Ha crecido, en definitiva, el espectro de la geopolítica actual, entendida como verdadero geopoder, como la pugna por el dominio planetario. Las maneras de saciar esos deseos de poder universal también se han multiplicado, debido tanto a la asimetría de poderes como a los medios tecnológicos. El espacio exterior representa un nuevo concepto de conquista que se basa en la tecnología, aunque de momento sigue estando al alcance de muy pocos, entre los que podemos incluir, además de países, a un puñado de multimillonarios.
Es precisamente ahora cuando debemos entender que la conquista también la pueden lograr los considerados como débiles, es decir, el conocido como «poder blando», ejercido y basado más en criterios psicológicos que de eficacia.
La conquista cultural
«Las mayores dificultades se dan cuando en el nuevo país tanto la lengua como las costumbres de sus habitantes son diferentes de las de los antiguos súbditos».
En este pasaje descubrimos la importancia de la cultura de un pueblo y de los hábitos de las personas. Si se quiere influir en una región o en un país, incluso sin llegar a la conquista, los aspectos culturales han sido siempre el factor más importante durante toda la historia, y lo siguen siendo hoy en día. Ignorarlo ha supuesto el fracaso, a no ser que se siguiera una estrategia de exterminio, que sería otro tipo de dominio.
Los romanos, durante su expansión imperial, mantuvieron y respetaron los usos, costumbres, tradiciones, religiones y lenguas de las tierras que conquistaron. Tan solo exigieron que se rindiera culto a sus dioses y que se empleara el latín como lengua oficial para uso administrativo.
En la última década se han desarrollado conceptos modernos, como el Cultural Awareness o «Conciencia Cultural», que insisten en la imperiosa necesidad de conocer en profundidad estos aspectos cuando se actúa en el mercado global y con equipos multiculturales.
Si comunicarse de forma efectiva con otras culturas siempre ha sido rentable, en el mundo de la globalización comercial es un principio vital de actuación. Ser capaz de cambiar las actitudes y los hábitos propios cuando se interactúa con otras culturas, así como ofrecer muestras de respeto hacia maneras diferentes de entender la vida, son instrumentos que facilitan de manera innegable la capacidad de influir o comerciar con otros pueblos y culturas. El nuevo liderazgo humano exige reconocer, aceptar y respetar la diversidad cultural.
Por otro lado, la «inteligencia cultural» forma parte esencial de cualquier operación militar en el exterior, más allá de nuestro propio territorio. En los conflictos recientes se prepara a los integrantes de las distintas fuerzas para mostrar respeto cultural y, de este modo, alcanzar los objetivos previstos. Para lograrlo, se les alecciona incluso en detalles que pueden parecer superfluos, como evitar llevar gafas de sol para no interponer barreras comunicativas: en este caso, el no poder mirarse a los ojos. En efecto, a veces algo tan básico como llevar gafas de sol con cristales de espejos provoca conflictos culturales. En ciertos casos, la población local ha llegado a pensar que las lentes disponían de capacidades «tecnológicas» muy superiores y que los soldados extranjeros podían ver los cuerpos desnudos de las mujeres a través de sus burkas. Con la formación y preparación cultural de los ejércitos se busca entender y respetar las costumbres y normas diferentes de otros pueblos. Cuando no se ha hecho así, las dificultades han aparecido por doquier. El ejemplo más actual lo tenemos en Afganistán.
Por otro lado, la lengua juega un papel muy importante en nuestras vidas, debido a que en ella se formulan y toman sentido las costumbres y se escriben las leyes o normas en las que nos entendemos y comunicamos. La lengua representa nuestra identidad, pues con ella interpretamos nuestras experiencias (función ideacional) y establecemos la interacción con otros seres humanos (función interpersonal).
El cardenal Mazarino, uno de los personajes más «maquiavélicos» en el sentido tradicional del término, lo tenía muy claro: «No te opongas nunca a lo que le gusta a la gente llana».
Lo malo, todo a la vez; lo bueno, poco a poco
«Se necesita […] que el usurpador de un estado cometa de una vez todas las crueldades, para no repetirlas después».
«Todas estas ofensas han de hacerse de una vez, para que, de este modo, duelan menos, al ser menor el intervalo en el que tienen lugar; por el contrario, los beneficios deben derramarse poco a poco y de uno en uno, para que se degusten con más placer».
Maquiavelo recomienda llevar a cabo todas las acciones negativas contra una persona o sociedad de una vez, confiando en que las personas tenemos poca memoria. De este modo, se espera que olviden pronto los agravios sufridos.
Esto contradice, en cierto modo, otro de sus axiomas, según el cual el ofendido nunca cejará en su afán de venganza, incluso aunque se le otorguen muchos beneficios. La idea subyacente aquí es que, si es necesario aplicar ultrajes, es mejor ejecutarlos rápidamente, ya que de este modo las consecuencias serán menores. Porque, argumenta Maquiavelo, si causamos los ultrajes poco a poco y los dilatamos en el tiempo, la oposición será permanente e incluso podría aumentar.
En lo que acierta por completo es cuando se refiere a los beneficios, pues no cabe ninguna duda de que siempre será más rentable ir concediéndolos de forma paulatina, en pequeñas dosis, porque de esta manera conseguiremos que el agradecimiento sea mayor y más duradero.
La recomendación de dosificar las dádivas tiene como fundamento mantener enganchada a la ciudadanía, al concederle pequeños premios de forma constante. El «pan y circo» es, en el fondo, el motor de todo sistema autocrático y paternalista.
En consecuencia, el crimen o la tropelía debe ser lo más breve posible, para que pronto quede olvidado entre las montañas de regalos y la escucha activa que el príncipe debe emplear para granjearse la amistad y el cariño del pueblo.
Si conviene o no desarmar al pueblo
«Hay príncipes que para mantenerse en sus Estados desarman a sus vasallos; otros fomentan las discordias en las provincias sujetas a su dominio; los ha habido que se buscaron enemigos a propósito; algunos se esfuerzan por ganarse la amistad de aquellos a los que al principio de su reinado consideraron sospechosos: este ordena construir fortalezas y aquel otro, derribarlas».
Si la idea del libro de Maquiavelo es servir de guía para que un Estado, gobernado por un príncipe, pueda asegurar el orden social, aquí se hace referencia a algunas de las recomendaciones para hacer fuerte al Estado, en muchos casos sin tener en cuenta aspectos morales.
Respecto a la vía de asegurar las posesiones mediante el desarme, cabe decir que ha sido más frecuente armar a los súbditos para ampliar el poder o la influencia. Cuando los ejércitos modernos han intentado desarmar a los pueblos, siempre se han encontrado con obstáculos. Pero si se toma esta opción, es porque se tiene asegurada una fuerza armada suficiente. El desarme generalizado no se considera una buena opción, pues debe mantenerse el poder de alguna manera.
En el tema concreto de «desarmar a los súbditos» entraríamos en el debate que se da en algunos países, como Estados Unidos, sobre la adquisición y uso de las armas de fuego por parte de los ciudadanos. Dependiendo de sus antecedentes históricos y de cada cultura, las valoraciones y los debates van a ser muy distintos.
Hay casos muy curiosos a este respecto, como Noruega. En este país, los ciudadanos consideran que tienen derecho a disponer de sus propias armas para evitar lo que sucedió durante la Segunda Guerra Mundial, cuando su gobierno capituló y entregó la nación a Alemania. Por ello se consideran con el derecho de disponer de medios para defender su patria, incluso en contra de las