Primera Parte
Palabras e imágenes:
divergencias y convergencias
Referirse a las palabras, escribir sobre la oralidad o hablar sobre la escritura son actividades paralelas que implican un doble juego: por un lado, convertir en objeto de reflexión (las palabras) el medio mismo en que se manifiesta la reflexión (las palabras); por otro lado, ignorar que nuestro propio vehículo expresivo es al mismo tiempo nuestro tema de reflexión. A veces nos es difícil tomar conciencia de este doble movimiento, sobre todo cuando creemos vivir exclusivamente en un mundo de palabras donde la palabra es “el” medio del pensamiento, o donde el mundo pensado está hecho de palabras. Esto nos lleva a creer que no podemos vivir fuera de ellas, pese a que, en muchas situaciones, habitamos territorios ajenos a su imperio.
La pretensión de esta Primera Parte es reconocer algunas concepciones sobre la palabra y sobre la imagen que las llevan por caminos divergentes, y otras que las hacen transitar hacia territorios comunes. Se trata de la contraposición entre ellas o de su unión en un gran lenguaje que las abarca, incluyendo otros modos de expresión y comunicación (la música, la gestualidad, etc.). El avance hacia el tratamiento de los problemas específicos de la imagen y la representación será un poco lento, pues es imprescindible abordar antes tales cuestiones. Una filosofía de la imagen formulada verbalmente está obligada a sistematizar lo más posible sus relaciones con la filosofía del lenguaje (en sus vertientes ontológicas, epistemológicas y lingüísticas). Sólo después de esto podré enfrascarme en el estudio directo de la imagen (Segunda Parte), para abordar luego, ya con suficientes fundamentos, los alcances y los límites de la imagen y la palabra como representación, tema central de estas indagaciones (Tercera Parte).
Capítulo 1
Logocentrismo
He aquí cómo pensaba el clásico con respecto al hombre y la palabra:
el hombre es el único ser dotado de alma racional; esta alma racional se revela en todos sus actos, pero su expresión característica es la palabra.
Alfonso Reyes[6]
Pensar contra la “Lógica” no significa quebrar lanzas a favor de lo ilógico,
sino solamente esto: repensar el logos. ¿Qué nos van ni nos vienen todos
los prolijos sistemas de lógica si se sustraen a la tarea previa
de preguntar por la esencia del logos?
Martin Heidegger[7]
1.1 Racionalismo lingüístico (lenguaje verbal y humanidad)
Hoy en día sigue siendo un lugar común afirmar que “se habla como se piensa”. Para que este tipo de ideas haya pasado a formar parte de las nociones corrientes ha debido transcurrir mucho tiempo sin que se cuestionara desde su raíz la vieja identificación entre lenguaje y pensamiento. Y con esta identificación, prestigiada y casi inamovible, han surgido otras, como vástagos igualmente vigorosos: “pensamos con la cabeza”, “las personas inteligentes saben pensar y por lo tanto hablar mejor que las no inteligentes”, “los seres racionales piensan y hablan; sabemos que los animales no piensan, puesto que no hablan”.
Nuestros sistemas educativos están basados generalmente sobre estos postulados, en los que durante siglos se han apoyado a su vez los conceptos relativos al razonamiento, el orden expositivo, la sistematización de ideas, la argumentación coherente, la demostración y otros semejantes. Con base en ellos se ha determinado también qué es un mal razonamiento, un mal argumento, un texto mal escrito o una idea mal expuesta, es decir, aquellos que no se apegan a tales criterios del “bien pensar” y del “bien decir”.
§ 1. La palabra como facultad distintiva del ser humano
La consideración de que el logos es una facultad distintiva del humano frente al animal, y del humano racional frente al no racional se remonta por lo menos a Isócrates, quien comprendió el inmenso poder de la palabra como factor comunicativo entre los seres humanos:
Debido a que en nosotros ha sido implantado el poder de persuadir a los demás y dejarles en claro lo que deseamos, no sólo hemos dejado atrás la vida de las bestias salvajes, sino que nos hemos unido y hemos fundado ciudades, hemos hecho leyes e inventado las artes […] no hay institución concebida por el hombre a la que el poder del lenguaje no haya ayudado a establecer. Gracias a esto se ha podido establecer leyes concernientes a lo justo y lo injusto […] o rechazar lo malo y exaltar lo bueno. Gracias a esto educamos a los ignorantes y valoramos al sabio. Pues el poder de hablar bien se puede tomar como el indicio más seguro de un entendimiento, y el discurso verdadero, legal y justo es la imagen externa de un alma buena y confiable. […] Los mismos argumentos que utilizamos para persuadir a otros cuando hablamos en público, los empleamos cuando deliberamos con nuestros propios pensamientos.[8]
Difícilmente se encontraría una mejor formulación del racionalismo lingüístico, o sea, de la identificación entre discurso y razón. Éstos nos distinguen de los seres irracionales y son el cimiento de la ciudadanía y la convivencia social; de la capacidad de hacer leyes y respetarlas; del sentido de la justicia, así como del de lo bueno y lo malo; ambos son signos inequívocos de la inteligencia, y son el vehículo del conocimiento, tanto como de la reflexión. En suma: son cifra de lo humano.
Pasemos ahora a algunos argumentos de nuestra época en pro de la idea de que los animales no poseen lenguaje. Se ha insistido en que la comunicación animal está sujeta a estímulos (Urban),[9] o bien se han señalado importantes diferencias entre ella y la comunicación humana, como que es casi completamente hereditaria, que no es elástica (pues no permite crear nuevas formas a partir de elementos básicos) y que no tiene historia (Schaff);[10] que está sujeta a las circunstancias inmediatas (Porzig),[11] o que es fundamentalmente una función biológica más (Sapir).[12] Hay cuatro diferencias que parecen ser las más importantes, y en las que tal vez todos los estudiosos coinciden:
a) el «lenguaje» animal no es reflexivo (no puede referirse a sí mismo) [Schaff: loc. cit.];
b) no denota: no nombra ni designa de modo alguno [Ibíd.];
c) no permite generalizar ni abstraer;[13]
d) no es articulado.[14]
Este grupo de características diferenciadoras son enfatizadas por los enfoques filo-sóficos, lógicos y gramaticales a los que Chomsky reúne bajo el marbete de «lingüística cartesiana».[15] Son cartesianos en este sentido pensadores como Herder y Humboldt, para quienes (apunta Chomsky) la diferencia esencial entre el hombre y el animal es el lenguaje, y particularmente la capacidad en aquél y la incapacidad en éste de formar, con las herramientas de expresión que posee, nuevos enunciados sobre nuevos pensamientos. Desde esta perspectiva, el lenguaje constituye una prueba concluyente de que el ser humano es distinto de las bestias, pues tiene la capacidad de desligarse de las pasiones y de los estímulos sensoriales. Chomsky considera que para Descartes «el lugar en donde se expresa la diferencia esencial entre el animal y el hombre es el lenguaje humano, y particularmente la capacidad que tiene aquél