Frente a este impacto de la televisión en lo político y, en concreto, en el discurso político, se encuentran múltiples aportes. La televisión se ha convertido en un elemento central en las campañas electorales actuales; los partidos pasaron de invertir menos en actividades de contacto directo –también denominado trabajo intensivo– a un aumento sustancial del capital que se emplea en las campañas. Ello trae como consecuencia el debilitamiento del rol del miembro del partido y una mayor importancia del asesor profesional de campaña (Dalton y Wattenberg, 2000, pp. 12-13). Si se sigue el argumento de Thompson (2001) sobre la creciente importancia que toma el escándalo político, se puede señalar de la misma manera que los medios de comunicación, en general, y la televisión, en particular, traen como resultado un cambio en el régimen de visibilidad en comparación con los siglos precedentes, lo cual crea una imagen más próxima y visible de los actores políticos; en otras palabras, este fenómeno ayudó al sistema político a acercar a los líderes a los ciudadanos.
Una perspectiva novedosa con respecto a la televisión es planteada por Verón (2001), quien precisa que la televisión es el medio por excelencia del contacto, en donde la imagen funciona como índice a través de la metonimia y la contigüidad. Si bien en el medio televisivo se pone más énfasis en la imagen, el contacto y la economía de la mirada es lo esencial. Es privilegio del periodista el acceso a la mirada del espectador; como gerente del contacto con el telespectador, solo él puede mirarnos directamente (Verón, 2001, pp. 18-50). Por otro lado, se sostiene que «el estudio de los géneros televisivos de la realidad donde se escenifican dinámicas deliberativas (debates, entrevistas, tertulias) juegan un papel fundamental en la construcción social de la imagen pública de la política» (Pérez, Mercé y Pujadas, 2014, p. 46).
En el plano concreto de los debates televisados, un cuestionamiento ha sostenido como argumento la consecuente trivialización y espectacularización de la política. En ese tenor, Domínguez (2011, 2014) señala, entre los resultados de sus estudios de recepción de los debates electorales mexicanos, la influencia de la categoría generacional, pues encuentra que los adultos se sienten más atraídos por la espectacularización que los jóvenes. Por su parte, Schroeder (2008) considera que el estudio de los debates tiene más valor en su relación con la televisión que con respecto a la comunicación política: los debates presidenciales son la expresión genuina del espectáculo; no se rigen por las reglas de la retórica o de la política, sino por las del medio receptor. El valor de los debates es el valor de la televisión: celebridad, imagen, conflicto y dramatismo (Schroeder, 2008, p. 9). Tampoco se puede dejar de lado a aquellos que sostienen el enriquecimiento de la discursividad política:
El empobrecimiento (frecuentemente denunciado) del discurso político no es un resultado de la televisión. La entrada de lo político en la era audiovisual ha significado, por el contrario, un enriquecimiento de la discursividad política, por la incorporación de nuevos registros sensoriales (en particular, el de lo indicial), y por la complejización de las estrategias que resultan de ello. Este empobrecimiento sólo es ineluctable cuando la forma publicitaria se convierte en la única forma dominante de la comunicación política. (Verón, 2001, pp. 65-66)
Como en todo discurso, hay defensores, detractores y moderados, además de múltiples aproximaciones que dan cuenta del carácter multidisciplinario de este corpus de análisis. Este hecho me permite enmarcar el estudio como un aporte desde la disciplina semiótica, que, según creo, algo tiene que decir. Aun así, conviene profundizar en los alcances políticos que los debates electorales televisados tienen según los tratamientos que estos han recibido. En primer lugar, sobre su consideración como fuente de información y aprendizaje político; en segundo lugar, como arena de negociación política; y, en tercer lugar, como la expresión de un formato pactado de interacción.
1. Los debates como aprendizaje político y sus efectos
Una mirada optimista de los debates electorales sostiene que estos eventos permiten un aprendizaje político por parte de los ciudadanos y la discusión en profundidad de temas políticos, sin limitarse a las imágenes de los candidatos que básicamente proyectan los spots electorales. Bajo la premisa de que las decisiones tomadas sobre la base de una adecuada información generan un beneficio cívico, los debates electorales ocupan una posición privilegiada (Echeverría-Victoria y Chong-López, 2013). No obstante, este tipo de mirada sobre los debates suele ser crítica frente al conflicto o la confrontación.
Según Téllez et al. (2010), los debates electorales constituyen eventos atractivos en las campañas electorales que permiten a los ciudadanos la comparación de propuestas políticas y el conocimiento de los candidatos en situaciones no planificadas por la dificultad de prever la reacción del otro candidato. En ese sentido, son considerados como actuaciones de alto riesgo. Los autores señalan la importancia de la revalorización del conflicto en dosis adecuadas. Por tanto, no debe extrañar la presencia de ataques y gestos conflictivos, ya que en eso radica la idea del debate. Un debate no es exposición de ideas.
Esta mirada pedagógica del debate electoral propone una serie de interrogantes que no dejan de ser interesantes y guardan vigencia en la discusión pública actual. Si los debates cumplen una función pedagógica para los votantes, ¿por qué no son obligatorios?, dado que es conocida la resistencia de los candidatos a debatir, debido a los riesgos que ello comporta. Esta pregunta cobra relevancia cuando se sabe que varios países no cuentan con este ritual político; de hecho, en varias democracias o países en vías de democratización, los obstáculos para la organización y realización de un debate entre candidatos son innumerables. Un argumento en contra de la obligatoriedad a participar en un debate es la limitación de la libertad del candidato en el manejo de su campaña. Un valor importante en la democracia es el derecho del candidato a competir libre de las regulaciones gubernamentales tanto como sea posible. Asimismo, parte de la discusión involucra el derecho de los electores a tener mayor información y el compromiso que adquiere el actor político o candidato, más aún en los casos en los que cuenta con el financiamiento público de su campaña. Por ejemplo, si se usa la franja electoral (tiempo libre en medios), podría ser obligatoria la participación en los debates en virtud de una mayor información para los ciudadanos. En la discusión de la obligatoriedad de la participación de los candidatos, aparece la pregunta en torno a la existencia o no de sanciones cuando un candidato decide no participar de un debate electoral (Mickiewicz y Firestone, 1992, pp. 49-50). Una tendencia reciente es la incorporación de los organismos encargados de impartir justicia electoral como organizadores de los debates, que si bien no sancionan la ausencia de los candidatos en dichos eventos, se puede asumir que ejercen una presión mayor sobre ellos que las organizaciones de la sociedad civil.
No obstante, algunos estudios, sobre todo de los debates norteamericanos, sostienen que los debates electorales, al estar bajo un formato televisivo, promueven más la imagen antes que las ideas políticas de los candidatos o partidos. Los debates televisivos son coproducidos por candidatos y managers de campaña. Nada se deja de negociar. Los debates modernos son la versión política de