Nuestro maravilloso Dios. Fernando Zabala. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Fernando Zabala
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Сделай Сам
Год издания: 0
isbn: 9789877984576
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lugares diferentes, estaban orando por él. Mientras las lágrimas corrían por sus mejillas, Peter Landless pensó: “¡Qué bendición! Las oraciones de quienes nos aman, y en favor de quienes amamos, son eficaces” (Really Living, pp. 78-82).

      ¡Claro que lo son, doctor! Por eso, el apóstol nos exhorta a mantenernos atentos, “siempre orando por todos los santos”.

      ¿Es ciego el amor?

       “Si hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido” (1 Corintios 13:1, NVI).

      ¿Es ciego el amor? Esta es la pregunta que se discutía en una clase de la Escuela Sabática de una iglesia a la que asistí, precisamente cuando se celebraba el Día del Amor y la Amistad. Después de unos minutos de discusión, la conclusión fue que la ceguera no está en el amor, sino en la pasión. Muy de acuerdo. Recordemos que fue en un arrebato de pasión que Siquem violó a Dina, la hija de Jacob (ver Gén. 34); y fue también como consecuencia de una pasión descontrolada que Amnón, hijo de David, violó a Tamar, su medio hermana (2 Sam. 13). El amor, en cambio, no es ciego; todo lo contrario: ve muy bien. Ve en el ser amado lo que otros no ven; ve cualidades que para los demás pasan fácilmente inadvertidas. La razón por la que esto ocurre la expresa muy bien Jan Vanier, cuando dice que amar es revelar a una persona la belleza que hay en su corazón (The God Who Won’t Let Go, p. 98).

      Ahora bien, ¿significa esto que somos ciegos a los defectos de la persona que amamos? No. Sabemos que tiene defectos, porque nadie es perfecto. Lo que sucede es que no permitimos que esos pocos defectos nos impidan percibir toda la belleza que hay en el corazón del ser amado. Para decirlo lisa y llanamente, ¿quién va a estar viendo defectos cuando hay tanta virtud, tanta bondad que ver? ¿Y quién va a querer hablar de uno que otro defecto, cuando esta persona tiene tantas cualidades?

      Hoy es un buen día para dar gracias a Dios por nuestros seres amados. También lo es para decirles lo mucho que los amamos; lo mucho que significan en nuestra vida. Esto último es muy importante. No es suficiente con que percibamos la belleza que hay en su corazón, hemos de revelárselo; de hacérselo saber.

      ¿Por qué ha de ser así? Porque, como bien lo dice Elena de White, “el amor no puede durar mucho si no se le da expresión” (El hogar cristiano, p. 88). Claro, mañana también podríamos decírselo; pero ¿por qué dejar para mañana lo que podemos hacer hoy?

      Padre celestial, dame ojos como los del Señor Jesús, para ver lo bueno que hay en las personas que están a mi alrededor, comenzando con mis seres queridos. Y dame palabras amables, palabras de aliento para hacerles saber lo mucho que significan en mi vida.

      Las cosas “extrañas” del amor

       “Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguien tuviera el valor de morir por el bueno. Pero Dios muestra su amor para con nosotros, en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:7, 8).

      Ayer dijimos que al amor, lejos de ser ciego, ve muy bien. Hoy diremos que el amor hace cosas extrañas.

      ¿Qué significa esto de “las cosas extrañas del amor”? Tomemos por ejemplo el caso de Jacob, el patriarca bíblico. ¿Cómo explicar el hecho de que haya trabajado siete años por el derecho a casarse con Raquel y, sin embargo, la Escritura dice que a él “le parecieron pocos días” (Gén. 29:20)? Siete años son muchos días, ¡pero no para el que está enamorado!

      ¿Cómo entender que Rut, la moabita, haya dejado atrás su tierra, sus parientes, sus raíces, sus dioses... y todo, por amor a su suegra? Todos recordamos sus palabras: “No me ruegues que te deje y me aparte de ti, porque a dondequiera que tú vayas, iré yo, y dondequiera que vivas, viviré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios, mi Dios” (Rut 1:16). No parece haber lógica en su decisión, pero esas son las cosas extrañas del amor.

      Ya puedes imaginar el siguiente ejemplo. ¿Cómo pudo Dios enviar a su Hijo a este mundo, a sabiendas de que sería maltratado, humillado, salvajemente golpeado y finalmente crucificado? ¿Puede alguien, por favor, explicarlo? ¿Puede alguien entender cómo es que, a pesar de que somos pecadores, tú y yo seamos llamados hijos de Dios?

      No hay manera de explicar este misterio. Sin embargo, hay al menos dos cosas que podemos hacer. Una, es aceptar por fe el hecho de que “Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom. 5:8). Es decir, aceptar que, por amor, Dios pudo ver en ti y en mí lo que nadie más había visto: seres de tanto valor como para justificar el sacrificio de Jesús, nuestro Señor.

      La otra cosa que podemos hacer es ¡dar gracias a Dios por su don inefable! (2 Cor. 9:15); agradecerle por ese regalo tan precioso que nos dio en la Persona de su amado Hijo. ¡Y esto es algo que podemos hacer en este mismo instante!

      Gracias, Padre celestial, porque no esperaste a que me reconciliara contigo para hacer de mí el objeto de tu supremo amor. Gracias por haber visto en mí un ser de mucho valor; de tanto valor como para que tu amado Hijo muriera en una cruz donde debí morir yo.

      Dios sabe

       “Los ojos de Jehová están sobre los justos y atentos sus oídos al clamor de ellos” (Salmo 34:15).

      “Nunca sabes lo que un nuevo día puede traer”, escribe Warren W. Wiersbe, “así que, mantén tus ojos abiertos, y tus oídos atentos a lo que el Señor te quiera comunicar” (With the Word. A Devotional Commentary, p. 49).

      Muy atento tiene que haber estado Moisés cuando, mientras apacentaba las ovejas de su suegro Jetro, vio una zarza que ardía pero no se consumía. “Iré ahora para contemplar esta gran visión, por qué causa la zarza no se quema”, se dijo Moisés a sí mismo. No imaginó que, al acercarse a la misteriosa zarza, tendría un encuentro personal con “el Ángel del Señor” (Éxo. 3:2, RVC).

      ¡Qué cosas tan extrañas a veces hace Dios! En ese momento Moisés ya no era un príncipe de Egipto. Era, por así decirlo, un fugitivo de la justicia, que había huido a Madián después de haber dado muerte a un capataz egipcio que golpeaba a un hebreo. Ya no tenía las mismas fuerzas y, seguramente, tampoco el mismo entusiasmo. Sin embargo, en el “cronograma” de Dios había llegado el tiempo de la liberación, y Moisés había sido escogido para cumplir esa gloriosa misión.

      ¿Exactamente qué mensaje tenía el Ángel del Señor para Moisés? Leamos: “Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus opresores, pues he conocido sus angustias. Por eso he descendido para librarlos de manos de los egipcios” (vers. 7, 8).

      ¿Te diste cuenta de lo personal que es ese mensaje? “He visto su aflicción”, “He oído su clamor”, “He conocido sus angustias”. Es difícil leer este pasaje y no experimentar cierta emoción. ¡Dios oye los clamores de sus hijos, y conoce sus angustias! Este es precisamente el mensaje de nuestro texto bíblico para hoy: “Los ojos de Jehová están sobre los justos y atentos sus oídos al clamor de ellos”.

      ¿Estás pasando por pruebas difíciles ahora mismo? ¿Has clamado por ayuda sin que veas respuesta alguna? He aquí el mensaje del Señor para ti: “He visto tu aflicción”; “He oído tu clamor”; “He conocido tus angustias”.

      Sí, Dios sabe por lo que estás pasando en este mismo instante. No solo lo sabe; más importante aún es que, en el momento que él considere oportuno, vendrá tu liberación. ¿Por qué sabemos que es así? Porque “los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos, atentos a sus oraciones” (Sal. 34:15, NVI).

      Gracias, Señor, porque conoces mis angustias. Sobre