Separadamente fue allá un centenar de personas de su intimidad.
Un antiguo alumno suyo, arquitecto, dirigió la construcción de la fosa y otro antiguo alumno albañil hizo la bóveda.
Y allá quedó bajo tierra y flores entre los dos que fueron sus maestros más queridos, don Julián Sanz del Río y don Fernando de Castro[133].
La muerte de Giner, aunque esperada, produjo gran conmoción e incluso dio lugar a polémicas entre clericales y anticlericales, como refleja la prensa de la época. Los principales periódicos comunicaron la noticia[134]. Muy expresivo es el encendido artículo publicado por el republicano José Nakens en El Motín con el título de «Los santos laicos», en el que afirma:
La prensa clerical, que no pudo difamar a Giner de los Ríos en vida y que tampoco se atreve a injuriarle después de muerto, porque la llenaríamos de salivazos, trata de hacer creer a los suyos que Giner de los Ríos era casi católico porque uno de la secta le ha dicho que lo vio comer carne un viernes y otro entrar en una iglesia un jueves santo[135].
El tono contrasta con la sobriedad de otro medio, la Revista General de Enseñanza y Bellas Artes, que comunica la noticia con respeto no exento de cierta crítica:
El Sr. Giner de los Ríos era una personalidad de indiscutible talento, de vasta cultura y con decidida vocación por la enseñanza, practicando la neutra en aquella Institución de la que han salido no pocos prosélitos.
Aunque no estamos conformes con la tendencia bien marcada que simboliza la creación de D. Francisco Giner de los Ríos, no obraríamos en justicia si no reconociéramos en el catedrático fallecido cultura extraordinaria y talentos sobresalientes, dignas de enaltecimiento. Descanse en paz[136].
La muerte de Giner, tan sentida, dejó un hueco que nadie ocupará, ni siquiera su discípulo predilecto y más fiel seguidor, Cossío, muy afectado por la pérdida del maestro y mentor. La influencia ejercida por Giner había sido fundamentalmente humana y directa en sus discípulos y colaboradores, mucho más que doctrinal o teórica; por tanto, era insustituible.
Más que tarea docente, la suya fue una verdadera labor de apostolado tendente a rescatar de la molicie a una juventud que
sufre alegre, casi sin enterarse, parte por la austera sobriedad de la raza, parte por su atraso, el sucio hospedaje y mala bazofia a que los más tienen que atenerse; es político y patriota, en todos los sentidos, desde el más puro y noble, al pésimo[137].
Su trabajo formativo se concretó en dos niveles:
a) Los alumnos de los cursos de doctorado impartidos por él en la Universidad Central tras reincorporarse a su cátedra de Filosofía del Derecho en 1881.
b) Los niños que acudían a la escuela de la Institución, en los que encontraba una arcilla más maleable y dúctil para ensayar sus principios pedagógicos.
Su carácter abierto y afable le ganaba voluntades y simpatías, sobre todo entre los jóvenes.
El diálogo estilo socrático, la sencillez de Giner, su ángel de andaluz inteligente, su ansia de saber y de estar al día, su fama de inconformista activo y radical, su gran interés humano y su innegable coquetería espiritual, junto con su gran rigor ético, impresionaban a la juventud, ansiosa de cauces nuevos[138].
La semilla gineriana prendió en hombres que tendrán gran influencia en la vida política, social y académica. Seguimos el criterio generacional ya clásico establecido por la profesora Gómez Molleda[139]:
a) Nacidos entre 1870 y 1880. Un grupo se educa en la Institución desde la segunda enseñanza: Julián Besteiro, los hermanos Antonio y Manuel Machado, Juan Uña, Pedro Blanco y Ángel do Rego. Otro grupo proviene de los doctorandos: Bernaldo de Quirós, Domingo Barnés, Fernando de los Ríos, Álvaro de Albornoz, Navarro Flores, Flores y Lemus y José Castillejo.
b) Nacidos entre 1880 y 1890, «nietos» de Giner: Manuel Azaña, José Pijoán, Augusto Barcia, Pérez de Ayala, Juan Ramón Jiménez, Julio Camba, Eugenio d’Ors, Rivera Pastor, Ortega y Gasset, Tomás Elorrieta, Américo Castro, Salvador de Madariaga, Gregorio Marañón, García Morente, Lorenzo Luzuriaga, Jiménez de Asúa, Jiménez Fraud y Federico de Onís.
Pero la irradiación del «estilo» gineriano fue más allá de las aulas y cuajó en lo que Luis de Zulueta denomina «comunidad espiritual», integrada por
las familias de los alumnos, los antiguos alumnos ya mayores, un núcleo de profesores liberales que simpatizan con esta corriente de educación, muchas personas de distintas ideas y profesiones, más o menos influidas por ella y que se sienten más o menos estrechamente agrupadas en una dirección común[140].
Esta irradiación produjo interesantes realizaciones, sobre todo intelectuales y académicas, pues de la Institución nacieron instituciones estatales como la JAE y sus dependencias, el Centro de Estudios Históricos, la Residencia de Estudiantes, etc., prueba de la «fecundidad y vitalidad de un alto espíritu –el de Giner– rodeado y secundado por una pléyade de hombres de fe y estudio»[141].
Sin duda, la labor de Giner fue intensa, tanto que, cuando se proclama la Segunda República en abril de 1931, muchos la aplauden como colofón glorioso de la obra del Maestro:
Cuando se cale un poco más hondo, se hallará el camino, lleno de luz, que ha traído la República […]. Y ese camino lo abre un hombre, y esa revolución española, tan magnífica, tan majestuosa al prescindir de toda majestad, tiene un nombre: Francisco Giner de los Ríos[142].
Cuando muere Francisco Giner, la ILE es una escuela de estudios primarios y secundarios y continúa siéndolo en los años siguientes: una escuela pequeña, minoritaria pero casi universalmente respetada; hacemos la salvedad del «casi» porque desde su nacimiento hasta la Guerra Civil y la etapa de anulación posterior, ciertos sectores católicos criticaron con dureza su carácter aconfesional y laico[143]. Recoge la antorcha el discípulo predilecto y heredero moral de Giner, Manuel Bartolomé Cossío.
En estos años el fermento está sembrado y los institucionistas ya no emplean el tono reformista de los primeros momentos; en el BILE se aprecia el cambio de orientación: en sus páginas abundan las evocaciones sobre la figura de Giner, numerosas y constantes hasta el último número en el apartado «In Memoriam», y artículos de pedagogía científica dedicados a métodos nuevos como el de María Montessori y el del doctor Ovide Decroly.
El tema de la mujer pierde representatividad, salvo algunos artículos en defensa de la coeducación o del movimiento feminista extranjero. A partir de 1915 los avances en la educación y perspectivas laborales de las mujeres españolas son considerables (aunque no definitivos), como tendremos ocasión de ver en el capítulo tercero.
En 1915 la JAE abre una Residencia de Señoritas en Madrid, similar a la de Estudiantes creada en 1910; en 1918 crea el Instituto-Escuela, centro de estudios primarios y secundarios de carácter mixto. En 1929 nacen los primeros institutos femeninos de enseñanza media en Madrid y Barcelona. La Asociación para la Enseñanza de la Mujer continúa ofreciendo