El Tigre del Subte . María José López. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: María José López
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789878721422
Скачать книгу
se había peleado a golpes con un amante. Como consecuencia tuvo fractura de nariz, la cual sangró mucho y huyó de la escena. Decidió no volver a ese pueblo de mierda, como ella le decía siempre. Pero, al enterarse por el diario de la terrible noticia, regresó tan pronto pudo para evitar la injusta ejecución.

      Desencajada y enardecida gritaba.

      —¡Él no cometió ningún crimen!

      El psiquiatra le contestó:

      —Nosotros tampoco. Le hicimos sentir a Cacho como si hubiésemos cortado sus venas, pero en realidad le pasé mi uña por su muñeca, simulando un corte. Con un gotero de forma continua dejamos caer agua tibia sobre su piel. Él sintió que era su sangre. Escuchó este goteo, y así lentamente falleció. Cacho murió por sugestión.

      RECURRENTE

      Llegaron al club de jazz. A ella le encantaba el lugar; era lindo. Estaba ubicado en un subsuelo. Al bajar la empinada escalera por la izquierda, antes de las cortinas bordó de terciopelo, había un pequeño mostrador atendido por un chico joven, muy simpático. Como ya los conocía, los saludaba con cierta familiaridad. Él cobraba las entradas.

      Al pasar las cortinas se encontraban con un sofisticado salón de paredes rojas, en la mitad tenía un escalón que separaba el espacio en dos niveles. A la izquierda una larga barra con espejos y botellas de diversos licores, copas y vasos. Siempre había movimiento en la barra. Ellos tenían su propia mesa, y como eran asiduos, siempre estaba reservada en la segunda fila antes del escenario.

      Las mesas eran chicas, redondas, vestidas de rojo hasta el piso. En cada una, una lamparita de velo negro y dorados cristales brillantes que colgaban de ella. El ambiente era tenue, romántico y elegante.

      No bien se sentaron, el mozo, atento y muy familiar, los saludó de beso como era la costumbre. Luego se acercó con una botella de champán y dos copas muy frías. El halo blanco que las cubría ocultaba su transparencia.

      Brindaron. Estaban felices; siempre en el club estaban felices.

      Los dos disfrutaban del jazz como su música preferida. Aunque el cine, el teatro y la literatura fuesen otro punto de encuentro para ellos. Como eran melómanos, el jazz era su favorito.

      Ese día escucharían una banda joven de músicos muy talentosos que interpretaría un vasto repertorio de Oscar Peterson. Ella siempre pensó que tener una pista de baile haría del club un lugar perfecto.

      Mientras levantó su copa de champán para brindar, le dijo al oído que le encantaría bailar. Él sonrió amorosamente, y sin decir nada, brindó con ella. Se bajaron las luces; el concierto iba a empezar. El telón del escenario se abrió lentamente, luces rojas y azules ambientaban la escena. Del lado izquierdo del escenario un piano de cola, del lado derecho el contrabajo, en el centro, al fondo, la batería. Todos aplaudían. El lugar estaba lleno, como siempre.

      El pianista entró al escenario. Se sentó al piano y dijo: —Laura.

      Esta era una de las más hermosas piezas de Peterson, pero también era el nombre de ella. Tan pronto el pianista puso sus manos en las teclas, y las primeras notas salieron Laura se largó a llorar. En ese punto él siempre se despertaba y ella desaparecía. Laura, que era un sueño recurrente, tenía que esperar en la oscuridad, el silencio total y la inexistencia, hasta que él, su amor perfecto, soñara de nuevo con el club de jazz, para que ella volviera a existir.

      A Gabriel Mañana

      QUÉDATE EN CASA

      Su mentora era vieja, muy vieja. Tal vez tenía la edad del mundo. Ella, la aprendiz, nunca se atrevió a preguntarle su edad porque la mentora tenía un carácter iracundo. No le gustaba hablar y vivía aislada, sin importar que compartían el mismo hogar.

      Jamás se atrevió a preguntarle por qué estaban juntas. ¿Cómo la había escogido? Es más, no sabía si tenía nombre. Nunca había escuchado a su mentora mencionarlo. Las pocas veces que le habló, le ordenaba cosas…—Lleva esto, trae lo otro… —pero nunca la llamó por nombre alguno.

      Ese día, como siempre, había salido sin decir nada, pero ella se dio cuenta por primera vez de que su mentora estaba muy encorvada, más de lo usual. Se preocupó un poco, pero sabía que no podía abrir su boca sin autorización, así que dejó en sus pensamientos lo que vio. Hizo lo que siempre tenía que hacer. Meditar era la orden, preparar su mente para que estuviera en blanco, y sobre todo olvidar.

      Su principal tarea diaria era evitar recuerdos.

      La mentora le había dicho:

      —Un día me voy a ir y, cuando me reemplaces, ten presente que no puedes recordar nada de lo que hagas. El trabajo no puede venir a casa. Y cuando estés ya muy cansada de trabajar, después de muchos años, tendrás que ir por un aprendiz que te reemplace, para cuando tengas que irte.

      Todo eso estaba claro en su cabeza. Ella obedecía, nada más. Sin embargo, ese día después de que su mentora salió, ella decidió hacer algo que tenía prohibido. Asomarse a la ventana era la prohibición más estricta que tenía.

      —Si te asomas a la venta, lo vas a lamentar… —le dijo la mentora en una ocasión.

      “¿Qué podría ser eso tan terrible que le podía pasar?”, pensó.

      Finalmente, si ella no tenía clara la existencia del bien y del mal, ¿qué podría lamentar?

      Después de una de sus meditaciones, se puso de pie muy decidida e inició el recorrido de su travesura hacia la ventana.

      Su pálida mano tembló un poco antes de correr el cerrojo, y así lentamente la abrió. Aterrada, cerró los ojos. Era la primera vez que veía la luz. Se quedó un rato impávida. Luego, lentamente, los volvió a abrir, y poco a poco se fue acostumbrando a la luz.

      Vio las nubes. El cielo era de un color que ella nunca había visto. No conocía el azul, porque no conocía los colores, vivía en blanco y negro.

      Estaba fascinada. Sintió rabia con su mentora. ¡Otro nuevo descubrimiento: la rabia!, nunca había sentido algo así. Ese sentimiento se instaló en su cabeza y la incomodó. La mentora le quería quitar la emoción de la luz y del color.

      “¿Por qué le habría prohibido tal belleza?”, se preguntó.

      De repente por el frente de la ventana pasó un joven, hermoso como la luna. Ella no podía respirar. Su corazón partió en galope, era como si quisiera huir de ella. Tampoco podía parpadear. Era lo más bello que había visto en su existencia. El joven la vio y quedó hipnotizado; no podía dejar de verla. Ella se asustó. ¡Otro nuevo descubrimiento: el miedo!

      Quiso cerrar la ventana para esconder su falta de obediencia, como si el tiempo se pudiera volver atrás. El joven, con una voz muy dulce, le dijo antes de perderla:

      —Mañana vengo a verte...

      Ella cerró rápidamente la ventana y se fue a meditar.

      Cuando llegó su mentora, la observó en silencio por largo tiempo. Luego dijo:

      —Tu corazón palpita… ¡Mañana... quédate en casa, no vayas a salir!

      Ella sabía que la mentora había descubierto su falta de disciplina. Quería decirle que no había pasado nada. ¡Otro nuevo descubrimiento: la necesidad de mentir!

      La mentora se retiró y ella se quedó sola con sus pensamientos. Ese hermoso joven bailaba por su memoria.

      Al día siguiente, antes de irse, la mentora le dijo de nuevo:

      —Quédate en casa, no vayas a salir.

      Ella aguardó en silencio un largo rato y meditó. Su corazón de nuevo empezó a galopar y la curiosidad la llevó a la puerta.