La principal fuente de ingresos de las universidades católicas de América Latina es la matrícula que pagan sus estudiantes. En consecuencia, para poder financiarse deben atraer un “número crítico” de postulantes. Una excepción a lo antes descrito ocurre en Chile, donde las universidades católicas y otras universidades privadas (sin fines de lucro) reciben subsidios directos e indirectos del Estado por montos significativos.
Gracias a una buena gestión de recursos, la gran mayoría de las universidades católicas logra cubrir sus costes operacionales y cuenta con una infraestructura adecuada para llevar adelante sus proyectos académicos. Desgraciadamente, la dependencia económica que mantienen con respecto a los ingresos por concepto de matrícula determina algún grado de elitismo social. En general, los estudiantes de las universidades católicas latinoamericanas provienen de escuelas católicas privadas y pertenecen a familias de ingresos superiores a las medias nacionales. Sensibles a esta realidad, todas ellas ofrecen becas y diversos beneficios para facilitar el ingreso de estudiantes pertenecientes a otros estratos socioeconómicos. Aun así, solo pueden hacer una contribución menor a la movilidad social.
EL FUTURO Y LOS DESAFÍOS DE SIEMPRE
A menos de cuatro meses de haber iniciado su largo pontificado, Juan Pablo II realizó la primera visita de un Papa a América Latina. Eso sucedió a inicios del año 1979 y con ello inauguró también su largo y notable ciclo de encuentros con las comunidades universitarias del mundo. En esa oportunidad, se reunió con los estudiantes de las universidades católicas de México, a los que se sumaron, motu proprio, estudiantes del resto de América Latina. El Santo Padre compartió con ellos su visión de la educación universitaria católica, planteando por primera vez algunos de los conceptos que, posteriormente, incorporaría a la Constitución Apostólica Ex corde Ecclesiae.
En primer término, agradeció el trabajo que realizan las universidades católicas, afirmando que son instituciones donde se irradian la cultura y el civismo cristianos, donde se forman las personas en un clima de concepción integral del ser humano, con rigor científico y con una visión cristiana del hombre, de la vida, de la sociedad, de los valores morales y religiosos (Juan Pablo II, 1979).
Esas metas ideales permanecen como los grandes desafíos de las universidades católicas. Son los mismos temas repetidos de modo exhortativo por Benedicto XVI y Francisco, quienes solo se han limitado a acentuar aquellos aspectos que la evolución de las culturas y de las ciencias van planteando como nuevos desafíos. Concretamente, el Papa Francisco sintetiza esas tareas instando a las universidades católicas a preguntarse qué contribución pueden y deben hacer a la salud integral del hombre y a una ecología solidaria (Francisco, 2019).
Las enseñanzas de los sucesores de Pedro, junto con las orientaciones y normas de la Constitución Apostólica Ex corde Ecclesiae, constituyen la “Agenda para el Siglo XXI” de la educación superior católica de América Latina y el Caribe. Transformadas en un plan de acción, implican una atención especial a los aspectos siguientes: 1) fidelidad a la misión; 2) el proyecto educativo; 3) la generación de conocimientos; 4) la proyección social, en clave de servicio; y 5) la internalización y las redes de intercambio.
1) Fidelidad a las misiones universitaria e identitaria
Ex corde Ecclesiae plantea a las universidades católicas la doble tarea de llegar a ser más “universidades” y más “católicas”. “Ser más” como universidad implica sobresalir académicamente en todos los aspectos. Para lograr este objetivo, la experiencia internacional enseña que es necesario hacer confluir armónicamente los factores siguientes: un cuerpo académico dedicado e idóneo; estudiantes con buen rendimiento académico; y disponer de recursos y gestionarlos bien. Además, es indispensable contar con un marco regulatorio adecuado, incluyendo políticas de Estado que orientan y apoyan.
Para la mayoría de las universidades católicas latinoamericanas, limitadas en cuanto a recursos económicos, con cuerpos académicos integrados mayoritariamente por profesores contratados por horas y poco selectivas con respecto al rendimiento esperado de sus estudiantes, proponerse alcanzar un alto nivel académico, reconocido internacionalmente, parece una meta imposible.
Sin embargo, más que metas muy elevadas, lo que se deben proponer es una actitud que vaya más allá de cumplir con los criterios y normas mínimas exigidos por los sistemas nacionales de aseguramiento de la calidad. Esto es: la adopción de una cultura que se propone el mejoramiento continuo de cada proceso institucional, en todo ámbito. Desde esta perspectiva, la calidad se transforma en un imperativo ético. Para las universidades católicas de América Latina, o de cualquier continente, la actitud de buscar el perfeccionamiento continuo debiera ser uno de sus sellos institucionales.
En lo que toca al cuidado de la misión identitaria, Ex corde Ecclesiae define el carácter de “católica” de una institución universitaria con estos criterios: a) una inspiración cristiana por parte no solo de cada miembro, sino también de la comunidad universitaria como tal; b) una reflexión continua a la luz de la fe católica, sobre el creciente tesoro del saber humano, al que trata de acrecentar con sus propias investigaciones; c) la fidelidad al mensaje cristiano tal como es presentado por la Iglesia, y d) el esfuerzo institucional al servicio del pueblo de Dios y de la familia humana en su itinerario hacia aquel objetivo trascendente que da sentido a la vida.
Algunos consideran muy difícil que una institución católica pueda alcanzar los más altos estándares académicos, como para destacarse en el plano internacional, sin debilitar su identidad religiosa. Como prueba de ello se suele citar el proceso de rápida secularización experimentada a inicios del siglo XX por las principales universidades protestantes de los EE.UU., cuando decidieron transformarse en instituciones de “investigación y doctorados”. El caso más citado es el de la Universidad de Harvard, originalmente creada para educar a los ministros protestantes. Su lema era Veritas Christo et Ecclesiae, que prefirió abreviar a su actual Veritas (Marsden, 1994). Otras instituciones que experimentaron el mismo proceso fueron las universidades de Yale, Princeton, Chicago, Stanford, Duke y Boston. Todas ellas abandonaron su identidad protestante en menos de una generación.
Para el mundo universitario católico este aspecto representa un gran desafío. El número de sacerdotes, religiosas y laicos consagrados está declinando y, por lo mismo, la presencia que ellos mantienen en las universidades e institutos superiores comienza a disminuir notoriamente. Por otra parte, la adhesión a la fe católica entre los académicos suele ser proporcionalmente inferior al de la población general, aun en países mayoritariamente católicos y, desde el conocimiento público de los abusos causados por clérigos, la Iglesia ha sufrido deserciones masivas de fieles laicos. En consecuencia, reclutar profesores católicos, plenamente identificados y comprometidos con la misión institucional, se está haciendo cada vez más difícil. Lo mismo ocurre con los estudiantes, muchos de los cuales, carentes de toda motivación religiosa, ingresan a una universidad católica movidos por intereses exclusivamente académicos.
No existe una estrategia probada para preservar la identidad católica de una universidad, pero tal como enseña Benedicto XVI: La identidad católica no depende de las estadísticas. Es una cuestión de convicción (Benedicto XVI, 2008). De acuerdo con estas sabias palabras, la primera condición para que una comunidad universitaria sea verdaderamente “formadora de personas”, capaz de proponer una paideia cristiana, es la de vivir los valores que intenta transmitir. Esto supone un compromiso de fe de sus autoridades y coherencia entre el decir y el actuar de los académicos. Ex corde Ecclesiae propone el ideal de: una comunidad auténticamente humana, animada por el espíritu de Cristo, [] caracterizada por el respeto recíproco, por el diálogo sincero y por la tutela de los derechos de cada uno, [que] ayuda a todos sus miembros a alcanzar su plenitud como personas humanas (N. 21). En actitud realista, la mayoría de las universidades católicas han reemplazado el ideal “animada por el espíritu de Cristo” por el de “animada por valores cristianos”. Estos coinciden con aquellos denominados “valores universales”. Vale decir, los que rigen una sana alteridad en la mayoría de las culturas y religiones.
2) El proyecto educativo
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