Debates presidenciales televisados en el Perú (1990-2011). Lilian Kanashiro. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Lilian Kanashiro
Издательство: Bookwire
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Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9789972453595
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los candidatos no están interesados en educar al público o en arribar a la verdad; solo quieren ganar la elección. Desean tener el control de todo lo que hacen en la campaña, porque con ello tienen mayores probabilidades de impresionar al electorado, aventajar al oponente y ganar la elección (Kraus, 2000, p. 30).

      Esta lógica pragmática sobre los debates electorales, que minimiza la perspectiva pedagógica, está representada en la hipótesis funcionalista del análisis de contenido de la campaña política impulsada por Benoit y su equipo. Esta sostiene que el discurso tiene como fin ganar elecciones y que los ciudadanos votan por los candidatos que aparecen como atractivos según el criterio de cada votante. En ese sentido, señala tres tipos de funciones presentes en el contenido verbal del debate electoral: la aclamación, el ataque y la defensa, los cuales pueden ser proyectados en temas políticos (acciones pasadas, planes futuros, desafíos generales) o sobre el carácter de los debatientes (personalidad, liderazgo, valores) (Glantz et al., 2013).

      Los debates y su aspecto educativo traen a colación el tema de la influencia o efectos de los debates. A este respecto, es preciso tener una mirada amplia. Los efectos de los debates deben ser considerados en distintos niveles: efectos sobre la cobertura posdebate, efectos en los sondeos de preferencia electoral, efectos en el liderazgo del candidato al interior del grupo político, efectos en el voto del electorado. Esta amplia gama de efectos requiere tener en cuenta la ponderación de la calidad y extensión del efecto mismo, y reflexionar sobre ella a la luz de los procesos políticos de cada país. No será posible profundizar en todos estos aspectos, pero los distintos tipos de efectos muestran la variedad de estudios que es posible emprender en torno a esta expresión de la comunicación política.

      En líneas generales, los estudios sostienen que los debates televisados inciden más en el refuerzo de las opciones electorales previamente tomadas por la audiencia que en un cambio en la dirección de las tendencias en el voto. No obstante, dichos estudios señalan, a su vez, que los resultados de los mismos deben ser tomados con precaución, dado que es preciso considerar las características del proceso electoral y de la comunidad política.

      Una reciente tendencia de estudios busca identificar la influencia de diversos factores en las impresiones inmediatas de la audiencia a través de un sistema de respuesta en tiempo real. Los estudios de Nagel et al. (2012) comparan la influencia de lo verbal, vocal y visual en las impresiones inmediatas de los que se exponen al debate electoral. Los hallazgos afirman la predominancia de lo verbal con la cautela de sugerir que los estudios sean replicados en contextos en donde lo audiovisual tenga un mayor peso y el formato audiovisual del debate sea mucho más dinámico. Es de esta manera como en el contexto de la sociedad española se desarrolla un estudio en el mismo tenor, que presenta como resultados que las predisposiciones ideológicas y las expectativas previas sesgan la reacción inmediata de los participantes; se confirma el predominio de la estrategia de los common places1, pero se añade el impacto positivo que esta genera en contraposición al efecto polarizante que causan los ataques (Luengo, 2011).

       2. Las negociaciones detrás de los debates

      Si se toma como punto de partida que los debates electorales televisados son de suma importancia, pero al mismo tiempo no son de carácter obligatorio, cobra relevancia un aspecto importante: las negociaciones previas para la organización de los debates. Muchos autores afirman que la verdadera victoria ocurre sobre las mesas en las que se discute la estructura del evento, la fecha y el horario, los segmentos y los temas que se abordarán. En este espacio entran en función los controladores de campaña, cuya misión es controlar la agenda del debate. El objetivo de cada equipo negociador es lograr la máxima exposición y reducir el riesgo. Resultan sumamente ilustrativas las sesiones de negociación del debate norteamericano de 1960, las cuales comenzaron con todos los involucrados en la mesa: representantes de los candidatos y de los broadcasters que patrocinaban el evento. En la segunda reunión se solicitó a estos últimos que abandonaran la sala; cuando volvieron, los equipos negociadores de ambos candidatos les mostraron la pauta o estructura del debate (Schroeder, 2008, pp. 26-28). Este hecho señala las implicancias políticas detrás de las negociaciones del primer debate electoral televisado en la historia, negociaciones que requerían y debían ser entre iguales y sin testigos. Los estudiosos estiman que en este primer debate se sobredimensiona el aporte de las cadenas de televisión, cuando todo fue dirigido por los equipos negociadores de ambas campañas. Desde 1988, se excluye la presencia de los patrocinadores (sponsors) en las rondas de negociación de los debates norteamericanos (Kraus, 2000, p. 30).

      La negociación de los debates ha llegado a ser considerada un deporte sangriento: puede ser extremadamente larga como la realizada para el debate de 1992 (Bush vs. Clinton), que se inició a las 9:45 a. m. y terminó a las 3:45 de la mañana siguiente. No obstante, las mesas de negociación no han estado exentas de evolución: la del debate de 2004 (Bush vs. Kerry) fue por teléfono (Schroeder, 2008, p. 29).

      Uno de los aportes que expresa la importancia de la negociación en los debates electorales más allá de los aspectos logísticos está plasmado en el estudio de Verón, El cuerpo de las imágenes (2001), en torno a los primeros debates franceses.

      Ahora bien, la estrategia discursiva del giscardismo ha consistido desde 1974 en introducir, en el campo simetrizante de lo político, una posición de enunciación complementaria, que se puede llamar pedagógica: rehusando la construcción de un adversario, el enunciador se sitúa por encima de los partidos e intenta definir su legitimidad en el eje del saber, y no en el eje del querer. La estrategia del enunciador pedagógico consiste, dicho de otro modo, en definir a su Otro no como un adversario poseedor de otra voluntad, sino como otro que no posee el saber necesario. El lugar propuesto por tal enunciador es, entonces, forzosamente complementario, y el destinatario es situado en una posición complementaria inferior. En el campo de lo político, esta estrategia surgió a la luz del día por primera vez en el debate Giscard/Mitterrand de 1974. (Verón, 2001, p. 23)

      Para el debate de 1981, Giscard impuso modificaciones para mantener la posición citada anteriormente. No obstante, el partido socialista se impuso en la larga y difícil negociación, logrando que los dos periodistas presentes en el debate pudieran participar del intercambio y no solo se limitaran a controlar las reglas de juego. Se impidió que Giscard impulsara sus maniobras pedagógicas o didácticas que colocaban en situación de inferioridad a Mitterrand.

      Por otro lado, y no cabe duda, el caso norteamericano es el referente que aporta muchas lecciones; los procedimientos de negociación se han ido institucionalizando junto con el debate mismo y progresivamente se han abierto más al dominio público. Uno de los instrumentos que condensa los resultados de la negociación es el denominado Memorandum of Understanding, documento de gran valor que plantea el horario, formato y lugar en donde se realizarán el o los debates. Asimismo, precisa el calendario de estos eventos, donde se fija cada cuánto tiempo se desarrollarán y la duración de cada uno. A nivel de formato, se determina la ubicación de las cámaras, los tipos de micrófono, la distancia física entre los candidatos, la selección del moderador, así como las preguntas y los temas que se abordarán, entre otros detalles. Durante mucho tiempo, este documento era parte de la intimidad de los equipos de campaña y, a su vez, presea o botín de los periodistas que buscaban conocer los mínimos detalles del evento. Con motivo del debate de las elecciones presidenciales norteamericanas de 2004 (Bush vs. Kerry), el documento tenía una extensión de treinta y dos páginas, el más largo en la historia de los debates. La gran sorpresa se dio cuando ambos candidatos publicaron el Memorandum of Understanding en sus respectivas páginas web de campaña, rompiendo el mito secreto y oculto que acompañaba a este documento (Schroeder, 2008, pp. 30-32).

      Dejar un amplio margen de decisión en manos de los partidos, candidatos o equipos de campaña durante las negociaciones es un tema que suscita mucha controversia, dado que en la mayoría de los casos procura gran inestabilidad a los debates, sobre todo cuando estos no están institucionalizados o regulados como parte del sistema electoral. Algunas experiencias apuntan a que los organismos electorales, en especial, aquellos que imparten justicia electoral, deben ser los convocantes y organizadores de los debates, en