Justicia social y consolidación, en su papel de representantes válidos de los hombres y mujeres del rural, son los motivos que arguyen, aunque detrás de esta actitud de colaboración sindicato-encuadrados lo que está es el interés de aquel por lograr el traspaso de esta atribución del ayuntamiento a sus manos. Afianzar el poder en el campo no era baladí si tenemos en cuenta las dificultades de implantación que las hermandades tuvieron en Galicia y así se entiende que titularan más de una noticia sobre el aplazamiento o la revisión de los amillaramientos con el significado epígrafe de «Defensa de los intereses campesinos. Contra la injusticia de un procedimiento absurdo. Merecido aplauso del agro a la valentía y gestión de sus mandos provinciales».43
Pero son sobre todo los problemas competenciales los que llevan al ente sindical a actuar decididamente. La posibilidad de hacerse con el control de un nuevo espacio de recaudación y arrogarse potestades de intervención en la fiscalidad municipal eran ambos botines que merecían su alineación con las demandas campesinas. Las hermandades conseguirán que su posición en la «batalla de los amillaramientos» se reconozca en 1949, momento en el que se prohíbe la exacción directa a los labradores por el servicio de elaborar los amillaramientos y se posibilita su rectificación cuando esto fuera solicitado por el ayuntamiento en cuestión o por un grupo de propietarios superior al 25%. Pero, como se aprecia por las fechas de las protestas traídas a colación para la provincia de Lugo, los amillaramientos y su confección no dejaron de estar en manos de los ayuntamientos y tampoco dejaron de provocar episodios de resistencia por parte de los labradores, más allá de la acción de las hermandades.
3. El remplazo generacional: una generación sin pasado
En este ejercicio de parcelación temporal de las formas de resistencia, es fundamental reconocer la existencia de diferentes posiciones, es decir, de considerar la inevitable heterogeneidad de los grupos sociales que vivieron el franquismo. Las posiciones tomadas por la población están determinadas por diversas condiciones, entre las que debemos tener presente la edad. Esto tiene que ver con la construcción de una conciencia histórica diferente entre generaciones que someten el poder a visiones diferentes (haber vivido la guerra/no, poder comparar con la realidad de preguerra/no, etc.), pues dicha conciencia redefine las posiciones dentro de los sujetos a la hora de formular los modos de resistencia.
La biografía generacional es crucial para la comprensión de muchas cuestiones sobre los niveles de resistencia y sus diferencias. La toma de poder franquista alteró las relaciones sociales existentes de manera clara. Así, generalmente, la generación que llegó a su edad adulta antes del franquismo permanecía más escéptica y crítica, mientras que la generación más joven se mostró menos combativa. La importancia del papel de la escuela y de otros pilares del franquismo como entes propagandísticos y socializadores en este aspecto es evidente.44 La familia también actuó como un foco para la creación de consentimiento con respecto al franquismo. A pesar de que se tratara de padres combativos en su momento, los comentarios y conversaciones aleccionadoras con los hijos, con el anhelo de protegerlos y asegurarles no tener que pasar por situaciones peligrosas y perjudiciales, apuntalaban la necesidad de aceptar la situación (Aguilar, 1996: 65).45 Salvo casos de compromiso excepcional, la mayoría de las primeras generaciones que vivieron el franquismo se encargaron de no dar a los más jóvenes elementos con los que comparar la situación del momento y buscar, con ello, su aceptación.
Yo recuerdo precisamente en la casa donde yo nací, me pasó con dos que andaban refugiados del ejército... era la feria del 26. Le dijeron a la Guardia Civil que fulano y fulano los habían visto en la feria, y movilizaron la feria... mira de aquí y de allí, los tíos no los cogieron en la feria, pero sí más tarde cogieron a otros sospechosos... eran los tres vecinos, los trajeron a nuestra casa porque mi abuelo había sido concejal de ayuntamiento y le había pasado el cargo a mi padre, que pasó de ser concejal a ser alcalde pedáneo de la parroquia... los trajeron a mi casa... uno era sobrino de mi padre... los trajeron y les dieron una «pasada» para que cantaran dónde estaban los que andaban los que buscaban... a nosotros los chavales nos metieron en una cuadra para que no viéramos nada de aquello, para que no viéramos como les pegaban.
Cuando estalló la guerra pues él [el maestro de Foz, una de las personas más vinculadas con la República en este ayuntamiento] me daba consejos... cuando estalló la guerra él empezó a tener miedo, un miedo negro, porque estaba fichado y tal... y no se atrevía ni a hablar pero a mí me daba muchos consejos, de que nunca me metiera en política y que no me afiliara a ningún partido.
... políticamente todos éramos de un lado, estábamos tan concienciados, desde que tenía uso de razón, y no vi nada más que eso... y concienciado sobre todo por las personas mayores de casa «¡ay mis niños! Tened cuidados cuando habléis de política, no os metáis en nada...», no había nada en que meterse todos éramos de un bando... uno fue criado en esa cultura, y no veías más que eso... y eso y punto, y eso iba a misa y nada más, el resto no existía, no era decir que tuvieras una opción, el resto no existía... después hubo épocas en que, ya con los aparatos de radio, se oía la «Pirenaica», y, pero bueno, había que tener mucho cuidado con que no te oyeran que era motivo de sanción y todo eso, pero bueno, todo lo que oías a través de la «Pirenaica» también te parecía una tontería que no conducía a nada, no había una argumentación que te convenciera, porque estabas influenciado por la coexistencia, por el día a día.
Yo nunca quise que se hablara de política en mi casa con los críos. No me gustaba que supiesen ciertas cosas porque en este país no se puede meter uno en ellas (...) Mira, mis hijos nunca supieron que ese de al lado de la carretera fue el que me denunció a mí, y que estaba con los que nos dieron aquella paliza... Ni siquiera lo saben hoy, y eso que de pequeños eran muy amigos de sus hijos.46
El mutismo de los padres favorecía la penetración de sentimientos de identificación con el régimen en los hijos (Saz, 1990). La diferencia generacional fue percibida especialmente por los emigrados-exiliados de primera hora que, después de reanudarse el flujo migratorio a partir de 1946, se encuentran con un emigrante muy diferente tanto sociológica como políticamente a su llegada. Castelao, en 1949, lo expresaba amargamente como «la mentalidad de los nuevos emigrantes gallegos, que vienen a enriquecerse con los métodos corrientes en España. Hablaría de la emigración de los jureles con tanto respeto como lo haría de la emigración de los gallegos de hoy en día» (Núñez Seixas, 2004: 125).
A medida que avanza la dictadura aparece lo que se denominó en su momento «mentalidades auto-reprimidas» (Soutelo y Sabas, 1994: 232; Ortíz Heras, 2004). El control de las autoridades puede convertirse en menos evidente y presente, hasta incluso desaparecer, dejando todo el protagonismo a represaliados por la dictadura que mantuvieron este control deliberadamente, transformándose en represores de sí mismos e inculcando el miedo a las generaciones siguientes.47 Una autorrepresión que se transmite de la familia al conjunto de la sociedad por mera agregación. De ahí que se pase de una época inicial donde existe una oposición al régimen en el medio rural a otra donde esta prácticamente se desvanece y aparece como casi única respuesta la resistencia civil. Miedo y miseria consiguieron en España en general, y en Galicia en concreto, algo sin parangón en Europa, que mayoritariamente se acabara asumiendo un sistema de autocontrol, de autovigilancia que impidiera cualquier posible manifestación de oposición para el común de la población.
En este sentido, debe puntualizarse que representar al sujeto de la represión fascista acostumbra a tener