Lo dice claramente la Constitución Apostólica Ex corde Ecclesiae y Juan Pablo II, su autor, lo reiteró en numerosas oportunidades. En este sentido resultan muy elocuentes sus palabras dirigidas a las comunidades universitarias de Turín: [La Iglesia y la sociedad] solicitan a la Universidad que sus programas de estudio permitan la formación de personas con una nueva apertura y actitud. No desea solo especialistas encerrados en sus campos específicos del saber, de la cultura, de la ciencia y de la técnica, sino que constructores de humanidad, servidores de la comunidad de hermanos, promotores de la justicia por su orientación a la verdad. En una palabra, hoy, como siempre, son necesarias las personas con cultura y conocimientos, que sepan poner los valores de la conciencia por sobre cualquier otro valor y cultivar la supremacía del ser sobre el parecer. La causa del hombre será servida si la ciencia es aliada de la conciencia (Juan Pablo II, 1988).
En palabras del Santo Padre Francisco, las universidades deben esforzarse para “preparar a las generaciones más jóvenes para que se conviertan no solo en profesionales cualificados en las diversas disciplinas, sino también en protagonistas del bien común, en líderes creativos y responsables de la vida social y civil con una visión correcta del hombre y del mundo” (Francisco, 2019).
3) La generación de conocimientos
Tal como ha sido mencionado en secciones anteriores, las universidades católicas latinoamericanas con un perfil académico de investigación y doctorados son un grupo muy minoritario. En ese sentido, algunas de las grandes universidades estatales de la región han logrado un nivel que parece inalcanzable. No obstante, comparadas con sus pares más prestigiosas a nivel mundial, solamente dos de ellas —la Universidad de São Paulo y la UNAM— destacan por el volumen de publicaciones. Sin embargo, ambas tienen índices de impacto, medido por el número de citas que genera cada publicación, muy inferiores a los de las instituciones líderes. Esto refleja la falta de tradición científica y la pobreza regional en cuanto a la cantidad de investigadores activos. Al respecto, es importante señalar que América Latina es una de las regiones del mundo que menos invierte en ciencia y tecnología. y, pese al tamaño de su población, aporta solo un 5 por ciento del total de publicaciones mundiales (UNESCO, 2020).
No obstante las limitaciones de financiamiento y contexto antes mencionadas, en el ámbito de la educación superior católica, algunas universidades latinoamericanas han logrado una capacidad científica meritoria en relación con sus pares de los EE.UU., Europa y Asia (Tabla 3).
TABLA 3 PUBLICACIONES DE LAS PRINCIPALES UNIVERSIDADES CATÓLICAS LATINOAMERICANAS Y SUS PARES CATÓLICAS DE OTROS CONTINENTES EN 2016-2020.
UNIVERSIDAD | PUBLICACIONES (2016-2020) | % ARTÍCULOS MUY CITADOS |
UC DEL SACRO CUORE | 12.903 | 2,21 |
UC LOUVAIN | 12.301 | 2,94 |
P. U.C. DE CHILE | 11.890 | 1,55 |
GEORGETOWN UNIV. | 10.756 | 2,10 |
CATH. UN, OF S, KOREA | 10.192 | 0,69 |
NOTRE DAME UNIV. | 10.099 | 1,49 |
BOSTON COLLEGE | 4.943 | 1,11 |
P.U.C. DE VALPARAÍSO | 3.386 | 0,59 |
P.U.C. DO RIO G. DO SUL | 3.184 | 0,91 |
(Fuente: Web of Science abril 2021)
La investigación es tan importante para el ambiente intelectual y ethos académico de una institución de educación superior que las universidades católicas deberían hacer un esfuerzo para crecer en esta dimensión. Una estrategia realista podría ser la de enfocarse en las ciencias sociales, cuyos métodos de investigación son considerablemente menos onerosos que los de las ciencias naturales. Incluso pueden encontrar una “agenda” para la investigación en ese ámbito, en lo que Ex corde Ecclesiae propone como los “graves problemas contemporáneos”: la dignidad de la vida humana, la promoción de la justicia para todos, la calidad de vida personal y familiar, la protección de la naturaleza, la búsqueda de la paz y de la estabilidad política, una distribución más equitativa de los recursos del mundo y un nuevo ordenamiento económico y político que sirva mejor a la comunidad humana a nivel nacional e internacional (N. 32). Algunas de las universidades católicas más antiguas de la región han incursionado exitosamente en este campo, desarrollando actividades en el área de la salud, de la familia, de la vivienda social, de las organizaciones comunitarias y de las etnias originarias.
4) Ampliar y profundizar la proyección social
Las universidades católicas de América Latina tienen el gran desafío de ser impulsoras del auténtico progreso de las regiones a las que pertenecen. Todos los países de la región tienen altos porcentajes de su población viviendo en condiciones de pobreza extrema y, al mismo tiempo, ofrecen pocas oportunidades reales de movilidad social. Por lo mismo, la pobreza perdura en las generaciones sucesivas de las mismas familias. En este sentido, las universidades católicas deben hacer suyo el mensaje de Juan Pablo II en la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), en Santiago de Chile: ¡los pobres no pueden esperar! (1987).
El Papa Francisco ha insistido en este punto, invitando a las universidades católicas a ser “el lugar donde las soluciones para el progreso civil y cultural de las personas y de la humanidad, caracterizado por la solidaridad, se persigan con constancia y profesionalidad, considerando lo que es contingente sin perder de vista lo que tiene un valor más general. Los problemas, viejos y nuevos, deben ser estudiados en su especificidad e inmediatez, pero siempre desde una perspectiva personal y global. La interdisciplinariedad, la cooperación internacional y el compartir los recursos son elementos importantes para que la universalidad se traduzca en proyectos solidarios y fructuosos en favor del hombre, de todos los hombres y también del contexto en el que crecen y viven” (Francisco, 2019).
Para las universidades católicas de la región asumir ese desafío debe constituirse en una alta prioridad institucional. Las acciones que puedan emprender dependerán, indudablemente, de las posibilidades de cada una. Aquellas cuya actividad académica se concentra principalmente en la docencia de pregrado deberán procurar que sus programas de formación tengan los contenidos y actividades necesarias para despertar una “conciencia social”. Vale decir, que los estudiantes puedan adquirir los conocimientos y valores conducentes a un fuerte compromiso con el bien común y la suerte de los más pobres y marginados. Para este objetivo pueden servir el estudio de la doctrina social, crear cursos en la modalidad “aprender sirviendo”, organizar actividades misioneras y de ayuda solidaria en zonas de pobreza, las visitas a centros de reclusión, hospederías y hogares para ancianos desposeídos. En este ámbito varias universidades católicas de la Región tienen interesantes experiencias para compartir.
Especialmente en la última década, las