Tres vueltas hacia un lado, tres vueltas hacia el otro, continuamente, sin descanso. El clítoris estaba ahora de color rojo oscuro, y erecto.
Después de unos dos minutos Maoko vio que la cara de Novak estaba enrojeciendo también y que su respiración se aceleraba. Los abdominales se estaban contrayendo involuntariamente y, de la garganta de la mujer, salía una especie de gemido que iba aumentando de volumen. Estaba a punto de llegar al orgasmo, y Maoko abrió súbitamente los palillos liberando el clítoris de manera improvisa. Soltó también los labios, que se cerraron.
—¡Aaah! —se lamentó Novak con un sonido nasal, mientras la excitación era interrumpida de golpe. Estaba decepcionada, ansiosa por concluir y llegar al clímax, pero todo se había parado inesperadamente.
Levantó la cabeza y miró con rabia a Maoko, pero esta volvió a colocarla como estaba.
—¡Pórtate bien! ¡Baja la cabeza! —le gritó, apoyando su mano izquierda en su frente y empujándola hacia abajo.
Novak retornó a su posición, irritada. Resopló a modo de protesta, pero luego se relajó y volvió a mirar al techo y a tirar del pañuelo.
Su cara estaba volviendo a tener un color normal y el sudor se secaba rápidamente.
Maoko esperó un poco. Cuando le pareció que se había calmado lo suficiente, apoyó su mano izquierda sobre su abdomen y comenzó a acariciarlo, ligeramente, haciendo círculos, para apreciar la piel lisa y los músculos tónicos que la esculpían. Novak cerró los ojos, sumisa. Respiraba con regularidad, tranquila, inspirando por la nariz y expirando por la boca medio cerrada. En un estado de gran relajación, aflojó el agarre del pañuelo.
En ese momento Maoko introdujo delicadamente el dedo medio de su mano derecha en la vagina, con la palma de la mano hacia arriba. Pareció que Novak no reaccionase. Añadió el índice y empujó un poco más arriba. Entonces Novak abrió los ojos, con la mirada vacía, parecía ausente. Maoko empujó un poco más, de manera que el anular y el meñique también entraron; su pequeña mano empezó a penetrar la vagina de Novak. La mujer noruega abría los ojos más y más a medida que Maoko entraba dentro de ella. Extrañamente, no empezó a sudar, sino que palideció, desbordada por las sensaciones indescriptibles que estaba experimentando.
La mano de Maoko continuaba a subir por el canal vaginal lubricado por la excitación, y el dedo pulgar también entró. La entrada a la vagina estaba dilatada y envolvía firmemente el diámetro máximo de la mano, de unos ocho centímetros. Empujando más, Maoko introdujo la mano completamente, y la entrada se cerró, húmeda, alrededor de la muñeca.
Ahora Novak parecía medio adormentada; tenía los párpados medio cerrados y no mostraba reacciones evidentes. Parecía completamente abandonada a la posesión de la parte más íntima de su cuerpo, y parecía expresar una aceptación total.
Con enorme coordinación Maoko había seguido acariciándole el abdomen, para que estuviera tranquila. Entonces cerró la mano derecha sobre el centro del vientre y apretó ligeramente. Después movió los dedos índice y medio dentro de su compañera, frotando las yemas contra la pared vaginal anterior. Los movía lentamente de forma circular, explorando, con los nudillos apoyados contra la pared del fondo a causa del pequeño espacio. Continuó explorando minuciosamente hasta que encontró lo que buscaba. Una zona rugosa, no más grande de una moneda, centrada en el eje de simetría de la vagina. Novak tenía el punto G 25, y Maoko lo había encontrado.
La mujer noruega reaccionó inmediatamente.
—¡Aaah! —suspiró con voz alta, tirando el pañuelo y tensando los abdominales.
Maoko no dijo nada.
Empezó a pasar los dedos sobre el punto G, arriba y abajo, con una presión moderada y con un ritmo de un pasaje por segundo. De vez en cuando hacía fuerza con la otra mano sobre los abdominales, para que no se moviera. Novak empezó a levantar la cabeza de la cama, con el cuerpo contraído y la boca abierta en forma de «O», emitiendo un «Oooh...» continuo y gutural. Dejó el pañuelo y llevó los brazos hacia delante, agarrándose con las manos a los laterales del colchón y apretándolo con fuerza. Con cada pasaje de los dedos dentro de ella, la noruega subía y bajaba con la cabeza y parte del busto.
Maoko seguía impertérrita con su estimulación y dejaba que Novak se moviera libremente. Era lo que quería: la había contenido hasta ese momento para que explotase en el orgasmo supremo que una mujer pueda sentir.
Ahora el rostro de la mujer noruega era una máscara descompuesta, roja y empapada en sudor. También era rojo el cuello, del que las arterias emergían hinchadas y con fuertes pulsaciones; junto con los tendones tensos hasta el espasmo dibujaban una estructura manifiesta de tabla de anatomía cada vez que levantaba el busto. Su cuerpo brillaba cubierto de sudor y bajo las ingles la sábana estaba empapada de líquido vaginal.
Maoko arqueó ligeramente los dedos y, en vez de usar la punta de las yemas como había hecho hasta ese momento, comenzó a pasar las uñas por el punto G. Eran las uñas de una científica acostumbrada a hacer pequeñas manualidades, no demasiado largas y nada afiladas. Las pasó con decisión sobre la carne sensible en el interior de Novak, una y otra vez, mientras esta apretaba el colchón de manera espasmódica y jadeaba. Unos pocos segundos más, y la mujer noruega echó la cabeza hacia atrás improvisamente y gritó salvajemente con todo el aire que tenía en el cuerpo.
Maoko puso rápidamente su mano izquierda sobre su boca para que no se oyera por todas partes aquel grito tremendo.
Los abdominales de Novak se contraían y se relajaban a un ritmo frenético, descargando la energía devastadora de aquel orgasmo como nunca antes había sentido. El grito continuaba, sofocado por la mano de la japonesa.
Maoko esperó.
Pasaron muchos segundos hasta que las contracciones del cuerpo de Novak comenzaron a disminuir. El grito se fue atenuando hasta que cesó, y poco a poco la mujer noruega volvió a apoyar la cabeza en la cama. Soltó el colchón y abandonó los brazos a los lados. Maoko le quitó la mano de la boca y empezó a acariciarle el abdomen de nuevo. Delicadamente, empezó a sacar la mano derecha de su vagina. Se deslizaba fácilmente en el canal inundado de fluido vaginal, y los músculos estaban relajados por la dilatación a la que habían estado sometidos. En pocos segundos la mano estuvo fuera y Maoko constató que el guante había permanecido entero, a pesar de que había usado las uñas con decisión. Se alegró por esto, ya que para los japoneses la higiene es algo fundamental, y que persiguen de manera obsesiva.
Miró a Novak. Yacía inmóvil en la cama, con los ojos ausentes mirando el techo. La respiración se estaba volviendo regular. La cara retomaba poco a poco su color natural y el sudor se estaba secando rápidamente. Un minuto después dormía tranquila, con la boca medio abierta y la cabeza levemente girada hacia la derecha.
Maoko bajó de la cama, moviéndose con cuidado para no despertarla; tiró los guantes, apagó la luz principal y volvió a ponerse el pijama. Con extrema delicadeza, tiró de la manta a los pies de la cama y tapó a Novak para que no cogiera frío, después fue al armario y cogió una pequeña manta. Apagó la lámpara de la mesilla y, a tientas, fue hasta el sillón. Se tumbó de lado y se tapó con la manta.
Miró en la oscuridad durante unos minutos, pensativa, y finalmente se durmió.
Capítulo XVI
Drew se había ido del laboratorio junto a los demás y se estaba dirigiendo a casa. Ya era casi de noche y quería descansar, cerrar ese día infernal. ¡Había pasado alguna que otra cosa! La existencia tranquila y regular del maduro profesor de física se había puesto patas arriba de forma inesperada con ese descubrimiento increíble. Estos últimos días le