No debemos olvidar que el concepto de arma también ha cambiado con la revolución tecnológica y la naturaleza descentralizada de internet. Ya no nos sorprende escuchar a algunos dirigentes decir que Twitter es o ha sido su «arma secreta». Todo sirve para la batalla de las ideas en el dominio virtual.
Pocos dudan que las armas cibernéticas modificarán las leyes de la guerra. Ya tenemos ejemplos recientes de ciberataques que provocan algún daño material o incluso la muerte.
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Entre conseguir el afecto de los súbditos y seguidores o lograr que lo teman, para Maquiavelo no hay lugar para la duda: un líder debe ser temido. En su opinión, el temor es mucho más eficaz para mantener la fidelidad no solo de los enemigos, sino también de los amigos y aliados. Eso sí, lo ideal para Maquiavelo sería conseguir tanto el temor como el respeto, y quién sabe si incluso algo de afecto, que nunca estará de más. Pero ¿sigue siendo válida esta escala de valores para el líder actual?
Es mejor confiar en el temor que en el amor
«Por lo general, los hombres se encuentran más dispuestos a contentar al que temen que al que se hace amar».
[La amistad es] una unión puramente moral, o una obligación nacida a causa de un beneficio recibido, [y] no puede sobrevivir frente a los cálculos interesados. Por el contrario, el temor nos hace pensar en alejarnos de una pena o castigo, por lo que la impresión que recibe el ánimo es más profunda».
Que ser temido es mejor que ser amado es otra de las ideas más representativas de la cultura maquiavélica. Aquí destaca el matiz de que el miedo al castigo puede ser un factor esencial en la psicología humana.
Maquiavelo, en su discusión acerca de si es mejor ser un príncipe temido o amado, prefiere lo primero pensando en la seguridad y la fortaleza del Estado. Si se elige tratar de ser amado, el riesgo de rebelión aumentará.
No se debe olvidar que no todas las personas reaccionan a los mismos impulsos y estímulos. Mientras que unas lo harán por convencimiento, otras lo harán por amor. Pero también habrá quien tan solo reaccione ante el temor, por el miedo al castigo. Sin olvidar que lo más habitual es reaccionar por una combinación de convencimiento, amor y temor. Como decía Mazarino: «Si aumentas las recompensas tanto como los castigos, te ganarás más la fidelidad de esas personas gracias a una mezcla de amor y de temor». El príncipe, el líder, debe conocer qué procedimiento emplear con cada persona en concreto, dependiendo también de las circunstancias.
En todo caso, no le falta razón a Maquiavelo cuando argumenta que suele ser más duradero el temor que el amor, pues el amor siempre puede terminar bruscamente, y a veces por motivos que no tienen fácil explicación.
Por otro lado, el exceso de bondad, de ternura, puede ser entendido como un gesto de debilidad, por lo que la persona amada puede ser objeto de ataque con mayor facilidad que la que tiene fama de dura y despótica. El amor, con todo lo que de positivo tiene, no garantiza el apoyo incondicional del que lo recibe. Para ello hace falta que el receptor también posea un alma noble, y sobre todo agradecida, además de que sea consciente del bien que se le otorga.
Ante la dicotomía de considerar al hombre como bueno por naturaleza o bien verlo como un animal domesticado que espera la relajación del poder para asilvestrarse, el príncipe debe considerar a la persona decantándose por la segunda opción. El poder se teme porque se desconocen sus límites. La bondad y el amor son fútiles y no son válidos para gobernar. Si quien temes es magnánimo, lo es porque lo desea. Pero si lo hace alguien a quien amas, nunca considerarás suficiente lo que debe hacer por ti. No es que el príncipe no deba ser amado, sino que el temor hace que ese amor permanezca en la memoria como algo circunstancial, no como algo obligatorio.
Por lo que respecta al temor al castigo, es innegable que, sin el miedo a la repercusión de las propias acciones, los hombres actuarían con gran perversidad y extremo egoísmo, sin piedad para con sus semejantes, en la mayor parte de los casos.
Asimismo, el temor es un poderoso sentimiento que hace que la gente se doblegue y acepte que se le imponga otra voluntad.
No obstante, siempre es mejor tener al lado a personas que nos sean fieles por convicción, persuadidas de que es más beneficioso para ellas, y no por mero temor, aun cuando una cierta dosis sea precisa en ciertos momentos y con determinadas personas.
La era digital quizá ofrece más posibilidades que nunca para alcanzar el propósito de ser temido. Tecnologías como el Big Data, el internet de las cosas y el uso generalizado de aplicaciones o redes sociales han abierto una ventana de oportunidad para materializar algunos de los principios maquiavélicos.
El rencor nunca muere
«Es un error creer que entre las personas de primera categoría se olvidan las ofensas antiguas gracias a los beneficios recientes».
Dado que las personas, en especial en algunas culturas, tienden a querer vengarse de las ofensas recibidas, con independencia del tiempo transcurrido y los parabienes y prebendas que hayan recibido, el príncipe siempre debe estar alerta, y no puede fiarse de que los ofendidos se hayan olvidado, aparentemente, de lo sucedido. Intentar colmarlos de beneficios, sobre todo si son inmerecidos o excesivos, a veces solo servirá para avivar la llama de sus ansias de venganza, pues el afectado puede interpretar estos gestos magnánimos como un intento burdo de ocultar aquello que tanto le agravió.
Ante estas situaciones, Maquiavelo aconseja al príncipe hacerse temer, para así evitar la amenaza de venganza, al mostrar con claridad al ofendido que cualquier respuesta se volvería contra él. En otras palabras: se rentabiliza el ser temido, pues se impide la venganza.
De manera indirecta, Maquiavelo ofrece otra lección: que el príncipe debe evitar todo aquello que pueda hacerlo odioso o despreciado. Lo ideal es que busque acercarse lo más posible a su pueblo, que es, precisamente, lo que debe conseguir el líder de nuestros días. El liderazgo moderno, más humanizado que nunca, se debe basar en el convencimiento. Este proceder es más efectivo cuando se trata de movilizar masas y lograr compromisos, pues se evita generar miedo u ofensas. Después de todo, la naturaleza humana prefiere el premio al castigo.
Pensar que las ofensas siempre deben ser vengadas obliga a que el líder tenga permanentemente en la memoria a los que obraron contra él, y también a los que le sirvieron con fidelidad. Pero no porque considere mejores a los que le ayudaron, puesto que su obligación era seguir al líder en su ascenso y servirle, sino porque son los primeros a los que debe considerar verdaderos enemigos a abatir. Nadie que no tenga la fuerza suficiente se atrevería a obrar contra los intereses del príncipe, quien debe, por su parte, esperar al momento propicio para desbancar a sus posibles rivales, esperando el tiempo que sea preciso y fingiendo amistad siempre que sea necesario, mientras prepara su conjura contra ellos.
Ver al otro como mero instrumento, en un caso, y como enemigo irreconciliable, en el otro, son dos formas de relativismo moral y pragmatismo ético.
En los tiempos del Big Data, también se presta atención al aspecto más humano, basado en la comunicación y en los pequeños detalles para detectar las ofensas. Un líder puede movilizar masas y, al mismo tiempo, estar ofendiendo a otros grupos minoritarios. Podría acercarse al modelo de líder tóxico sin apenas darse cuenta. Por eso es tan importante el «Small Data», el detalle que resalta el lado humano, las emociones.
Hagas lo que hagas, te odiarán
«Resulta