Los hijos de Israel se encontraban a salvo a orillas del Mar Rojo, después de que el ejército egipcio había sido literalmente destrozado gracias a la oportuna intervención de Dios. Guiados por Moisés, los israelitas prorrumpieron entonces en alabanza para agradecer por la gran liberación (ver Éxo. 15:1-18). El resultado fue un canto, el primero que registran las Escrituras, y que conocemos como el Canto de Moisés.
El Canto de Moisés se divide en dos partes. En la primera (vers. 1-12), el pueblo alaba a Dios por haberlo rescatado de las huestes egipcias. En la segunda (vers. 13-18), su nombre es exaltado por lo que hará por su pueblo una vez que posea Canaán. En la primera parte, justo en el versículo dos, Moisés y el pueblo exclaman: “El Señor es mi fuerza y mi cántico; él es mi salvación. Él es mi Dios, y lo alabaré; es el Dios de mi padre, y lo enalteceré” (Éxo. 15:1, 2, NVI).
¿Te fijaste? Moisés primero dice: “Él es mi Dios”. Luego añade: “Es el Dios de mi padre”. ¿No es esto maravilloso? ¡El Dios de su padre es también su Dios! Y ahora dime tú: ¿Puede haber una herencia más preciosa para legar a nuestros hijos que el conocimiento de Dios como su Padre, y de Cristo como su Salvador?
He leído que poco después de la muerte de Ronald Reagan, el 40° presidente de los Estados Unidos, su hijo adoptivo Michael Reagan comentó que de los muchos regalos que su padre le dio, ninguno logró superar al que recibió durante un vuelo aéreo que realizaron juntos en 1988, cuando Michael era todavía un niño: su padre le habló del amor de Dios y del amor de Cristo como su Salvador. “En ese momento no sabía todo lo que eso significaba, pero ciertamente lo sé ahora”, dijo.
¿Qué piensa hacer Michael con ese “regalo”? Dice él que se ha propuesto honrar la memoria de su padre al dar a sus hijos el mismo regalo que él recibió.
¡Esa es la idea! Que nuestros hijos puedan decir, sin avergonzarse: “¡El Dios de mi padre es también mi Dios!”
Dios de mis padres, hoy quiero que sepas que eres mi Dios, y que resuelvo hacer todo cuanto pueda para que también seas el Dios de mis hijos.
24 de febrero
¿Se puede pedir más?
“Ya no los llamo siervos, porque el siervo no está al tanto de lo que hace su amo; los he llamado amigos, porque todo lo que a mi Padre le oí decir se lo he dado a conocer a ustedes” (Juan 15:15, NVI).
¿Qué te gustaría que se dijera de ti?
1 Que eres una persona muy amada por Dios.
2 Que eres una persona “conforme al corazón de Dios”.
3 Que eres amigo de Dios.
Que era “muy amado” se dice del profeta Daniel (Dan. 9:23). Del Rey David se dice que era “varón conforme al corazón de Dios” (Hech. 13:22). Y que era “amigo de Dios”, se dice de Abraham (Sant. 2:23). De nuevo, ¿qué te gustaría que se dijera de ti?
Al igual que Abraham, y sin pensarlo dos veces, quiero ser llamado “amigo de Dios”. Mejor aún, quiero que el Señor diga de mí lo que en una ocasión dijo de Abraham: “Pero tú, Israel, siervo mío eres; tú, Jacob, a quien yo escogí, descendencia de Abraham, mi amigo” (Isa. 41:8).
Dice: “Mi amigo”. ¿Puede haber mayor honor que este? ¡Que el Soberano de todo el universo diga de ti, de mí: “¡Es mi amigo, mi amiga!”
Lo cierto es que ese honor ya es nuestro. Oigamos al Señor decirlo: “Ya no los llamo siervos, porque el siervo no está al tanto de lo que hace su amo; los he llamado amigos” (Juan 15:15, NVI). Lo que el Señor está diciendo aquí es algo así:
“Aunque yo soy el Señor y el Maestro, no tienen que relacionarse conmigo como siervos que temen a su amo; pueden hacerlo como amigos que me aman ¡porque ustedes ya son muy amados!” ¿No es esto maravilloso?
Volvamos por un momento a la amistad entre el Señor y Abraham. ¿Cuál era uno de los rasgos más significativos de esa amistad? El mismo Señor lo mencionó en ocasión de su visita a Abraham, cuando se acercaba el momento de la destrucción de Sodoma: “¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer?” (Gén. 18:17).
¡Ahí está! Entre amigos no hay secretos. ¿Cómo podía el Señor destruir a Sodoma sin que Abraham, su amigo, lo supiera?
Amigos de Dios; eso somos tú y yo. Como prueba de esa amistad, él nos dio a conocer todo lo que oyó decir al Padre. Y, más importante aún, dio su vida por nosotros.
¿Qué más se puede pedir?
No sé qué viste en mí, bendito Jesús, para que decidieras ser mi mejor amigo. Mientras yo viva, haré honor a esa amistad, y cuando vengas a buscarme, será para mí el mayor de los honores alabar tu precioso nombre por toda la eternidad.
25 de febrero
“Pagada completamente”
“Hermanos, quiero que sepan que les estamos anunciando el perdón de sus pecados por medio de Jesús” (Hechos 13:38, RVC).
Fue en su primera visita a Jerusalén, en ocasión de la Pascua, cuando Jesús dio evidencias de entender cuál era el propósito de su nacimiento en nuestro mundo.
Dice el relato bíblico que, una vez terminada la fiesta, José y María emprendieron el viaje de regreso a casa, sin darse cuenta de que Jesús se había quedado en Jerusalén. Después de tres días de angustiosa búsqueda, cuando finalmente lo encontraron, su madre le preguntó: “ ‘Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?’ [...]. Él les respondió: ‘¿Y por qué me buscaban? ¿Acaso no sabían que es necesario que me ocupe de los negocios de mi Padre’?” (Luc. 2:48, 49, RVC).
Con esta respuesta, Jesús por primera vez indicó que tenía una misión especial que cumplir. Y una vez que comprendió la naturaleza de esa misión, nunca la perdió de vista. Por ello pudo decir al principio de su ministerio: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y terminar su obra” (Juan 4:34). Y antes de expirar su último aliento, mientras pendía de la Cruz, exclamó: “Consumado es” (Juan 19:30).
¿Qué quiso decir con las palabras “Consumado es”? Que “Cristo no entregó su vida hasta que hubo cumplido la obra que había venido a hacer” (El Deseado de todas las gentes, p. 706). En este sentido, la expresión “Consumado es” (gr. tetelestai) hace referencia no a un hombre acabado, que ha llegado al fin de sus fuerzas, sino habla de una obra terminada.
Según Warren W. Wiersbe, tetelestai era una palabra de uso común en tiempos de Jesús. La usaban los siervos cuando completaban una tarea; y los artistas, cuando terminaban sus obras. También los sacerdotes griegos la utilizaban cuando los adoradores traían al Templo una víctima para el sacrificio. Si el animal cumplía los requisitos, el sacerdote decía tetelestai (“Es perfecto”). Y cuando una persona completaba el pago de una compra a plazos, el vendedor extendía un recibo con la palabra tetelestai: “Pagada completamente” (The Cross of Jesus: What His Words from Calvary Mean for Us, p. 105).
¿Qué es lo que estamos diciendo? Que es posible el perdón de nuestros pecados, gracias al sacrificio que nuestro Señor completó en la Cruz; porque al derramar su preciosa sangre, Jesús pagó completamente nuestra deuda de pecado, y nos dio una nueva oportunidad.
Dicho de otra manera: ¡Ya no estamos sujetos a servidumbre! ¡Cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia!
Gracias, Jesucristo, por haber cancelado mi deuda de pecado. Hoy quiero hacer uso de la libertad que me has devuelto para aceptarte como mi Señor y Salvador.
26 de febrero
¿Cómo