Maquiavelo también se preocupa por la importancia del capital humano que rodea al líder. Saber hacer equipo se ha revalorizado hoy en día, aunque la manera de constituirlo y organizarlo ha cambiado. Muchas experiencias han determinado la nueva gestión de equipo, en la que se cuidan aspectos que facilitan la motivación y la cohesión.
De lo que no cabe duda es de que el líder inteligente sabe rodearse de personas valiosas, incluso más capaces que él en ciertos temas. A él le corresponde canalizar los conocimientos y la valía de cada uno de sus colaboradores para, aprovechando la sinergia, conseguir un resultado mucho mejor, más eficaz y resolutivo. Solo los timoratos, los acomplejados, los que dudan de su propia valía, buscan rodearse de personas con capacidades inferiores a las suyas, por aquello de que no vayan a quitarles el poco brillo que tienen. Por todo ello, basta observar quién rodea a un príncipe para hacerse una idea bastante acertada de su capacidad intelectual, de su inteligencia.
Mostrar inteligencia influye en la capacidad de ejercer el poder. También es necesario saber la verdad para poder decidir con eficacia. La ilusión del conocimiento muchas veces provoca que un líder se desvíe de la realidad, aspecto que puede verse agravado en el mundo cada vez más complejo que nos toca vivir. Esa combinación de lo que uno sabe y del papel o relevancia de los asesores puede hacer que uno no sea consciente de su ignorancia, por ver, o por querer ver, tan solo lo que ese grupo de amigos con ideas alineadas le transmite, y por beber de fuentes informativas que no hacen más que confirmar sus creencias.
Dependiendo de quién te rodea y te aconseja, así serán tus decisiones y así se podrán predecir. Rodearse de consejeros adecuados es casi tarea de magia, un puro milagro. Todos serán, o querrán ser, validos, pero solo lo serán en ocasiones puntuales o según su nivel de experiencia. Pero no todos podrán tener razón siempre.
La habilidad para elegir equipo
«Un príncipe prudente más bien preferirá exponerse a ser vencido con sus propias tropas antes que a vencer con las extranjeras: además, no es una verdadera victoria la que se consigue con ayuda ajena».
Cuando Maquiavelo habla de los ejércitos, distingue entre auxiliares, mixtos y propios, en relación con el origen de las tropas. Respecto de las tropas auxiliares, consideradas de segunda clase, aunque pueden ser útiles, estima que son perjudiciales a la larga, e incluso más peligrosas que las tropas mercenarias.
El factor equipo es considerado un aspecto fundamental del líder eficaz. Forma parte del liderazgo ético, que consiste en buscar objetivos (la victoria) con tu propio equipo (los soldados). Es lo que se necesita para un liderazgo efectivo: alinear el líder con los seguidores en un marco o situación determinados.
Un equipo bien integrado es propio de los llamados «equipos de alto rendimiento», que cumplen con los objetivos de la organización mediante el compromiso, sin que su permanente disponibilidad suponga un aumento en los costes de producción. Equipos en los que la confianza sirve de lubricante entre todos los factores del liderazgo y que, al mismo tiempo, facilita la comunicación y la iniciativa.
En los entornos actuales, en constante cambio y, en los que se requiere un perfil de líder con mucha iniciativa interesa que se sepa trabajar en equipo, y para ello la cohesión es una condición previa imprescindible. Que el líder pueda considerar las tropas como «suyas» es signo de preparación, origen y sentido de pertenencia comunes, lo que facilita muchos aspectos del liderazgo y aumenta la eficacia del conjunto.
Como ejemplo de esa necesaria cohesión interna, en los equipos de los «Navy Seals» estadounidenses (considerados de alto rendimiento) se selecciona a los integrantes por cómo pueden encajar en el equipo, incluso por encima de sus aptitudes individuales. Sin la menor duda, las personas que hacen equipo generan confianza.
La confianza es el lubricante del liderazgo
«El primer signo de la decadencia del Imperio Romano […] fue tomar a sueldo a los godos, lo que debilitó al ejército romano y dio ventaja a los godos».
«No hay poder tan débil como el que no se apoya en sí mismo; es decir, el que no se defiende gracias a sus propios ciudadanos».
En El príncipe, Maquiavelo insiste una y otra vez en la necesidad de un ejército basado en personas afines, de formar un equipo con una cultura que genere cohesión y haga fuertes a sus miembros. La historia nos demuestra que es un error grave ceder el poder a los que están en la frontera o delegar la responsabilidad de defender esas fronteras a quienes no son súbditos. Todo imperio cae siempre debido a la corrupción de las instituciones propias, la debilidad de los valores institucionales, la arbitrariedad del príncipe en sus actos o el error de delegar en exceso la fuerza defensiva en quienes tienen otros intereses. Lo propio siempre será más valioso que lo ajeno.
Hoy se insiste mucho en la importancia del compromiso, palabra de moda en el nuevo liderazgo y que forma parte de los valores de los nuevos líderes. Generar compromiso trae consigo implicación y entusiasmo, y para lograrlo son esenciales las capacidades emocionales. La conexión entre el líder y sus seguidores es algo más que una simple comunicación. Un equipo conectado se considera un equipo que suma.
A partir de estos nuevos valores, la confianza se considera el lubricante que permitirá el movimiento de todos los factores del liderazgo. La confianza es fundamental para la efectividad y la salud de un equipo, puesto que facilita la comunicación sincera y favorece la posibilidad de retroalimentación, incluso estimulando la crítica, con el objetivo de aprender y mejorar. Es esa confianza lo que permitirá a todos los individuos informar de los males, problemas y las posibles mejoras, evitando contar tan solo lo que se quiere oír o lo que al líder le complace más, aspecto que tanto ha marcado tradicionalmente a las organizaciones jerárquicas.
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Aunque un príncipe o un líder puede llegar a conquistar el poder o la preeminencia por un golpe de suerte o una coincidencia de circunstancias favorables, su verdadera valía se demostrará si, además, es capaz de conservarlo.
Las eternas ansias de conquista
«Es natural y frecuente el deseo de conquistar, y los hombres son más alabados que reprendidos cuando lo logran, pero cuando no son capaces de hacerlo y lo intentan a cualquier precio, son dignos de vituperio».
La ambición es parte sustancial de la naturaleza humana. Ya se trate de conseguir más territorios, súbditos o recursos, empleando medios militares tradicionales o mediante fórmulas modernas y sofisticadas, el conquistador considera sus deseos como algo natural e inevitable, sin preocuparse por encontrar una posible justificación ética. Para algunos, por muy alto que se llegue, siempre existe el ansia de elevarse aún más.
Si pensamos en los instintos más primitivos, que están arraigados en lo más profundo de nuestro inconsciente, puesto que están vinculados a los instintos reptilianos de supervivencia, la conquista, en tanto que logro, es una manera de satisfacerlos. Según muchos autores, no se puede renunciar a ese instinto, ya que es inherente a la especie y a la genética humana.
En el siglo XXI, el concepto de conquista se ha ampliado, al mismo tiempo que los ámbitos de las posibles operaciones. Hemos pasado de los clásicos «tierra, mar y aire», que han definido los conflictos globales más recientes, a los nuevos dominios del ciberespacio y el ámbito cognitivo. Y cada vez más tenemos que incluir el espacio exterior, con la renovada y acelerada carrera espacial. El «multidominio» es hoy la moda. Entender las conquistas solo en el ámbito territorial, físico, con medios militares clásicos, ya no resulta suficiente.
Si en el siglo XVI la mejor manera de asegurar el dominio era a través de la destrucción, hoy se