¡Con razón el Mandamiento comienza con un “acuérdate”! Es decir, acuérdate de adorar “a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas”. Y acuérdate de que tu Creador quiere encontrarse personalmente contigo en el día que él bendijo y santificó.
¿Lo dejarás esperando?
Gracias, Padre celestial, por ese precioso “acuérdate”. Además de recordarme mi noble origen, tu día santo también me recuerda que eres digno de mi adoración y mi alabanza.
8 de febrero
¡Anímate!
“Todos los días del desdichado son difíciles, pero el de corazón alegre tiene un banquete continuo” (Proverbios 15:15).
¿Sabes lo que significa la palabra “oxímoron”? Básicamente, significa usar dos términos aparentemente contradictorios para dar lugar a un nuevo sentido: un silencio atronador, una tensa calma, un instante eterno.
He aquí un ejemplo más: un cristiano triste. ¿No es esta una contradicción de términos? No me refiero al hecho de que en ocasiones podamos estar tristes. Quiero decir, más bien, que no se espera que el cristiano pase por este mundo mirando solo el lado negativo y triste de la vida.
¡Así es! ¿Puede vivir bajo una nube negra quien tiene a Dios por Padre y a Cristo como amigo y Salvador? ¡Imposible! ¿Por qué, entonces, esparcimos tanta tristeza a nuestro alrededor? ¿Por qué con tanta frecuencia miramos el lado negativo de las cosas y nos quejamos de todo y por todo? ¿No podríamos, por ejemplo, mirar más a menudo el lado bueno de las cosas, reír un poco más y difundir más alegría a nuestro alrededor?
Esto último me recuerda un relato que narra Allen Klein acerca de un hombre que siempre se quejaba por todo (The Healing Power of Humor, p. 78). Cuando la esposa le traía jugo de naranja, él decía que lo quería de uvas. Cuando le servía pan con mantequilla, él lo quería con mermelada. Cuando le servía huevos fritos, él los quería hervidos.
Dice Klein que, cansada de la actitud del esposo, un día la señora tuvo una brillante idea: decidió freír un huevo y hervir el otro; así el hombre no tendría escapatoria. Le sirvió, pues, los huevos, y esperó. El hombre miró el plato durante unos segundos, y luego gruñó:
–Mujer, ¡freíste el huevo equivocado!
El punto está claro: ¿Por qué mirar siempre el lado negativo de las cosas?
“Todos los días del desdichado son difíciles”, dice el sabio, “pero el de corazón alegre tiene un banquete continuo” (Prov. 15:15). ¿Cómo disfrutar de ese banquete que Dios nos ofrece en este nuevo día? En primer lugar, recordemos que en el cielo hay un Padre que nos ama más de lo que jamás podremos imaginar. En segundo lugar, mostremos al mundo todo lo bueno que puede suceder cuando Cristo, el Señor, mora en el corazón.
Así que, si estás triste, ¡anímate! Y si estás alegre, asegúrate de comunicar esa alegría a tu alrededor. ¡Eso también es cristianismo!
Amado Dios, gracias porque eres mi Padre celestial; y gracias porque he encontrado en Cristo a un maravilloso amigo y Salvador.
9 de febrero
Dios perdonador
“Tú eres Dios perdonador, clemente y piadoso, tardo para la ira y grande en misericordia” (Nehemías 9:17).
¿En qué estaba pensando Abraham cuando le mintió a Abimelec, rey de Gerar, haciéndole creer que Sara era su hermana? Un rápido análisis de la situación dejaba ver con claridad que Sara corría menor peligro presentándose como la esposa de Abraham. Un esposo tenía derechos sobre su mujer, para esa cultura,precisamente por estar casados, pero ¿qué derechos tendría Abraham sobre Sara, si era solo su hermana?
En esta ocasión, al igual que cuando mintió en Egipto, Abraham estaba pensando en su propia seguridad. En esa oportunidad, le propuso a Sara que se presentara como su hermana debido a que los egipcios, al ver su hermosura, lo matarían a él mientras que a ella le preservarían la vida (ver Gén. 12:11-13). ¿Cuál fue el resultado de su plan? Sencillamente, no funcionó. Dice el relato bíblico que faraón hizo llevar a Sara a su casa, obviamente para convertirla en una de sus esposas; lo cual no ocurrió gracias a la oportuna y milagrosa intervención de Dios. Hay varias lecciones para nosotros en esta parte “oscura” de la vida de Abraham.
La primera es que ninguno de nosotros está exento de errores. Aun los gigantes de la fe tuvieron sus caídas; unas estrepitosas, como la de David; otras, inexplicables, como estas del patriarca Abraham.
Una segunda lección es que, después de sus caídas, estos héroes de la fe no permanecieron en el suelo. De David dice la Palabra que llegó a ser un varón conforme al corazón de Dios (ver Hech. 13:22). A Abraham, por su parte, Dios lo llama “mi amigo” (Isa. 41:8). De alguna manera, sus fracasos los ayudaron a depender cada vez más del Padre celestial.
Finalmente –y esta parece ser la lección más valiosa–, a pesar de que Abraham manifestó desconfianza al mentir con respecto a su verdadera relación con Sara, Dios en ningún momento lo abandonó. No solo protegió a su esposa, sino también dejó muy en claro que el patriarca, a pesar de su error, continuaba siendo su representante (ver Gén. 20:7).
Si, al igual que yo, has dado pasos equivocados, recuerda que nuestro Dios es “perdonador, clemente y piadoso, tardo para la ira y grande en misericordia”. No importa cuán bajo hayas caído, él nunca te abandonará.
Gracias, Padre celestial, porque a pesar de mis continuos errores y pecados me recibes cada vez que acudo a ti en busca de perdón. Gracias, además, por tu promesa de que siempre estarás conmigo hasta el fin del mundo.
10 de febrero
¿Debajo de un cajón?
“Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Tampoco se enciende una lámpara y se pone debajo de un cajón, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en casa” (Mateo 5:14, 15, RVC).
¿Qué significa que tú y yo seamos la luz del mundo? Básicamente, que no importa cuán densas sean las tinieblas que nos rodean, hemos de brillar para la gloria de Dios. El apóstol Juan nos dice por qué ha de ser así: porque “la luz alumbra en la oscuridad, ¡y nada puede destruirla!” (Juan 1:5, TLA). Esta realidad la ilustra muy bien una experiencia que hace años vivió Charles Colson al visitar la prisión estatal de Míchigan, Estados Unidos . Cuenta Colson que, después de haber hablado a un numeroso grupo de reclusos en el salón de actos de la prisión, lo llevaron a la sección donde se encontraban los asesinos condenados a muerte. Su sorpresa fue grande al ver que estos criminales, condenados a muerte como enemigos de la sociedad, estaban fuera de sus celdas, en compañía de personas que estaban desarmadas, incluyendo a una jovencita cristiana que había ido a cantar.
Cuando Colson y quienes lo acompañaban se disponían a salir, vieron que un miembro del grupo estaba en una de las celdas, orando con un preso. A su regreso, explicó por qué se había detenido en esa celda.
–Yo soy el juez Clement, el que sentenció a muerte a ese hombre. En aquel entonces él era un enemigo de la sociedad, y también mi enemigo. Pero conoció al Salvador, y nació de nuevo. Hoy es mi hermano, y nos sentimos como si fuéramos de la misma familia. Y todo, porque un grupo de cristianos vino a la cárcel y testificó de su fe en Cristo (“Vivamos por encima de las tinieblas”, Revista Adventista, marzo de 1982,