“Importa mucho más lo que tú piensas de ti mismo que lo que los otros opinen de ti”
“La educación requiere muchísima diligencia, que aprovechará grandemente; porque es fácil conformar los ánimos aún tiernos, mientras que es difícil cortar los vicios que crecieron con nosotros.
Hay, pues, que mantener muy apartada a la niñez de la adulación: que oiga la verdad. Tema unas veces, respete siempre, sea deferente con los mayores. Nada consiga por la ira; o que fue negado al que lloraba, concédase al que esté tranquilo. Tenga en perspectiva y no en uso las riquezas de los padres. Repróchesele toda mala acción. Será muy del caso que se les dé a los niños preceptores y pedagogos de carácter plácido. Todo lo que es tierno se acomoda a lo que tiene cerca y crece a su semejanza; las costumbres de los adolescentes reproducen las de sus nodrizas y pedagogos. Un niño educado en casa de Platón, cuando llevado a la de sus padres, al ver vociferar su padre, dijo: ‘Nunca vi esto en casa de Platón’. No dudo que bien pronto imitó más a su padre que a Platón. Ante todo sea frugal su comida; no lujosos sus vestidos y su modo de vida semejante al de sus iguales. No se irritará por ser comparado a cualquier otro aquel a quien desde el principio igualaste a otros muchos”.1
Los estudios liberales
“Son ocupaciones provechosas, útiles en cuanto que preparan el ingenio y no lo ocupan permanentemente. En ellos hay que detenerse mientras el ánimo no puede hacer nada mayor; son nuestro aprendizaje, no la obra definitiva. Ves por qué fueron llamados estudios liberales: porque son dignos del hombre libre. Pero en realidad el solo estudio verdaderamente liberal es el que hace al hombre libre. Este es el de la sabiduría, que es elevado fuerte, magnánimo. Los demás son pequeños y pueriles […]; no debemos aprenderlos, sino haberlos aprendido.
El gramático se ocupa de cuidar del lenguaje; si quiere ir un poco más lejos, trata de historia, y de versos si extiende sus confines lo más que puede. ¿Qué cosa de estas allana el camino de la virtud? ¿La explicación de las sílabas, la diligencia en la elección de las palabras, la memoria de las fábulas, la ley y la modificación de los versos? ¿Qué cosas de estas quita el miedo, limpia la codicia, frena la lujuria? […]. Se busca si enseñan estos o no la virtud; si no la enseñan, no la transmiten; si la enseñan, son filósofos. ¿Quieres comprender que no se sientan en la cátedra para enseñar la virtud? Mira cómo difieren entre sí las enseñanzas de todos; si enseñaran lo mismo serán semejantes.
Paso a la música: me enseñas cómo se armonizan entre sí las voces agudas y las graves, cómo se hace la concordia entre las cuerdas que dan un sonido distinto; enséñame mejor cómo mi ánimo concuerde consigo mismo y no discrepen mis propósitos. […]
“No nos atrevemos a muchas cosas porque son difíciles, pero son difíciles porque no nos atrevemos a hacerlas”
¿Por qué entonces instruimos a nuestros hijos en los estudios liberales? No porque puedan dar la virtud, sino porque preparan el ánimo para recibirla. Así como aquella primera literatura, como llamaban los antiguos a las nociones elementales con que se instruye a los niños, no enseña las artes liberales, sino que prepara el terreno para adquirirlas, así las artes liberales no llevan el ánimo a la virtud, sino que le facilitan el camino.
“No hay, en mi dictamen, hombre que aprecie más la virtud y la siga con más gusto, que el que por no hacer traición a su conciencia, ha perdido la reputación de hombre de bien”
Se dirá: ‘Así como una parte de la filosofía es la natural, y otra la moral y otra la racional, así también el conjunto de las artes liberales reclama un puesto en la filosofía. Cuando se llega a las cuestiones naturales, hay que atenerse al testimonio de la geometría; luego es parte de la filosofía a la que ayuda’. Pero muchas cosas nos ayudan sin que sea partes nuestras. Más aún, si fueran partes, no ayudarían. El alimento es ayuda del cuerpo y no parte suya. Alguna ayuda nos presta la utilización de la geometría; así que es necesaria a la filosofía, como a la misma geometría le es necesario el artesano. Pero ni este es parte de la geometría, ni esta lo es de la filosofía. Además, ambas tienen sus confines propios. Porque el sabio investiga y conoce las causas de los hechos naturales, cuyo número y medida la geometría estudia y calcula. Sabe el sabio por qué ley subsisten los cuerpos celestes, cuál es su fuerza y cuál su naturaleza; el astrónomo observa sus idas y venidas y un cierto régimen que tienen por virtud del cual suben y bajan y a veces parecen estar parados, siendo así que los cuerpos celestiales no pueden pararse.
La filosofía nada pide a otro; desde los cimientos levanta toda su obra pero la matemática es superficial y edifica sobre tierra ajena. Recibe los principios, gracias a los cuales llega a conclusiones ulteriores. Si fuera por sí misma a la verdad, si pudiera comprender la naturaleza del universo, diría que contribuyen mucho al bien de nuestras almas, las cuales se acrecientan con el trato de las cosas celestiales y toman algo de lo alto. Una sola cosa consuma la perfección del ánimo: a saber, la ciencia inmutable del bien y del mal; pero del bien y del mal ninguna otra arte investiga nada”.2
“La conversación es la expresión de nuestro modo de pensar”
La sabiduría
“El sabio se contenta consigo mismo. Muchos, Lucilio, interpretan esto mal; echan al sabio de todas partes y le obligan a recluirse dentro de su piel. Pero hay que distinguir lo que dice esta sentencia y cómo lo dice: el sabio se contenta consigo mismo para vivir feliz, no para vivir simplemente. Para esto necesita de muchas cosas; para aquello, de un ánimo sano, elevado, y desdeñoso de la fortuna.
Quiero indicarte también una distinción de Crisipo. Dice que el sabio no necesita imprescindiblemente de nada y que, sin embargo, le son necesarias muchas cosas. ‘El necio, por el contrario, nada necesita, porque de nada sabe usar, y le son imprescindibles muchas cosas’. El sabio necesita de las manos, de los ojos y de otras muchas cosas necesarias para el uso cotidiano, pero no está en la indigencia de nada. Porque ser indigente es ser esclavo de la necesidad y no la hay para el sabio.
¿Por qué nadie confiesa sus vicios? Porque está sumergido en ellos; contar sus sueños del que está despierto y confesar sus vicios es indicio de estar sano moralmente.
Despertémonos, pues, para que podamos corregir nuestros errores. Solo la filosofía nos despertará; solo ella sacudirá el sueño pesado. Dedícate por entero a ella. Eres digno de ella, y ella es digna de ti; id al abrazo el uno de la otra. Niégate a todas las demás cosas, enérgicamente, abiertamente. No se ha de filosofar de precario.
Vuelve a ella toda tu mente, siéntate en su escuela, cultívala; se hará una gran distancia entre tú y los demás. Adelantarás en mucho a todos los mortales, y los dioses no te adelantarán mucho. ¿Preguntas qué diferencia habrá entre tú y ellos? Que ellos durarán más, pero a fe mía, que es de gran artista encerrar tanto en tan poco. Tan abierta le está al sabio su vida como al dios su eternidad. Hay algo en lo que el sabio aventaja al dios: este no teme por privilegio de su naturaleza; el sabio por su trabajo.
El sabio y el que aspira a la sabiduría está unido ciertamente a su cuerpo, pero en su mejor parte está ausente de él y eleva sus pensamientos a las alturas. Como obligado por un juramento piensa que su vida es tiempo de servicio. Está formado de modo que no tiene ni amor ni odio de la vida, y aguanta su moralidad, aunque sabe que mayores cosas le aguardan. ¿Me prohíbes la contemplación de la naturaleza y separándome del todo me llevas a una parte? ¿No investigaré cuáles son los principios de las