En un informe sobre la provincia de Lugo de enero de 1943 se hace referencia explícita a que la población del rural, a través de bulos, rumores y comentarios, muestra una mayor confianza en la victoria de los aliados dado el resultado del cerco de Stalingrado. Un mes después se reconoce que si bien «ha decrecido el bulo insidioso que tiene su germen en los focos de elementos contrarios al Régimen, no por eso debe omitirse consignar que dichos elementos ven con satisfacción cualquier fracaso de carácter político-militar sufrido por las potencias del Eje, en la esperanza de que estos determinarán la victoria de las potencias democráticas y, por ende, la instauración en España de un orden político por ellos deseado». «Se nota la labor de zapa que con bulos y comentarios realizan los activos izquierdistas que aún tienen su última esperanza en la victoria de los aliados de la que pueden sacar como fruto la devolución a España de los jefes del Frente Popular», indicaba un informe del delegado de Falange en el Ayuntamiento lucense de Valadouro. En la misma línea, en enero de 1945 se reconoce que «el ambiente está impresionado por la marcha de la Guerra Mundial (...) los éxitos militares de la URSS tienen repercusión en grupos de intelectualismo rojo que considerándose ya dentro de posiciones más fuertes abandonan su peculiar cobertura realizando comentarios poco favorables...».27
La incertidumbre causada por la cambiante situación internacional afectó no solo a los antifranquistas, sino también a los apoyos del régimen e hizo avanzar el proceso de desfascistización.28 En A Coruña el jefe provincial de Falange recibe en marzo de 1945 la consigna de realizar actos conmemorativos que demostraran el éxito del encuadramiento del partido y su hondo calado social. Como se entendía que estas movilizaciones forzosas causaban el desánimo de los «desafectos», tenían una doble virtualidad, como demostración de adhesión y como pieza del aparato represor, en lo que se consideraba «un momento delicado».29
Así pues, los años de más preocupación con respecto a la opinión popular son los que van de 1945 a 1948, en línea con la derrota fascista, que suscita expectativas fuera y dentro de España, y coincidiendo con los años de lucha más intensa por parte de la guerrilla y el «rearme» de las secciones clandestinas de los partidos políticos de izquierdas. Como ha señalado Abel Paz (1982), durante 1945 y 1946 la CNT consiguió niveles de militancia notables en Galicia, igual que en Canarias, Alicante y Murcia, a la vez que recuperaba su «fuerte» en Barcelona.30 Con respecto a la lucha armada, no se trata de que la debilidad del régimen estuviera provocada por la intensidad de las actuaciones de la guerrilla, sino al revés. Fue el esfuerzo de la guerrilla el que pudo redoblarse a causa de ese «momento delicado» que atravesaba el régimen y porque entre la población calaban con más facilidad los rumores y comentarios sobre la posibilidad de que el sistema político pudiera cambiar.
El desenlace del conflicto bélico mundial provocó que la oposición al franquismo pasara de estar esperanzada e ilusionada en la rápida intervención en España de las democracias europeas vencedoras, a caer en una profunda decepción y desmoralización. Los antifranquistas, la oposición, como demuestran las memorias de Manuel Pillado, marinero de San Cibrao (municipio lucense de Cervo) y activo miembro del PCE antes y después de la Guerra Civil, tenían en el panorama internacional una vara de medir su potencialidad:
... la situación no variaba, pero la ilusión de tiempos mejores no faltaba. Habíamos perdido la guerra pero confiaba en que el fascismo español caería, con el alemán y con el italiano. Nunca pensé que el Eje pudiera ganar la guerra (...) después de que Alemania había conquistado media Europa, ya no las tenía todas conmigo (...) mis expectativas agonizaban al tiempo que los nazis avanzaban (Pillado, 2002: 229).
Lo mismo ocurría con el Partido Galeguista. Las memorias de sus líderes, Ramón Piñeiro y Manuel García Barros, dejan constancia del desaliento que invadió las filas de la oposición galleguista al franquismo:
... así pasaron más de dos años, sin esperanza, hasta que en el otoño de 1942 el Mariscal Montgomery derrotó el África Keops, y con los italianos en el norte de África, y la guerra pareció cambiar de signo (...) En ese momento llegamos a la conclusión de que la guerra aun podía durar mucho tiempo, pero que los alemanes, durara lo que durara, ya no la ganarían. Entonces fue cuando empezamos a pensar que la derrota de Alemania supondría también la derrota de Franco y ese hecho nos obligaba a prepararnos. Esas eran las cosas que comentábamos de aquella los galeguistas, pero sin elaborar planes de ningún tipo, especulando solamente con lo que nos podía deparar el futuro (Piñeiro, 2002: 62).
Me encuentro un poco desalentado con lo que sucede; creía que con la victoria de los aliados quedaría el mundo libre de la peste fascista, pero, por lo que voy viendo España no es del mundo. Tenía ciertas esperanzas en Francia y acabo de escuchar que iba a venir una representación a Madrid para concretar un tratado comercial. Por otro lado Churchill dice que hay que evitar el triunfo de las izquierdas en las elecciones inglesas porque eso le abriría la puerta al comunismo. Veo que no puede fiarse uno de nadie (Garrido, 1995).
En lo que respecta a la oposición y a la resistencia, la Segunda Guerra Mundial supuso un hito. Dio pie al auge de ambas expresiones mientras las esperanzas de victoria aliada y de intervención en España se mantuvieron. Pero concluyó con una tragedia para ambas, ya no solo por la actitud no beligerante y adaptativa de los aliados ante el franquismo, sino por el triunfo que para el régimen, sobre todo para la figura de Franco, supuso la no intervención española. Las ansias de paz de la población eran superiores a cualquier otra consideración y la publicística realizada por el régimen para explicar su neutralidad con una decisión acertada de Franco funcionó como un foco generador de consentimiento en ciertos sectores de la sociedad y, por tanto, como elemento minimizador de la resistencia civil.
2. El papel de las autoridades locales en la resistencia
En lo relativo a la fortaleza o debilidad del poder, también se debe tener en cuenta todas aquellas formas de resistencia localizadas, es decir, las protestas que se insertan en la lógica resultante de medidas políticas tomadas en el ámbito local. Las actitudes de alcaldes y concejales e incluso de autoridades locales de Falange o de los curas párrocos son decisivas en el surgimiento y la condición de las actitudes de resistencia.31 La alianza entre la población y alguna autoridad no solo permite desencadenar una forma de protesta de manera más sencilla, sino que disminuye el riesgo de ulterior represión. Es, por ejemplo, un aspecto decisivo para la realización de los motines, que nunca se habrían llevado a cabo de no contar con algún grado de certeza por parte de los participantes con respecto a que alguna autoridad local los apoyase o fuese lo suficientemente débil para no poder imponer las multas y condenas que la legislación preveía para esos graves incidentes. El ejemplo más esclarecedor ocurre en el motín de Tordoia, en A Coruña. En él, la interpretación de la reglamentación de la Jefatura Provincial del Servicio Nacional del Trigo (SNT) sobre la entrega obligatoria de cupo realizada por el alcalde, que el propio gobernador civil define como «torcida», y el papel de los alcaldes pedáneos, apoyando a los vecinos en la realización del tumulto, son cruciales.32 También podemos traer a colación casos en que las autoridades locales deciden no tramitar multas, es decir, no cooperan con el Estado