Como la progresión infinita no es posible en los seres del mismo modo que en estas sustancias puede llegarse a una, la más elevada de todas que se aproxime más a Dios, así también puede descenderse al último grado de la escala, llegando a una que se aproxime más a la materia corporal. En el hombre debemos reconocer una inteligencia superior a la de los demás animales, porque es evidente que el hombre solo considera la universalidad, las relaciones de las cosas y las cosas inmateriales, que solo son percibidas por la inteligencia. La inteligencia no puede ser un acto ejercido por un órgano corporal, como la visión es ejercida por el ojo. En efecto, es necesario que todo instrumento de la potencia cognoscitiva o del conocimiento carezca del género de las cosas que es conocido por su medio, a la manera que la pupila carece por su propia naturaleza de color. Los colores no son conocidos sino en cuanto las especies de colores son recibidas en la pupila, porque el objeto que recibe debe estar vacío de aquello que recibe. La inteligencia, sin embargo, es susceptible de conocer todas las naturalezas sencillas. Si este conocimiento se obrara por un órgano corporal, sería preciso que este órgano estuviese libre y desembarazado de toda naturaleza sensible, y esto no puede ser. Además toda virtud cognoscitiva, o de conocimiento, opera el conocimiento o lo ejerce a la manera con que la especie del objeto conocido está en ella, porque esta especie es para ella el principio del conocimiento; es así que el conocimiento conoce inmaterialmente las cosas mismas que por su naturaleza son materiales, abstrayendo la forma universal de las condiciones materiales que producen la individualización; luego es imposible que la especie de una cosa conocida esté materialmente en el conocimiento; luego esta especie de la cosa conocida no es revida en un órgano corporal, porque todo órgano corporal es material. Lo mismo puede probarse considerando que los sentidos se debilitan, alteran o corrompen por la acción por la acción de las cosas sensibles demás intensidad, como el oído por los sonidos estrepitosos, la vista por el excesivo esplendor de los objetos; y así sucede porque se destruye la armonía del órgano. La inteligencia, por el contrario, se robustece más y adquiere más vigor cuanto mayor es la excelencia de las cosas intelectuales, porque el que comprende las cosas intelectuales más elevadas, con más razón y facilidad comprende las demás. Ahora bien, supuesto que el hombre es inteligente, y que la inteligencia no ejerce su acción en el hombre por un órgano corporal, necesario es que sea una substancia incorporal la que produzca en él la acción intelectual; porque lo que por sí puede obrar sin el auxilio del cuerpo, en nada depende del cuerpo en cuanto a su substancia. En efecto, todas las virtudes y formas que no pueden subsistir por sí mismas sin el cuerpo, tampoco pueden ejercer su acción sin el auxilio del cuerpo; así es que el calor no calienta por sí mismo sino el cuerpo por medio del calor. Luego la substancia incorporal, con cuyo auxilio el hombre ejerce las operaciones de su inteligencia, ocupa el último grado en el género de las substancias intelectuales, y se aproxima mucho a la materia”.3
Bibliografía
Aquino, Tomás de (1996): Compendio de teología, Barcelona, Planeta.
— (1947): Suma teológica, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos.
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