entonces, con la construcción de la imagen de nuestra literatura en actividad a través de los medios de comunicación y de las publicaciones y estudios especializados. Como es sabido, ambos espacios, aunque definitivamente relacionados no son analogables. Como señalan Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano, el estudio o el comentario de autores en la crítica especializada contribuye a la permanencia de estos y a su reconocimiento a largo plazo, mientras que la creación de la imagen pública de lo que se entiende por literatura (o poesía, en este caso) contemporánea y viva, depende mucho más directamente de la mención o aparición de estos en los medios de comunicación.45 Entre ambos espacios están las publicaciones que corresponden a las “formaciones literarias”, como apuntan Sarlo y Altamirano a partir de Raymond Williams; es decir, las publicaciones que corresponden a los propios actores de la producción literaria: órganos de grupos literarios o revistas interesadas sobre todo en relievar aquello vinculado con las perspectivas, gustos, ideologías e intereses de sus actores.
El periodo abordado por nuestra antología es sumamente complejo en cuanto a lo señalado y, en esta medida, son muchos los lados desde donde se fuerza o se invita a la construcción de una imagen de nuestra poesía contemporánea. El resultado es un espejo trizado que nos ofrece rostros diferentes, incluso a veces irreconciliables. Queda claro, en dicho momento, quizás como no sucedía desde la acción de las vanguardias estético-ideológicas de los años veinte y treinta que, como señala Pierre Bourdieu (enero de 1989-diciembre de 1990), el campo literario es “[…] un campo de fuerzas que actúan sobre todos los que entran en ese espacio y de maneras diferentes según la posición que ellos ocupan en él […], a la vez que un campo de luchas que procuran transformar ese campo de fuerzas” y que, como el mismo Bordieu anota a continuación, “la lucha cuya escena es la República de las letras constituye el verdadero principio de las tomas de posición artísticas y literarias”.
Como señalamos, en la década de 1970 se produce una serie de modificaciones que dan un rostro distinto a nuestro campo literario. La aparición del movimiento Hora Zero en 1970 con su manifiesto “Palabras urgentes”, en que sometió a un severo juicio a la poesía peruana contemporánea (descalificando a todos los poetas salvo a César Vallejo y Javier Heraud), representó un importante punto de inflexión que —enmarcado en un periodo de transformaciones sociales, políticas, económicas y culturales que exacerbaron las expectativas de nuevos modos de ubicación, presencia y representación en la sociedad por parte de diversos actores tradicionalmente ubicados en los márgenes— contribuyó a rediseñar las fronteras del campo literario. Este se hizo más inclusivo en cuanto a los autores reconocidos en la escena poética, incorporando, como sugerimos líneas arriba, a muchos que las coordenadas anteriores hubieran dejado probablemente al margen: poetas provenientes de los sectores medios proletarizados o de capas populares emergentes, limeños y no limeños, varios de ellos ajenos, además, a las instituciones tradicionalmente reconocidas como los espacios de formación