Hablando de adular, otra gran certeza es que, si siempre adulas a todos, nunca te adularás a ti mismo.
Coge buena fama y échate a dormir
«Temerá menos al enemigo exterior, que no acudirá por su propia voluntad a atacar a un príncipe al que sus vasallos respetan».
Como suele decirse: «Coge buena fama y échate a dormir; coge mala fama y échate a pedir». Muchos estudios sociológicos demuestran que tener buena fama, ser estimado y apreciado hace que, incluso cuando se cometen atropellos y desmanes, estos sean vistos con buenos ojos, o al menos que no sean tan criticados.
La importancia del prestigio o estima ayuda a blindarse ante ataques, si bien queda por definir en qué basa la persona su prestigio o poder. Todo lo contrario le sucede al que es precedido por la mala fama, pues ninguna falta, por leve que sea, le será perdonada. De lo que no cabe duda es de que la buena fama ayuda a triunfar en las decisiones que se adoptan.
Como forma de adquirir prestigio ante el pueblo o las tropas, Mazarino recomendaba: «Pase lo que pase, oculta tu cólera: un solo acceso de violencia perjudica más a tu reputación de lo que puedan beneficiarla todas tus virtudes».
También la frase «más vale un gramo de apariencia que un kilo de sabiduría» es aplicable en este caso. Se valora el «efecto halo», aquel que rodea a la gente que, por el motivo que sea, está encumbrada o que goza de reputación, incluso aunque haya adquirido ese prestigio de manera fugaz y merced a modas pasajeras. A esas personas se les permite casi todo y sus palabras ejercen de «talismán», como si tuvieran la capacidad de conjurar la verdad y la certeza con su verbo. Esta capacidad solo esconde un problema. En el momento en que pierde o queda debilitada su fuerza política, económica o ejecutiva (como la militar), o bien salte un «error» en un momento preciso en el que la población es sensible a esa circunstancia, entonces, en cascada, todo el mundo, la masa, hablará como uno solo contra él. Y los mismos que «toleraron» en el pasado ciertas acciones, ahora, refugiándose y animándose en el número, serán los primeros en denunciar sus actos como punibles, y no cejarán en pedir la cabeza del antes idolatrado.
Hacer el bien no siempre compensa
«Quien quiera ser bueno con quienes no lo son tarde o temprano sin duda perecerá».
La idea es que hacer el bien de forma constante no siempre compensa. Aunque haya que tender a ello, debe recordarse que a veces la bondad no es bien entendida. Ejercida en ciertos ámbitos puede ser considerada como signo de debilidad; y siempre habrá quien, movido por valores muy diferentes a los nuestros, trate de aprovecharse de ello.
El príncipe es caritativo no porque sea débil, sino precisamente porque puede serlo o no serlo a voluntad.
Respetarse a sí mismo y respetar a los demás
«El príncipe debe cuidar no ofender de manera grave a los que están cerca de él».
El respeto considerado como un valor. Eso es lo que nos permite aceptar, entender y valorar al prójimo, reconociendo los derechos de los individuos y de la sociedad.
El respeto ha sido entendido como valor porque es un facilitador de la convivencia en el seno de las sociedades. El problema es que a veces no son muy claras las interpretaciones de lo que es una falta de respeto. Aquí entraríamos en los aspectos culturales, al menos en las sociedades que promueven los derechos y las diferencias individuales y que se alejan de las más homogéneas del pasado.
A medida que la sociedad se abre, desaparecen esas faltas de respeto tan rígidas. Todo se difumina más y depende del criterio de cada uno: somos más libres y la subjetividad cuenta mucho, y no es tan fácil determinar qué es no respetar a los otros.
En todo caso, volvemos a uno de los principios fundamentales de la convivencia en sociedad: respetarse a sí mismo, respetar a los demás y exigir ser respetado. En este sentido, Baltasar Gracián recomendaba: «Nunca perderse el respeto a sí mismo».
Todo esto se magnifica cuando se trata de no ofender, de respetar a las personas que nos son más próximas, con las que tenemos un trato más cercano, casi íntimo, como pueden ser nuestros colaboradores más próximos o el personal a nuestro servicio directo. Nada es más grato que estar rodeado de personas que están a gusto con nuestra presencia, a las que sabemos valorar y a quienes damos un trato digno y humano. Eso no implica fraternizar en exceso ni tomarse confianzas indebidas. Aunque cada uno ocupe su puesto, hay que tratar a todo el mundo como si al día siguiente los papeles se fueran a invertir.
De lo que no hay duda es de que, cuando das la espalda, debes estar seguro de a quién tienes detrás. La cólera y la injusticia, como la debilidad, no deben ser percibidos por los que te rodean. También es recomendable ser magnánimo y apoyar en privado las decisiones de los que te sirven, compensándolos por los agravios involuntarios que se les haga en público, para no mostrar favoritismos. Las tres líneas que no hay que sobrepasar son siempre las mismas: el honor, la hacienda y el linaje. O dicho en lenguaje actual, el poder ejecutivo, la capacidad financiera y los intereses creados.
También se dice que hay que felicitar en público y reprender en privado, sobre todo lo último para evitar el odio del subordinado amonestado delante de los demás.
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Un líder generoso puede ganarse la admiración de sus súbditos, pero solo temporalmente, pues al final estará gastando el dinero ajeno. Por este motivo, Maquiavelo cree que es mejor tener fama de tacaño que de dadivoso o corrupto. También debe evitar los abusos y las humillaciones innecesarias sobre sus ciudadanos.
El poder del dinero
«El demasiado liberal no lo será largo tiempo: se quedará pobre y será despreciado».
Maquiavelo asocia en varias ocasiones el aspecto económico (la riqueza) con el prestigio (la estima). Si bien en el siglo XXI esta valoración no ha perdido vigencia, ni mucho menos, se ha complementado con otras características que los seguidores buscan en un líder, como el ejemplo, el conocimiento, la actitud y la honradez.
En la actualidad se aprecia la ética del dirigente por encima de aspectos materiales como lo económico. De lo contrario, los seguidores no le harán líder.
No obstante, como dice el poema de Quevedo, «poderoso caballero es don dinero», por lo que una persona que haya sido muy adinerada, una vez perdida la fortuna, lo más seguro es que descubra que la inmensa mayoría de los que consideraba como amigos se esfuman, y no logre mantener el respeto y la pleitesía que se le rendía en ciertos ambientes. Como apunta Baltasar Gracián: «Confiar los amigos de hoy como enemigos de mañana, y los peores».
Solo cuando la fortuna y la suerte acompañan al gobernante se genera ese halo de magnetismo que hace que todos lo adulen y acompañen. Pero si cae en desgracia o pierde el poder o, peor aún, si se le ve indeciso en la toma de decisiones, entonces el vulgo le abandonará, porque no hay nada más etéreo y fútil que la alabanza y la estima interesada. El príncipe debe advertir quién le apoyará durante toda su carrera, para no solo saber quién estará con él en las horas bajas, sino quién le estima solo por su poder. Así conocerá en las horas de gloria quién es de confianza y quién no.
Eso sí, a la hora de hacer la guerra, el dinero es la clave. Como decía Napoleón: «La guerra se hace con tres cosas: dinero, dinero y dinero».
Disparar con pólvora ajena