El Criterio De Leibniz. Maurizio Dagradi. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Maurizio Dagradi
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Серия:
Жанр произведения: Героическая фантастика
Год издания: 0
isbn: 9788873044451
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sus resultados. Schultz los usó inmediatamente junto a los suyos propios en una nueva ecuación.

      Trabajó febrilmente durante algunos minutos, observado por sus compañeros.

      Llegó al paso final y dudó.

      La ecuación estaba reducida a pocos factores, y estaba casi asustado de dar el último paso y conocer el resultado.

      Se frotó los ojos enrojecidos y ojerosos, inspiró profundamente y resolvió la ecuación.

      Permaneció observando el último número que había escrito a la derecha del signo igual, como si no lo viera realmente.

      No podía creerlo.

      Pero era exactamente así.

      Novak asentía, imitada por Kamaranda y Drew. Maoko y Kobayashi se sonreían el uno al otro, mirando alternativamente la pizarra y a los compañeros. Marlon se apoyó en una mesa, exhausto.

      —El sistema termodinámico resulta en equilibrio —anunció Schultz, por pura formalidad—. Si consideramos el universo como un sistema termodinámico cerrado, en el interior de un revestimiento de un espesor de dos mil millones de años luz, y regulando oportunamente el parámetro R6 identificado por la señorita Yamazaki, podemos calibrar la triada de traslación para poder intercambiar volúmenes de espacio entre aquí y algún lugar del universo conocido con la resolución de la longitud de Planck. El volumen intercambiado ahora entra en la ecuación de manera distinta a antes, pero ahora la potencia máxima necesaria para el intercambio de un volumen de un metro cúbico, a una distancia de 10 mil millones de años luz, es de 5 gigavatios. Una potencia notable, desde luego, y que requiere una central eléctrica dedicada exclusivamente, por supuesto, pero posible.

      La profesora Bryce se acercó.

      —¿Puedo saber qué ha pasado?

      —Hemos reconfigurado la concepción del universo —dijo Drew con una voz cargada de emoción—. El funcionamiento peculiar de la máquina de intercambio nos ha llevado a modificar el modelo sobre el que se ha basado la ciencia hasta ahora. A partir de ahora habrá que considerar un sistema termodinámico constituido por un envoltorio espeso al interno del cual se encuentra nuestro universo conocido. El envoltorio y nuestro universo pueden intercambiar energía en ambos sentidos, manteniendo así un equilibrio energético constante. Este modelo sigue respetando la ley de conservación de la energía. En este modelo, el envoltorio es una simple metáfora que nos permite manejar la termodinámica del sistema en su totalidad, y hacerla funcionar. Desde el punto de vista espacio temporal, sin embargo, no lo consideramos una entidad física, quiero decir, una especie de funda, ya que en realidad es adyacente, a nivel dimensional, al tejido espacio temporal del universo conocido. Esto hace que la máquina funcione, ya que cada punto de nuestro universo es adyacente a un punto del envoltorio. Cuando activamos la máquina, por lo tanto, la placa A accede al punto adyacente en el envoltorio, como si se abriera una puerta, y genera un canal de transferencia que hemos llamado Conector, que está ligado en su otro extremo a otro punto de nuestro universo, y que queda determinado por los parámetros que fijamos nosotros mismos. Un parámetro crucial, el R6, hace que el intercambio de volúmenes entre los espacios A y B pueda ocurrir usando una cantidad de energía razonable.

      La bióloga solo había entendido en grandes líneas la explicación de Drew, pero le bastaba. Lo importante era que funcionase.

      —Tendremos que dar un nombre a este nuevo modelo —dijo Marlon.

      —¡Es verdad! —aprobó Kamaranda, el gurú de los modelos matemáticos—. Yo propongo llamarlo simplemente el Sistema. Es fácil de recordar y rápido de usar.

      —Estoy de acuerdo —convino Drew—. ¿Qué os parece? —dijo, dirigiéndose a los demás.

      —Por mí, bien —dijo Schultz, y los otros asintieron satisfechos.

      —Perfecto —concluyó Drew—. Y ahora, ya vale. ¡A comer! —ordenó con autoridad.

      Marlon salió el último. En el umbral de la puerta, se giró para mirar la pizarra, en la que la ecuación final para el cálculo de la potencia se mostraba esplendorosa. Era increíblemente simple, a pesar del trabajo hercúleo que había costado deducirla, y en su forma final, simplificada, se presentaba como 22,

      

      en la que:

      P = potencia en vatios

      d = distancia de intercambio, en metros

      V = volumen intercambiado, en metros cúbicos

      Bryce ya había comido, así que se quedó en el laboratorio, corrigiendo unos trabajos de sus alumnos que había llevado.

      Todos los demás se fueron a marcha forzada a la cafetería de la universidad, hambrientos y agotados.

      Cuando entró y vio la sala casi vacía, Marlon se dio cuenta de que por no haber podido ir a comer a la hora normal no había podido ver a Charlene. A lo mejor se había enfadado, pero esperaba que al explicarle que había estado trabajando intensamente en su experimento se le pasaría.

      El comedor todavía ofrecía un menú discreto y todos se sirvieron generosamente. Se separaron en varias mesas para permitir que disminuyera la tensión de aquel esfuerzo que habían realizado codo con codo, durante muchas horas. Comieron prácticamente en silencio, y las pocas frases que intercambiaron concernían la meteorología, un argumento clásico y relajante que no implicaba esfuerzo alguno.

      Tomaron su tiempo y solo sobre las cuatro volvieron perezosamente al laboratorio. Ese día habían revolucionado la ciencia, no hacía falta hacer mucho más.

      Encontraron a Bryce negando con la cabeza, triste, mientras trazaba gruesas líneas rojas sobre el trabajo de un estudiante.

      Se giró hacia el grupo que entraba y movió el aire con la hoja.

      —Según este alumno, una solución de agua y cloruro de sodio al 15% es una mezcla explosiva si se calienta a 38ºC a presión atmosférica. Los productos de la reacción que él ha calculado son tan falsos que no sé si dejarle seguir con los experimentos programados en el curso que todavía quedan. Tengo miedo de que se ponga a competir con alguien que conozco, especialista en explosiones imprevistas —y guiñó un ojo a Drew.

      El físico sonrió de manera condescendiente y se sentó medio espatarrado en una silla, con los dedos cruzados sobre su estómago y mirando a Bryce con una plácida expresión de paz interior.

      —Profesora Bryce, su estudiante podría ser un genio incomprendido, que a lo mejor solo necesita encontrar su camino —dijo, de buen humor.

      —Sí, el camino... ¡de la agricultura! —bromeó la bióloga—. Paciencia, esto quiere decir que pasará un mes más estudiando este examen; ¡le deseo buena suerte!

      —Entonces, ¿qué nos ha traído, profesora? —se informó Drew.

      —Un paramecio —respondió ella, cogiendo la caja del estante—. Como sabéis, es unicelular y se alimenta de bacterias. El ejemplar que tengo aquí mide una

      Sacó una caja transparente de dentro de la gran caja. En el interior había un frasco con una solución acuosa.

      —Es un ejemplar único sumergido en una solución nutriente. Si el intercambio no lo daña seguirá alimentándose normalmente.

      Dio la caja a Drew, que miró a Kobayashi.

      El japonés señaló la máquina dos, y Drew colocó la muestra en la placa correspondiente.

      Liberaron la zona del punto B y colocaron un taburete cubierto por una toalla, para recibir la muestra que iba a llegar y evitar que rebotara y cayera a tierra.

      Maoko activó el intercambio sin modificar ningún parámetro.