Desde los cinco a los siete años es preciso que los niños asistan, durante dos, a las lecciones que más adelante habrán de recibir ellos mismos. Después, la educación comprenderá necesariamente dos épocas distintas; desde los siete años hasta la pubertad, y desde la pubertad hasta los veintiún años. Es una equivocación el querer contar la vida solo por septenarios. Debe seguirse más bien para esta división la marcha misma de la naturaleza, porque las artes y la educación tienen por único fin llenar sus vacíos”.3
“En primer lugar, tener un ideal definido, claro y práctico; una meta, un objetivo. En segundo lugar, acopiar los medios necesarios para alcanzar los fines: sabiduría, dinero, materiales y métodos. En tercer lugar, ajustar todos los medios a ese exclusivo fin”
Bibliografía
Aristóteles (2014): Ética a Nicómaco, Madrid, Alianza.
— (1982): Metafísica, Madrid, Gredos [2.ª reimpresión].
— (1951): La Política, Madrid, Instituto de Estudios Políticos.
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Cicerón
106 - 43 a. C.
La búsqueda de la verdad, mediante el cuidado y amor a la palabra bella y buena
La atención educativa al manejo de la palabra, ya sea lectura, escritura, elocuencia, ha marcado la tradición cultural clásica. No en vano la palabra es la presencia compartida de la razón. Junto a ella, en la dimensión más práctica de la convivencia, como teatro de experiencias de la oratoria, se reflexiona y atiende al valor de la amistad, que es el ámbito existencial en el que se concreta el estilo alcanzado de oratoria, esto es, de racionalidad. El legado de Cicerón en ambos es notable, también en otro de los grandes temas de hoy: la atención a la vejez y el compromiso ciudadano del senador.
Escritor y político en la Roma republicana ha sido reconocido como un latinista brillante y un comprometido moralista de su sociedad. Se afanó en el uso elegante de la lengua, manifestación de una “buena educación” y en la elevación del nivel político de la ciudadanía.
Sus tratados sobre la amistad, De amicitia, y la ancianidad, De senectute, son aún hoy fuente de aplicación para el aprendizaje de la buena ciudadanía y de la lengua latina. Igualmente famosas, Las Catilinarias muestran la libre e inquieta personalidad ciudadana del maestro latino: “Quosque tamden abutere, Catilina, patentia nostra” (‘¿Hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia?’).
Es responsable de la introducción de las más célebres escuelas filosóficas helenas en la intelectualidad republicana, así como de la creación de un vocabulario filosófico en latín. Gran orador y reputado abogado, Cicerón centró su atención en su carrera política. Constituido en uno de los máximos defensores del sistema republicano, combatió la dictadura de Julio César haciendo uso de todos sus recursos. No obstante, durante su carrera no dudó en cambiar de postura dependiendo del clima político, indecisión que es fruto de su carácter sensible e impresionable.
Tras la muerte de César, Cicerón se convirtió en enemigo de Marco Antonio en la lucha por el poder que siguió, atacándolo en una serie de discursos. Fue proscrito como enemigo del Estado por el Segundo Triunvirato y consecuentemente ejecutado por soldados que operaban en su nombre en el 43 a. C.
El mayor prestigio de Cicerón se da en la Ilustración del siglo xviii, provocando un sustancial impacto en los principales pensadores y teóricos, como John Locke, David Hume, Montesquieu y Edmund Burke.
“La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio. Cuando mejor es uno, tanto más difícilmente llega a sospechar de la maldad de los otros”
“¿Quién negará que la sabiduría no solo en realidad es antigua, sino también por su nombre? Que por el conocimiento de las cosas divinas y humanas, y por el de los principios y las causas de todas las cosas, conseguía este bellísimo nombre entre los antiguos. Y así, los siete considerados y llamados por los griegos sophói, sabios por nosotros, y muchos siglos antes Licurgo, de cuyo contemporáneo, Homero, se dice incluso que fue anterior a la fundación de esta ciudad de Roma, y ya en los tiempos heroicos Ulises y Néstor, hemos oído que fueron sabios y que fueron considerados tales. Y ni se diría de Atlas que sostiene el cielo, ni de Prometeo que está encadenado al Cáucaso, ni que está convertido en estrella, de Cefeo, con su mujer, yerno e hija, si un divino conocimiento de las cosas celestes no hubiera trasmitido sus nombres al extravío de la fábula. Pues bien, a imitación y continuación de estos, todos los que ponían sus afanes en la contemplación de las cosas eran considerados y llamados sabios, y este su nombre duró hasta el tiempo de Pitágoras, quien, como escribe un oyente de Platón,