Bendito Jesús, hoy quiero brillar para ti. Pero brillar de un modo que la atención se concentre en ti, porque solo tú eres digno de todo honor y toda gloria, hoy y siempre. Amén.
11 de febrero
“Estaré contigo”
“No temas, porque yo estoy contigo” (Isaías 41:10).
No sé si es la promesa que más se repite en la Biblia, pero “estaré contigo” es, en mi opinión, la más hermosa. ¿Por qué? Sencillamente, porque no tengo nada que temer si sé que el Señor está conmigo.
“Estaré contigo”. ¿Por qué esta promesa habla de una manera tan directa a mi corazón, llenándome de confianza y seguridad? Una historia que narra Jamie Buckingham lo ilustra bien. Cuenta Buckingham que, una noche, cuando él y su esposa Jackie fueron a cenar con unos amigos, dejaron solos en casa a sus dos hijos menores: Tim, de 17 años; y Sandy, de 14.
A eso de las diez de la noche, Buckingham recibió una llamada de su hija, Sandy. Le pedía a gritos que regresaran. ¿Qué había sucedido? Al llegar a casa, encontraron a Sandy sentada en un mueble, petrificada, con un cuchillo en la mano. Cuando se calmó, la niña explicó que, mientras veía la televisión, le pareció ver a un fantasma a través de la ventana. Encendió todas las luces y, tan rápido como pudo cerró las puertas, pero entonces vio en una ventana un mensaje que decía: “¡Voy a agarrarte!” Entonces entró en pánico.
Imaginándose “la causa” de lo ocurrido, Buckingham salió de la casa en busca de Tim. Lo encontró, sentado, riéndose a carcajadas. Después de darle un buen regaño, los dos padres procedieron a calmar a Sandy. Lo lograron a medias. Esa noche Sandy no podía dormir. Le explicaron que todo había sido una broma de su hermano, y que lo que vio fue el movimiento de una sábana.
Al fin lograron que Sandy se acostara sola en su cuarto, pero la niña no quería que apagaran la luz. A pesar de los razonamientos, ella insistía en que dejaran la luz prendida. Entonces Buckingham tuvo una idea. Después de apagar la luz, se acostó al lado de Sandy. En cuestión de segundos, la niña dormía profundamente (Where Eagles Soar, p. 110).
¿Era realmente la luz lo que Sandy necesitaba? ¿O, más bien, la seguridad de que su padre estaba a su lado?
Cuando en tu peregrinaje por esta vida sientas que te rodean las tinieblas del desánimo; cuando te asalte la duda y seas presa de la angustia, recuerda que, en tales momentos, la presencia de Dios está contigo. Lo que esto significa es que, no importa cuán difícil sea tu situación, tu Padre celestial será tu luz y tu seguridad.
Con él a tu lado, ¿qué más podrías necesitar?
Gracias, Señor, porque siempre estás a mi lado. ¡Siempre! De verdad, no tengo palabras para agradecerte esta gran bendición.
12 de febrero
“La niña de sus ojos”
“Acuérdate de lo que hizo Amalec contigo en el camino, cuando salías de Egipto; de cómo te salió al encuentro en el camino y, sin ningún temor de Dios, te desbarató la retaguardia de todos los débiles que iban detrás de ti, cuando tú estabas cansado y sin fuerzas” (Deuteronomio 25:17, 18).
“Ruin, cobarde e insidioso”. Así califican Jamieson, Fausset y Brown el ataque que los amalecitas perpetraron contra la desprevenida retaguardia de Israel, a su salida de Egipto (Comentario exegético y explicativo de la Biblia, t. 1, p. 77).
El traicionero ataque se produjo sin que hubiera provocación alguna de parte de Israel, y causó estragos en los miembros más débiles del pueblo que habían quedado rezagados. ¿Por qué hicieron algo tan vil? Según Patriarcas y profetas, los amalecitas habían “jurado por sus dioses que destruirían a los hebreos de modo que nadie escapara, y se jactaban de que el Dios de Israel sería impotente para resistirlos” (p. 307).
Según las Escrituras, apenas se produjo el sorpresivo ataque, Moisés dio órdenes precisas a Josué para repeler a los amalecitas, mientras él y Aarón intercedían por el pueblo. Al final, el resultado fue que “Josué deshizo a Amalec y a su pueblo a filo de espada” (Éxo. 17:13).
Pero el asunto no termina ahí. La malvada acción de los amalecitas no solo quedaría registrada, sino también a su tiempo sería castigada: “Escribe esto”, le ordenó el Señor a Moisés, “para que sea recordado en un libro, y di a Josué que borraré del todo la memoria de Amalec de debajo del cielo” (vers. 14).
¿Por qué esa sentencia tan dura sobre Amalec? Porque el brutal ataque, además de desafiar directamente el poder de Dios, se perpetró sin ninguna compasión sobre la gente más indefensa del pueblo; y eso Dios no lo podía ignorar.
La lección es contundente: quien daña a los hijos de Dios, especialmente a los más débiles, toca a “la niña de sus ojos” (ver Zac. 2:8). Y aunque él es Dios “misericordioso y piadoso [...] de ningún modo tendrá por inocente al malvado”. Que Dios nos libre de causar daño intencionalmente a uno de sus hijos; ¡pero que además otros se cuiden de hacernos daño, porque también nosotros somos hijos del Altísimo!
“La mano de Dios se extiende como un escudo sobre todos los que le aman y temen; cuídense los hombres de no herir esa mano; porque ella blande la espada de la justicia” (ibíd.).
Ayúdame, oh Dios, a ser siempre bondadoso hacia tus hijos. Y ayúdame también a recordar que quien me quiera hacer daño estará tocando “la niña de tus ojos”.
13 de febrero
“A las 12:45”
“Oren en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y manténganse atentos, siempre orando por todos los santos” (Efesios 6:18, RVC).
Para los lectores de la Adventist Review [Revista Adventista en inglés], el nombre del Dr. Peter N. Landless es familiar. Durante años escribió, junto al Dr. Allan R. Handysides, la columna semanal sobre salud.
Lo que yo no sabía era que el Dr. Landless había sido condecorado por el gobierno de su país (Sudáfrica) con la Southern Cross Medal, distinción que se otorga a oficiales del ejército que han prestado a su país un servicio excepcionalmente meritorio. Tampoco sabía que, mientras prestaba su servicio, el Dr. Landless estuvo a punto de perder la vida. La historia la cuenta el pastor Don Schneider.
Dice el relato que, unos dos años después de culminar sus estudios en Medicina, el Dr. Landless recibió una carta del gobierno de Sudáfrica indicándole que debía cumplir con el servicio militar obligatorio. Debido a su entrenamiento, serviría como médico. Aunque no de muy buena gana, se enlistó, deseando que los dos años de servicio pasaran rápido. En el segundo año de servicio, el Dr. Landless fue enviado a una zona que estaba siendo duramente golpeada por la guerrilla. Ahí –cuenta él– su mayor deleite era atender a los enfermos de una población rural que estaba cerca de la base militar. Cada día, seis días por semana, atendía entre cincuenta y doscientos pacientes de la localidad.
Un día, mientras regresaba de atender a un niño que estaba muy enfermo, dos minas antitanques estallaron y el vehículo en el que viajaba voló por los aires. Eran las 12:45. El conductor del vehículo murió días después, y el Dr. Landless sufrió varias heridas. Apenas se recuperó, llamó a su esposa Rosalind. Cuál no sería su sorpresa cuando ella le dijo: “Estábamos en la iglesia, almorzando después del servicio, cuando oramos por ti. Eran las 12:45”. Después de hablar con su esposa, llamó a su mamá, para decirle que estaba bien. Al oír la voz de su hijo, la señora le preguntó:
–¿Has estado involucrado en algún accidente?
–Sí