El segundo comentario de Agustín sobre el sábado de la Creación podría definirse como el paso místico del alma humana del desasosiego al descanso de Dios. Como ejemplo podemos citar, en uno de los más sublimes capítulos de sus Confesiones, la oración siguiente: “¡Oh, Señor Dios, tú que nos has dado todo, concédenos también tu paz, la paz del sábado, la paz sin atardecer!93 Porque este tan hermoso orden de cosas pasará cuando haya cumplido el propósito que les has señalado. Todas ellas fueron hechas con una mañana y una tarde. Pero el séptimo día no tiene atardecer, porque tú lo has santificado para que dure eternamente. Tu descanso en el séptimo día, después de completar tus obras, nos anuncia a través de la voz de tu Libro que nosotros también, cuando terminemos nuestras obras por tu gracia, en el sábado de la vida eterna descansaremos en ti”.94 Esta interpretación espiritual y escatológica del sábado muestra el profundo aprecio que Agustín tenía por su significado, aun cuando no aceptase la observancia literal del cuarto Mandamiento.95
Edad Media. La concepción agustiniana del sábado fue seguida con mayor o menor aproximación a lo largo de la Edad Media.96 Pero, a partir del año 321, con la ley dominical de Constantino, apareció una nueva interpretación. Para darle una sanción teológica a la legislación imperial que exigía la cesación de trabajo en domingo, las jerarquías eclesiásticas apelaron a menudo al precepto creacionista del cuarto Mandamiento, pero adaptándolo a la observancia del domingo. Crisóstomo (347-407) anticipa este desarrollo en su comentario sobre Génesis 2:2: “Dios bendijo el séptimo día y lo santificó”. Pregunta: “¿Qué significa realmente ‘lo santificó’? [...] [Dios] nos enseña que entre los días de la semana uno debe ser puesto aparte completamente dedicado al servicio de las cosas espirituales”.97 La transformación del sábado de la Creación (la específica observancia del séptimo día) en el simple reposo un día de cada siete hizo posible aplicar el mandamiento del sábado a la observancia del domingo. Pedro Comestor (m. 1179) también defiende esta aplicación argumentando sobre la base de Génesis 2:2 que el “sábado ha sido observado siempre por algunas naciones incluso antes de que la ley fuese dada”.98 Este reconocimiento del sábado como una norma procedente de la Creación, y por lo tanto universal, fue motivado, sin embargo, no por el deseo de fomentar la observancia del séptimo día, sino por la necesidad de sancionar el acatamiento del domingo.
En la teología medieval tardía, la aplicación literal del mandamiento del sábado a la observancia del domingo fue justificada con una nueva interpretación que consistía en separar en el cuarto Mandamiento su aspecto moral del ceremonial.99 Tomás de Aquino (1225-1274) ofrece, en su Suma Teológica, la más elaborada exposición sobre esta artificial y abusiva distinción. Allí argumenta que “el mandato de guardar el sábado es moral [...] en la medida en que ordena al hombre dedicar parte de su tiempo a las cosas de Dios [...] pero es un precepto ceremonial [...] en cuanto a la determinación del tiempo”.100 ¿Cómo puede el cuarto Mandamiento ser ceremonial en su especificación del séptimo día, pero moral en su obligación de apartar un día para el descanso y la adoración? Sin duda porque, para Tomás de Aquino, el aspecto moral del sábado se apoya en la ley natural, es decir, que el principio de destinar periódicamente un tiempo al descanso y a la adoración está de acuerdo con la razón natural.101 El aspecto ceremonial del sábado, por otra parte, se basa en el simbolismo del séptimo día: conmemoración de la Creación y prefiguración del “reposo del alma en Dios, en la vida presente por medio de la gracia, o en la vida futura en gloria”.102
Uno se pregunta qué tendrá que ver el aspecto ceremonial (transitorio) del sábado con su significado de perfecta creación divina y de reposo en Dios en esta vida y en la venidera. ¿No es precisamente este significado el que provee la base para consagrar un tiempo a la adoración a Dios? Rechazar como ceremonial el mensaje original del séptimo día, concretamente que Dios es el Creador perfecto que ofrece descanso, paz y compañía a sus criaturas, implica desechar también toda razón moral para dedicar un tiempo determinado al culto divino. La creencia en Dios como Creador, que será tratada en el próximo capítulo, constituye la piedra angular de la fe y del culto cristianos. Aparentemente el mismo Tomás de Aquino reconoció la deficiencia de su razonamiento puesto que hizo una distinción entre el sábado y otras festividades del Antiguo Testamento, como la Pascua, “un signo de la futura Pasión de Cristo”. Para él, estas festividades eran “temporales y transitorias [...] por lo tanto solo el sábado, y ninguna otra de las solemnidades y sacrificios, es mencionado en los preceptos del Decálogo”.103 La inseguridad de Tomás de Aquino acerca del aspecto ceremonial del sábado se refleja también en su comentario de que Cristo anuló no el precepto del sábado, sino “la interpretación supersticiosa de los fariseos, quienes pensaban que había que abstenerse de hacer incluso obras de caridad en sábado, lo cual iba en contra de la intención de la Ley”.104 La incertidumbre de Tomás de Aquino fue, sin embargo, ampliamente olvidada, y su distinción entre los aspectos moral y ceremonial en el sábado se convirtió en una razón fundamental para defender el derecho de la iglesia a introducir y regular la observancia del domingo y de otras fiestas religiosas. El resultado fue un elaborado sistema legal muy semejante a la legislación rabínica sobre el sábado, pero aplicado al domingo.105
Luteranismo. Los reformadores del siglo XVI sostuvieron diversos puntos de vista sobre el origen y la naturaleza del sábado. Sus posiciones dependían de su comprensión acerca de la relación entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, y sobre todo de su reacción en contra de una observancia legalista y supersticiosa no solo del domingo sino de toda una serie de festividades religiosas. Lutero y algunos radicales, en su intento por combatir el sabatismo medieval fomentado no solo por la Iglesia Católica sino también por elementos de la Reforma tales como Andreas Karlstadt,106 atacaron el sábado como una “institución mosaica especialmente destinada al pueblo judío”.107 Esta posición se vio ampliamente fomentada por una separación radical entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. En el Gran Catecismo (1529), Lutero explica que el sábado “es algo superado, como las demás ordenanzas del Antiguo Testamento que estaban sujetas a determinadas costumbres, personas y lugares, pero ahora hemos sido liberados por Cristo”.108 Esta postura aparece formulada todavía más claramente en el artículo 28 de la Confesión de Augsburgo (1530): “La Escritura ha abrogado el sábado; pues enseña que desde la revelación del evangelio todas las ceremonias mosaicas quedan eliminadas”.109
Estas declaraciones quizá den la impresión de que Lutero rechazó el origen creacionista del sábado, reduciéndolo a una simple institución judaica. Pero tal conclusión no es correcta, pues Lutero afirma, en el propio Gran Catecismo, que “el día (sábado) no necesita ser santificado en sí mismo, puesto que ya ha sido creado santo. Desde el principio de la Creación fue santificado por su Creador”.110 Del mismo modo, en su comentario sobre Génesis 2:3, Lutero dice: “Dado que las Escrituras mencionan el sábado mucho antes de que Adán cayese en pecado, ¿no habrá que deducir que ya se le había indicado que debía trabajar seis días y descansar el séptimo? Así es, sin duda alguna”.111 Melanchthon, el colaborador y sucesor de Lutero, expresó el mismo punto de vista. En la edición de 1555 de sus Loci Communes, Melanchthon afirma claramente que, “desde los tiempos de Adán, los primeros padres guardaron (el sábado) como un día en el que dejaban a un lado el trabajo de sus manos y se reunían con otros para la predicación, la oración de agradecimiento y los sacrificios, tal como Dios había ordenado”.112 Melanchthon hace una distinción entre la función del sábado antes y después de la Caída. Antes de la Caída, el sábado tenía por objeto permitir que Dios encontrara “reposo,