De este modo, antiguas víctimas se convirtieron con el tiempo en «guardianes de la normalidad franquista» (Piedras, 2004). Fue el caso de Gonzalo Rodríguez Pérez, de Alongos, en el Ayuntamiento ourensano de Toén. Su condición de galeguista y fundador de una delegación del Partido Galeguista en su aldea hizo que se convirtiera en fuxido. «¡Aquí fue un desbarajuste lo que hizo la Falange con pueblo (...) merecían que los mataran a todos!», recuerda. Al entregarse, al final de la guerra, debió cumplir condena sir-viendo en el ejército hasta 1942, año en el que lo licenciaron del servicio. Pocos años después, sin embargo, fue elegido presidente de la Hermandad de Labradores de Vilamarín, con lo que puso fin a su condición de víctima del régimen franquista.48 La misma situación es la de muchos colonos de la comarca lucense de Terra Chá. En un primer momento estamos ante, si no represaliados, sí damnificados por el franquismo. Se trata de pequeños agricultores cuyas casas y fincas son expropiadas, bien para llevar a cabo un decreto obligatorio de repoblación forestal, bien para la construcción de un embalse. Esta incidencia los conceptuó, y así se categorizaron ellos mismos, como «víctimas», pero con el pasar del tiempo, y al convertirse en exitosa en términos económicos la empresa colonizadora –a partir de la segunda mitad de los años sesenta–, dejaron de identificarse de tal manera y, es más, pasaron a reconocerse en su discurso como beneficiarios de las medidas franquistas.49 Así pues, es preciso señalar que víctimas y perpetradores son categorías muchas veces volátiles y cambiantes en el discurrir del tiempo y no deben ser vistos como departamentos estancados.
LAS HUELLAS DEL DISENSO Y RESISTENCIA CIVIL
La visión de una Galicia pasiva y resignada fue construida a partir del análisis de la documentación producida para consumo público por las autoridades franquistas y por la ausencia de insubordinación popular después de 1936, pero la extensión de la desobediencia y de las expresiones de descontento es mayor de lo que previamente se podía imaginar.
Una de las tareas más importantes que debían acometer los gobernadores civiles era asegurarse la adhesión inquebrantable de la población y la paz social. De ese entusiasmo dependía su continuidad en el puesto y futuros ascensos en el cursus honorum. De esta manera, la norma era que en sus informes anuales declarasen una adhesión generalizada. Sin embargo, son tantos los matices que relatan y las contradicciones en las que incurren que todo parece indicar que los descontentos abundan y que las disidencias son percibidas, de una o de otra manera, por las autoridades. Que había un descontento masivo y un ambiente frío para con el régimen por las diversas imposiciones políticas contrarias a los intereses de los pequeños propietarios agrícolas, por la corrupción rampante y por la escasez material en la que se circunscribía la vida cotidiana es indiscutible y fácilmente perceptible al revisar la documentación interna de las diferentes autoridades franquistas, que contradice los comentarios triunfalistas que reinan en la prensa. Los propios jefes provinciales de Falange reconocían en sus informes la preocupación por la impopularidad del «Movimiento» entre la población rural gallega.
El jefe provincial de la Falange en A Coruña lo reconoce sin miramientos en un informe interno que envía a la sede central del partido en 1942, con motivo del día de la fiesta de la Victoria:
como quiera que me imagino que tanto la prensa local como las de otras provincias hablará en tonos encomiásticos, creo mi obligación informarte de la frialdad helada del ambiente (...) en el desfile militar fueron escasísimos los vítores y aplausos, siendo todos ellos a cargo de la Sección Femenina y de los grupos de Militares que tenían lugares reservados para presenciar el paso de las Fuerzas.50
En el extremo contrario se sitúan los órganos de prensa clandestinos, la mayoría vinculados al Partido Comunista, que ensalzan cualquier episodio de resistencia por parte del campesinado gallego en términos de rebelión (como las detenciones de labradores que se negaban a entregar las requisas).51 La realidad está justo en medio. Multitud de casos relatados en la documentación interna de Falange, junto a comentarios vertidos por las autoridades en ámbitos que entendían como privados, desmienten el panorama de una opinión popular identificada con los presupuestos del Partido Único y del régimen, como ya hemos apuntado al tratar de la influencia de la Segunda Guerra Mundial. Nada más irreal que el dibujo de una «comunidad nacional» que se trazaba de puertas para afuera. Nada más lejano tampoco que un campesinado imbuido de ideología comunista dispuesto a acabar con las requisas mediante la lucha directa contra las autoridades como primer paso hacia el fin de la dictadura.52
Había muchas razones para la protesta, pero esto no constituyó una base para un levantamiento general. Esto es evidente. Lo que requiere consideración es conocer las razones para la evaluación y descripción de los patrones del disenso. En el capítulo anterior nos hemos referido a los rasgos históricos que la conflictividad muestra en la Galicia rural, con lo que hemos tratado de poner los pilares para proceder a la caracterización de dichos patrones sin caer en simplicidades, acudiendo a lógicas de actuación y comportamiento. Como vimos, y como parece confirmar el estudio de la etapa franquista, la elección de una conducta que guarda una apariencia próxima a la resignación, junto a la elección de los modos de protesta más «escondidos», tiene relación con la eficacia represiva del Estado, que convierte otras opciones directas de protesta en irracionales.53
Lo que se constata es que, a pesar del miedo y las sanciones, algunas personas se negaron a obedecer ciertas normas y mantuvieron una posición renuente y repetida de desobediencia en momentos en que dicho comportamiento era definido como delito. Y esto los convirtió en «disidentes», en los protagonistas de la resistencia civil, porque el franquismo los tildó de tales al entender que todo acto o actitud fuera de lo establecido constituía una muestra de «no conformidad» con el sistema. Las comunidades rurales van a defender aquello que consideran sus derechos de esta manera, evidenciando su no conformidad. En su día a día muestran su indignación y descontento, aunque no actúan de modo que pongan en riesgo el orden establecido. Entendemos así el término disenso en un sentido amplio y comprensivo de toda forma de desacuerdo y actitud negativa, que puede transformarse en apatía, desobediencia civil, protesta o posición contraria, y que convive con el consentimiento respecto a otros aspectos.
La dura represión acabó con muchas de las posibilidades de una rebelión, pero la protesta descansó en una cultura popular autónoma que no era factible (o, cuando menos, no era fácil) reprimir. En ella se encuentran muchas muestras cotidianas de descontento, ya difuso y excluido, ya articulado y verbalizado, con la situación sociopolítica imperante, que si bien pocas veces se traducía en un posicionamiento consciente y comprometido de oposición al régimen, requería la toma de decisiones y la realización de acciones que en ningún caso remiten a la pasividad, a la resignación o al acatamiento. El grado de resistencia parece estar definido por las posibilidades existentes en cada momento, que podían ir desde acudir a reuniones esporádicas