Las palabras de Serge, lejos de tranquilizarla la asustaron y se sentía aún más incómoda debido a su mirada inquisidora.
—¿Cómo es que hablas francés? —la interrogó con perspicacia, tratando de conocer un poco más de ella.
—Soy gitana —respondió ella levantando sus ojos hacia donde se encontraba él, apoyado junto a la puerta del camarote—. He vivido en muchos lugares aunque a ninguno lo siento como propio. Mi tierra es en dónde está mi gente, mi familia, mis tradiciones.
Leena se entristeció y tragó en seco al darse cuenta de que sus palabras solo reafirmaban lo que había perdido y que parecía que no recuperaría jamás. Su mirada estaba fija en sus manos, en especial en su anillo y jugaba con el dándole vueltas como si estuviera hipnotizada por el fulgor de la plata.
—¿Por qué tú y Andrei estaban distanciados? —indagó la joven con timidez sin atreverse a mirarlo.
—Me opuse a que revela sus conocimientos a los alemanes —contestó él tajante.
—¿Sus conocimientos?
—¿Andrei no te habló de nuestros antepasados?
—Ah sí, creo que habló de seres oscuros y maldiciones…pero no entendí muy bien a qué se refería.
—Guardamos saberes que no están al alcance de la mayoría de personas, primero porque se asustarían y segundo porque no sabrían qué hacer con ellos. Andrei reveló algunos de estos secretos a Hitler y a los miembros de la Sociedad Thule aunque le exigí que no lo hiciera.
—Me parece lógico —señaló ella con preocupación—. ¿Cómo es que él no lo vio venir?
—Hay algo que no conoces de mi hermano, ¡el gran princi!… —cortó en seco y aclaró su garganta—. Andrei es bastante terco y tiene un ego del tamaño del mundo. Pero es mi hermano y haría cualquier cosa en el mundo por verlo feliz.
Nuevamente tenía esa mirada en el rostro, cómo tratando de descubrir en Leena, sus más profundos sentimientos.
—¿Puedo preguntar qué sientes por él? —le espetó sin más.
Leena entendió que la sutilidad no era una de sus fortalezas. Permaneció en silencio por unos minutos, tratando de ordenar sus ideas, ya que ni ella mismo estaba segura de las emociones que la embargaban.
—Gratitud —dijo sin levantar su mirada—. Me salvó la vida…
Serge la observaba detenidamente, de todos los sentimientos que la unían con su hermano, el que ella había nombrado, era el que menos se le había cruzado por la cabeza. ¿Cómo podía ser que se pareciera tanto a aquella joven? ¿En realidad era la misma gitana?, se preguntaba sin dejar de mirarla.
Leena no se sentía a gusto con Serge; su constante observación la incomodaba. Parecía estar escuchando los comentarios del joven pero en realidad pensaba en Andrei. Habían pasado tan poco tiempo juntos, sin embargo sentía su ausencia como un vacío en el alma, experimentaba una ansiedad y un deseo de verlo tan fuerte, como si extrañara su vida misma.
Un ruido sonó y Leena se sintió avergonzada, era su estómago. No había comido nada en todo el día, y Serge, la miró divertido.
—Bueno, creo que tengo algo por aquí para ti —dijo, mientras sacaba una manzana de su bolsillo. Leena se abalanzó y se la quitó de las manos.
—¡Gracias! —exclamó emocionada mientras la devoraba a grandes bocados—. ¿No quieres un poco? —le preguntó ante la mirada del joven, un poco repulsiva y a la vez anhelando la fruta y la sensación que parecía causar en Leena, el comerla.
—No tengo hambre —contestó sin dejar de observarla, frunciendo su ceño, provocando que pronunciadas arrugas cubrieran su frente.
—¿Por lo menos puedes sentarte? —le cuestionó ella, no tanto preocupada por su bienestar, sino porque su penetrante observación le causaba molestia.
—No estoy cansado —volvió a contestar de forma seca y cortante, sin apartar su mirada de la manzana y la boca de Leena, como si tratara de aprender el arte de alimentarse.
—Es extraño —dijo ella, mientras saboreaba la fruta— no te he visto comer y no estoy segura de que hayas descansado desde que llegamos a tu casa. A Andrei tampoco lo he visto alimentarse o descansar. No sientes hambre, ni cansancio. ¿Acaso sientes miedo? —le preguntó divertida, pero su respuesta le causó sorpresa.
—Todo el tiempo —expresó con una voz triste y seria a la vez. En ese momento sintió que ya no podía disfrutar el sabor de la fruta y lo miró con asombro. El silencio y la expresión de gravedad en la cara del joven, la obligaron a callar. Acabó lentamente su manzana y pensó que le esperaba un largo viaje a América.
En la casa de Serge, Andrei estaba desesperado por emprender aquella arriesgada empresa que lo introduciría en el Aurigny. Recordó los instantes que habían compartido antes de la partida de Leena, ella negándose a abordar el barco con Serge; confesándole que no se sentía a gusto con su hermano.
Él por su parte, estaba hechizado recordando la pequeña abertura en su camisa de dormir que le permitía apreciar las redondeadas formas de sus senos y tragó en seco recordando su cuerpo desnudo, frágil y el roce casi imperceptible de sus manos en la piel húmeda de la joven gitana, cuando parecía que la vida se le escapaba inmisericorde.
Cuando la tarde había caído y el último resquicio del día moría, tomó de la cama el camisón de dormir que hora antes había abrigado el cuerpo de Leena. Delicadamente lo acercó a su rostro, el aroma de su cuerpo se había impregnado en la suave tela. Aspiró profundamente y por minutos sintió que ella estaba con él, en la misma habitación, anhelando su presencia, llenando con su recuerdo su corazón vacío.
Abandonó la casa sigilosamente, vestía ropas oscuras para poder perderse en la oscuridad. Había que flanquear una distancia considerable de la casa de Serge al puerto de El Havre, pero no mucha gente se atrevía a transitar por la calle debido al toque de queda. A partir de las seis de la tarde, nadie podía abandonar su hogar, caso contrario corrían el riesgo de ser arrestado o peor aún, de morir a manos de los soldados nazis.
Dos jóvenes de las juventudes hitlerianas, un comando de adolescentes al servicio del régimen nazi, hacían una ronda cerca de donde se encontraba Andrei. La noche era fría y transcurría sin contratiempos, cuando uno de ellos se sobresaltó al ver un lobo enorme en una esquina; con sus ojos destellantes y los afilados dientes, de pelo oscuro brillante y de gran contextura. Pensó que sus sentidos le jugaban una mala pasada y prefirió no decir a su compañero de guardia nada sobre el incidente.
Cuando cubrieron las cinco manzanas que les habían sido asignadas por su superior, una bestia se abalanzó sobre ellos. El más joven se aturdió y no pudo rastrillar su fusil; un grito de horror se ahogó en su garganta al ser testigo del macabro espectáculo de la bestia, desgarrando con violencia el cuello de su compañero. Cuando trató de correr, el lobo se acercó a él dando grandes zancadas hasta que lo atacó por la espalda, despedazando su nuca y arrojándolo al suelo. Una vez saciado su deseo de sangre, el animal se alejó lentamente del lugar, rodeado por una espesa neblina que se extendía hasta el puerto.
Los marineros se admiraron de que una noche clara y estrellada de pronto se cubriera con el manto gris de la bruma. Lo que desconocían era que este fenómeno, lejos de ser natural, era provocado por un ente que tenía poder sobre los elementos de la naturaleza; la tormenta, la lluvia, los truenos. También podía convertirse en un ser de la noche como un lobo, murciélago, rata y de igual forma, tenía control sobre ellos como un líder con su manada.
Era la madrugada cuando una figura fantasmal se había parado sobre el mástil del Aurigny para admirar, desde un lugar privilegiado, a la que sería su residencia durante una semana o más, según como se presentasen los acontecimientos. Su rostro era el de un murciélago con facciones