También puede darse el caso de que la inmunidad adquirida no sea suficiente para protegernos completamente de las enfermedades producidas por un enfriamiento, como sucede, por ejemplo, en caso de padecer estados carenciales de vitaminas. También la falta de calcio puede ser determinante. Así mismo, hay que tomar en consideración un cansancio físico excesivo, que suele estar asociado a un mayor gasto o consumo de vitaminas y calcio. Si, por las circunstancias que sean, nos vemos forzados a gastar más nuestras energías, es necesario que nos procuremos un aporte de vitaminas y calcio superior al que existe en los estados de reposo y así protegernos de este tipo de enfermedades.
Alimentos beneficiosos
Lo primero que haremos será asegurarnos una alimentación rica en calcio y consumir diariamente zanahorias. Si podemos disponer de colinabos, comeremos sus hojas y tallos. También el apio y los nabos contribuyen a cubrir nuestras necesidades de calcio, así como diversas frutas. No debemos olvidar tampoco tomar más cantidad de higos, uvas pasas de Corinto, nueces del Brasil, almendras y piñones. Esto nos ayudará a superar mejor los meses invernales, ya que en verano es mucho más fácil poder disponer en el propio huerto o jardín de diversas hortalizas frescas, plantas aromáticas y bayas ricas en vitaminas. Mientras la nieve no nos cubra el jardín, podremos cultivar perejil e incluso berros, con los que podremos cubrir nuestras necesidades de vitaminas A y C. Tampoco estará de más cultivar berros en macetas o pequeños cajones que colocaremos tras las ventanas más soleadas para que germinen pronto. Así podremos satisfacer nuestras necesidades invernales, siempre que los vayamos sembrando de nuevo. Estos pequeños recursos pueden resultarnos de gran utilidad para procurarnos alimentos ricos en vitaminas A y C, tan importantes para nuestra salud.
Remedios adicionales
A pesar de todo, a menudo es necesario echar mano de algún preparado natural. En estos casos, el preparado de calcio y ortiga se ha mostrado como un buen complemento dietético. Otro buen remedio natural contra los resfriados y enfermedades por enfriamiento es la Usnea, llamada también barba de capuchino, por su acción reforzadora de las mucosas. Cuando se tiene propensión a los catarros y para combatir la tos irritante, nos ayudarán el jarabe de yemas de abeto o el jarabe a base de extractos de drosera, hiedra y abeto. Por su parte, extractos de equinácea y suero láctico resultan especialmente efectivos en los cuidados preventivos de la garganta, pues la planta de la equinácea posee destacadas virtudes antiinflamatorias, mientras que los gargarismos con suero láctico diluido contribuyen a mantener una óptima higiene bucal y de la faringe. También se puede aplicar en el pecho un extracto de aceite de hierbabuena japonés. En los estados inflamatorios avanzados resulta beneficioso el pincelado con suero láctico sin diluir. Para hacer frente a los catarros fuertes e, incluso, a la temida bronquitis emplearemos la imperatoria25, ya que puede ayudar a mayores y pequeños. Hemos recomendado a muchos deportistas que, cuando atraviesen terrenos boscosos en los meses invernales, aprovechen dicha oportunidad para mascar brotes de alerce o de abeto, consejo que vale la pena recordar, ya que dichos brotes poseen virtudes preventivas y, a la vez, terapéuticas.
Protección frente a las secuelas de las enfermedades infecciosas
Las toxinas que quedan en el organismo como consecuencia del padecimiento de enfermedades infecciosas deben ser eliminadas cuanto antes para que no puedan dañar nuestra salud. Así, por ejemplo, unas paperas (parotiditis) mal curadas pueden dar lugar a una posterior inflamación del páncreas. Así mismo, una escarlatina reprimida puede ser responsable de una infección purulenta en el oído medio y una amigdalitis mal tratada puede acarrear complicaciones cardíacas como miocarditis (inflamación del músculo cardíaco) o una endocarditis (inflamación del endocardio) capaz de producir lesiones valvulares y, en algunos casos, ocasionar una pericarditis. También pueden verse afectados los riñones. Las peligrosas toxinas que han quedado en el organismo por una amigdalitis mal tratada pueden dar lugar a un reumatismo articular. Las toxinas no eliminadas pueden ser causa de numerosas dolencias posteriores.
Por lo tanto, ante toda enfermedad infecciosa se hace totalmente necesario eliminar las sustancias tóxicas producidas, actuando a tres niveles:
1. Derivar (conducir) hacia la piel, activando la sudoración, aplicando duchas calientes o envolturas calientes u otros procedimientos similares, incluyendo los de tipo Kneipp.
2. Derivación hacia los riñones con la ayuda de algún remedio, como las tisanas de vara de oro, perejil o algún otro estimulante de los riñones que tengamos a mano. También las cataplasmas de cebolla constituyen una buena ayuda. Siempre es importante estimular la actividad renal.
3. Derivación intestinal. A consecuencia de las fiebres padecidas, el intestino puede haberse secado un poco. Podemos activar el tránsito intestinal con remedios sencillos y naturales, como el mucílago de lino, la zaragatona, las tisanas de tallos de maná26 y con higos o ciruelas secas previamente maceradas. También resulta apropiado un ayuno a base de zumos naturales de fruta. En el curso de las enfermedades infecciosas conviene evitar totalmente los alimentos proteicos, mientras que los zumos de frutas y hortalizas resultan fundamentales.
Si aplicamos a rajatabla estas tres derivaciones, podremos librarnos de las numerosas secuelas que las enfermedades infecciosas pueden acarrear.
Las leyes particulares de la inmunidad
Los frecuentes cambios que da la vida nos hacen plantear algunas cuestiones como: ¿no resulta sorprendente que las enfermedades infecciosas se encuentren en franco retroceso, mientras aumentan de forma alarmante las muertes debidas a las llamadas «enfermedades de la civilización» y las de causas metabólicas? Es posible que se deba a un incremento de nuestra capacidad defensiva, pero ¿qué hay de las otras enfermedades citadas?
Por más que todo esto nos parezca particularmente enigmático, un estudio reflexivo sobre la experiencia adquirida nos puede llevar a una respuesta aclaratoria.
Cuando estuve en la Amazonia, hizo estragos allí una epidemia de sarampión que costó la vida a miles de indios de la selva. Sin embargo, entre nosotros, prácticamente nadie muere de sarampión, sea niño o adulto. ¿Por qué? No es que la virulencia o malignidad de los gérmenes responsables haya remitido, pero la naturaleza siempre es más sabia que el ser humano. Tanto los profesionales de la medicina como los profanos en la materia deberían aprender a admirar y respetar las leyes biológicas y su adaptable elasticidad. Debemos agradecer a la maravillosa generosidad equilibradora, fruto de la misericordia creadora, el hecho de que las leyes naturales sean, con el tiempo, capaces de oponer una hábil resistencia a todos los ataques, por brutales que sean.
Si bien al principio las bacterias pueden hacer estragos al diezmar poblaciones enteras, en la siguiente generación se han formado ya agentes inmunitarios que nos defienden, hasta el punto de que en unas cuantas generaciones posteriores la enfermedad ha perdido la relevancia que antes tenía. Así sucedió con la tuberculosis, que hace algo más de sesenta años era una de las causas de mortalidad más importantes. También la difteria y otras muchas enfermedades infecciosas han ido perdiendo su peligrosidad para nosotros en los últimos cincuenta años, proceso apoyado por las vacunaciones.
Regulaciones notables
Dentro del reino vegetal podemos apreciar las mismas regulaciones respecto a la adaptación y creación de las fuerzas defensivas e inmunitarias. Una prueba de ello es la experiencia extraída del empleo del DDT. Hace años, esta sustancia aniquilaba prácticamente a todos los insectos, excepto a dos especies. Actualmente la cantidad de especies que son ya resistentes a este insecticida supera las cuarenta. Durante mi estancia en California pude ver por mí mismo que, para conseguir un resultado exitoso, era necesario utilizar insecticidas cada vez