Además del LSD, la investigación ha descubierto otros productos entre los que podemos seleccionar algunos tan conocidos como:
El MDMA, Adam, también conocido como éxtasis, fue sintetizado en diciembre de 1912 y calificado como droga peligrosa por la ONU en 1985; se extendió por el mundo terapéutico por sus efectos menos duros que el LSD. Produce, como todo alucinógeno, un estado de salud mental artificial, como expresa Claudio Naranjo. Son cuatro horas en las que se anestesia el ego, la neurosis infantil, en un estado amoroso y sereno, donde evolucionan y se clarifican las relaciones. Si el uso es repetido se produce un agotamiento de los receptores, con sus consecuencias psíquicas y con el correspondiente peligro que proviene de utilizarla en fiestas para una satisfacción que obvia la limpieza personal y el dolor. El MDMA (metilendioxianfetamina) provoca sensaciones sociales y perceptivas no ordinarias; no es claramente un alucinógeno según algunos, sin embargo sí que hay que diferenciarlo del MDA o píldora del amor, de efectos aparentemente más tóxicos, lo que afecta a las consecuencias legales. Los efectos del MDMA, según son descritos, abren a la persona a sus sentimientos e intuiciones, a su propio despertar de la consciencia y a la empatía con los otros.
Otros tipos de sustancias, en este caso naturales, como el peyote de los hui-choles, los diversos hongos, sobre todo del sur mexicano psilocibina y psilo-cina, las ayahuasca en suramérica, las archiconocidas hachis, marigüana, las típicas de la tradición europea: beleño, mandrágora, amanita, belladona, estramonio, etc., han estado presentes en nuestra cultura. La bebida soma del Rig-Veda y el haoma del Zend-Avesta estaban hechas de amanita según Robert Gordon Wasson, quien además afirma su generalidad como mecanismos expansores de la mente en las culturas antiguas. Patañjali ya afirmaba que “los poderes sobrenaturales se obtienen de nacimiento o mediante drogas, el poder de la palabra, la autodisciplina o el samadhi”. Aldous Huxley y otros clásicos nos pusieron al corriente sobre estos caminos, sobre los que Occidente apenas tiene nada sistematizado. Sin embargo, las tribus indias lo conocen con exactitud. La sustancia psicodélica en un trabajo organizado puede servir, si se desea, como un vehículo de profundización del propio investigador y del terapeuta, para explorar sus zonas desconocidas y cartografiar las distintas regiones de la mente, para atravesarlas y así tener las claves de los procesos por donde puedan encallar sus clientes. Sin embargo no se puede despreciar la dureza secundaria de los productos farmacológicos, ya que no es fácil controlarlos. Cuando el LSD sube, sube; es imparable, aunque se desee bajar fervientemente. A eso hay que añadir las molestias de los productos fijadores del ácido. Por el contrario, el chamán recalca el efecto beneficioso y curativo de sus productos naturales, usados para curar. No olvidemos que en nuestra cultura religiosa, en su núcleo, la misa, el sacerdote bebe y come, y da de beber y comer. Tal vez entre los antiguos cristianos de las catacumbas se llevaba más lejos la experiencia.
Como colofón de lo estudiado, no podemos confundir un trabajo organizado con personas responsables, con un indisciplinado y a veces perverso uso de lo que se llama comúnmente “drogarse”.
El producto psicodélico, la planta psicotrópica, no podemos ocultarlo, es un vehículo tan poderoso de transformación que nos abre a realidades que desde una consciencia ordinaria aparecen como imposibles. Por ello su uso es delicado en extremo.
En este apartado no podría faltar nuestro amigo Richard Yensen, quien se formó como investigador de drogas psicodélicas en el ya mítico hospital de Maryland, además de estar en relación con el chamanismo mexicano y con Castaneda. Yensen trabaja actualmente con su compañera Donna Dryer en investigaciones con alucinógenos en el campo psicológico, en el único programa aprobado por la administración americana soportando las dificultades que tienen para llevar esta empresa a flote, pero de sus comunicaciones se desprende la ilusión del pionero por acceder a esos planos de realidad a los que tanto miedo les tiene nuestra humanidad consumista. Desde hace años Yensen escribe artículos muy valorados sobre este tipo de investigaciones; de ellos se desprende la ilusión del buscador humano abierto a lo desconocido e invocando a la sociedad para que admita que la investigación con potenciadores psicotrópicos y psicodélicos, además de echar mano de la forma en que las antiguas culturas los usaban como método de curación y organización, es una labor que puede ofrecernos nuevas cotas de evolución y de curación, pues el panorama que estos productos abren, como telescopios interiores, es un enigma independiente del punto de vista que se tenga, aunque a la hora de la práctica se ha de tener en cuenta quién lo hace como terapeuta, dónde y cómo, pues el principio de incertidumbre también está presente en el uso del LSD y otras drogas, de tal manera que hay que sopesar “los métodos de medición” y las posibles influencias sobre los procesos.
Me llama mucho la atención esa forma tan humana de investigar de Yensen, pues se implica en ello y nos da a conocer sus propias posiciones internas. El caso de Joe, paciente de 70 años con un cáncer terminal que se sometió a una terapia con DPT, (droga psicodélica cuya acción es menos duradera que el LSD), sirvió para recapitular la vida personal y preparar la antesala de su muerte de una manera serena y aceptada. Richard comenta que en la terapia psicodélica –donde se enfrentan profundamente las claves de la enfermedad y de la muerte, la inminencia de ésta o la psicosis– no hay separación de sujeto y objeto, de terapeuta y paciente, lo que supone una previa y decisiva preparación profesional y personal.
Richard Yensen explicita que existen tres paradigmas sobre la utilización del LSD:
La psicopatomimética, que afirma que el LSD crea un modelo de psicosis. La psicolítica, sosteniendo que el LSD altera las relaciones entre el consciente y las partes inconscientes de la personalidad, y por lo tanto crea un estado útil terapéutico de orientación psicoanalítica. Y la psiquedélica, que asume que el LSD facilita experiencias cumbre y experiencias místicas cuando se administra en dosis apropiadas y en el contexto adecuado. Este paradigma está unido al ya mítico hospital psiquiátrico de Maryland (USA). Todas estas teorías nacen de estudios que ya se inciaron conjuntamente con las investigaciones químicas modernas, aunque sabemos que el uso de los productos psico-trópicos se remonta a los orígenes de la humanidad.
Richard Yensen, partiendo de la continua crisis de los tratamientos psicológicos y psiquiátricos, demanda que el estudio de estas drogas psicoactivas no sea olvidado ni archivado, puesto que tenemos la necesidad imperiosa de avanzar en el conocimiento del rol y de la función de la mente humana en la salud y en la enfermedad. Así pues, el LSD y otras drogas son una promesa importantísima para la humanidad, de tal forma que el único camino es profundizar en la comprensión de cómo usarlas adecuada y responsablemente, puesto que los resultados experimentados son innegables.
La terapia con LSD y otras drogas se ha llevado a tratamientos paliativos con enfermos terminales, en casos de psicosis o nerurosis graves; en alcohólicos como se ha hecho en Canadá, con resultados considerados como preventivos y ejemplarizantes por la experiencia de locura transitoria en algunas personas, pues así comprenden que esa locura es a lo que definitivamente les puede llevar el abuso del acohol; o por el contrario frente a la experiencia de la belleza trascendente y redentora como curación de esas dimensiones. Para todo ello es necesario que se aclaren las informaciones críticas sobre el LSD asociado a la histeria y a los daños a los cromosomas, al movimiento hippie y a su parafernalia. Los nuevos paradigmas, según Yensen y Dryer, han de incluir también el paradigma de las drogas unido a los conocimientos del pasado para así dar repuesta a nuevos niveles de investigación. Es, pues, necesario seguir un trabajo cuidadoso y científico en todos los niveles posibles, desde las fronteras moleculares de la comprensión del cerebro a sus relaciones con la consciencia, de tal manera que ninguna cultura que aspire a una completa humanidad puede dejar esto de lado.
Richard Yensen y Donna Dryer, –su esposa– viven con esta perspectiva.
Fármacos. No podemos olvidar otro tipo de droga, legal para