Vemos en el establecimiento de la República Española la consagración de los derechos hoy vulnerados; vemos principio de igualdad que el privilegio imperante desconoce; vemos mayor ilustración de las masas y à los obreros ocupar puestos en los municipios y en el Congreso, legislando en beneficio de sus compañeros; vemos, en fin, los primeros albores del sol de la justicia iluminar el horizonte, y à las negras brumas de la noche de la tiranía capitalista disolverse, huir en ligeras volutas para dejar libre el cenit de la equidad.
Por eso somos republicanos y coadyuvamos à la revolución política, convencidos de que, obrando así, coadyuvamos à la revolución social.17
Porque, tras los problemas políticos del sistema de la Restauración, según la visión de los blasquistas, se ocultaba también el enfrentamiento entre dos concepciones diferentes no sólo de la política, sino también del desarrollo y del progreso que debía tener la vida social. Sus objetivos, por tanto, eran también establecer las bases intelectuales y simbólicas de lo que los blasquistas concebían como una sociedad moderna, secular y democrática.
Por eso, en la mayoría de artículos que publicados en El Pueblo hacen repetidamente mención, además de a las dos concepciones políticas que existen en el país, a las dos mentalidades en conflicto que cohabitaban en España: una que, pese a los intentos liberales, defendería muchos de los modos y de las costumbres estamentales del antiguo régimen, y que se apoyaría en la ideología sustentada por la religión católica; y, otra que, ya en el futuro como las naciones más prósperas de Europa, había abandonado los servilismos de la religión y vivía preocupada por las cuestiones sociales. Los republicanos, por tanto, buscaban transformar todo un conjunto de valores sociales que hacían referencia a una sociedad de súbditos dominados por la sociedad monárquica y clerical y sustituirlos por los valores propios de una nación de ciudadanos.
Por eso los blasquistas diferenciaban y daban valor en sus discursos a una parte de la sociedad civil con escasa incidencia en la vida política que, sin embargo, mantenía una red muy considerable de asociacionismo popular,18 de especial incidencia en las grandes ciudades, y cuyos valores sociales eran distintos de los valores de los grupos conservadores y liberales; puesto que estos valores hegemónicos de las élites tradicionales suponían una continuidad y un retroceso a la hora de enfrentarse a las cuestiones sociales y se mostraban, en la práctica, incapaces de enfrentarse a las renovaciones que los republicanos y el incipiente movimiento obrero estaban demandando.
Por ello, tras el triunfo del blasquismo, los movimientos de intencionalidad social y política popular, articulados fundamentalmente alrededor del republicanismo y del incipiente movimiento obrero valenciano, encontraron un espacio propio que les permitió caminar políticamente por una vía moderada y estable; demostrando que un proyecto basado en el laicismo, en el librepensamiento, en el cientifismo y en un progresismo populista y obrerista, podía no sólo renovar la vida social y las identidades de los ciudadanos, sino también estabilizar y profundizar el propio sistema liberal, incorporando las «masas» a la política y encauzando ordenadamente sus demandas. Como decía en 1897, Remigio Herrero:
Hay que convencer á las clases neutras de que los republicanos queremos construir un partido de orden, un gobierno moral que libre para siempre a España de los egoísmos y atropellos de conservadores y fusionistas [...] y que el fin republicano es dispensar protección absoluta á todo lo que representa trabajo y actividad.19
Mientras el régimen de la Restauración y, más en general, los sectores más conservadores e incluso liberales del momento, se mostraban incapaces de asumir una estructuración pausada del liberalismo radical y del movimiento obrero, obsesionados por el recuerdo de las movilizaciones populares de 1868 y 1874, mientras el mundo político oficial se negaba a establecer determinados caminos o vías de negociación que asegurasen al movimiento obrero o al republicanismo un cierto espacio político,20 el blasquismo en Valencia iba a intentar prefigurar lo que significaba esa «otra España»: una sociedad «respetable» y disciplinada que asumía (con todas sus contradicciones) los retos que los países más avanzados del momento tenían planteados. Por ello, aunque los contrastes con los sectores más conservadores de la vida política nacional eran agudos, los blasquistas lograron en la ciudad vehiculizar los intereses de las clases populares e implicarse en el establecimiento de una sociedad laica y racional. Intentaron también difuminar las fronteras entre los alfabetizados y los analfabetos promoviendo y universalizando la instrucción y la cultura; reforzar a unas clases medias cada vez más numerosas que reclamaban un espacio de opinión y un cierto protagonismo social; combinar «la economía moral» que exigían los sectores obreros con la economía liberal, que buscaba sólo el medro y el beneficio; y también trataron, al menos teóricamente, de acercarse y debatir las reivindicaciones femeninas, que reclamaban una mayor participación social de las mujeres. Sus intenciones que, en muchos casos, no superaron el propio ámbito de la intención y de los discursos, anticiparon, sin embargo, en las estrategias políticas y sociales que adoptaron en su proyecto, muchos de los rasgos que habrían de caracterizar a las sociedades modernas y democráticas. Como afirma Reig, la particularidad del republicanismo en Valencia estuvo en la lucidez y enérgica resolución con que afrontó la dura realidad política y social de la época, «configurando un poderoso movimiento de masas y dando vida a un partido que impuso su hegemonía política y cultural hasta 1934».21
Con el paso del tiempo el blasquismo como movimiento social vio cómo se agotaba su razón de ser. Las fuerzas sociales que en su origen le habían dado el triunfo y el empuje se agruparon alrededor de otras referencias, puesto que como partido no se había creado una base social propia, amplia y consistente. Su acción política y social fue eficaz y necesaria en un largo período de disgregación de unas fuerzas sociales y de nacimiento de otras, pero le faltaba una base social sólida sobre la que asentarse como partido.
Siguiendo de nuevo el análisis de Reig:
En la pràctica, el blasquisme es dirigí compulsivament a monopolitzar tot l’espai polític alternatiu, en part per apassionament i ceguesa, en part també per necessitat.22
Con su exclusivismo, cortó la posibilidad de un valencianismo moderado y los sectores cercanos al valencianismo fueron capitalizados por otros partidos políticos más conservadores. El republicanismo «serio» acabó desconfiando de su exaltada demagogia; y el movimiento obrero, a medida que fue adquiriendo formas propias de organización, aunque en la mayoría de los casos continuaba votándoles, dejó de necesitarlo para apoyar sus demandas laborales.
Pero, desde 1895, el republicanismo valenciano supo oponerse a las fuerzas políticas conservadoras y logró contagiar de su entusiasmo a una mayoría de ciudadanos. Desde entonces el partido ejerció una notable influencia en la ciudad y, a partir de 1901 y hasta 1915, el bloque social que se reunía en torno al blasquismo fue suficientemente estable para permitirle la mayoría en la corporación municipal. Después de un corto paréntesis, entre 1915 y 1923 en el que gobernó con el apoyo de otras fuerzas políticas, el blasquismo obtuvo de nuevo la mayoría en la corporación municipal. En las elecciones municipales de 1931 que supusieron el triunfo de la República, lograron aún reunir a las fuerzas de izquierdas que obtuvieron el 70 % de los votos. En las elecciones de 1934 recibieron todavía un respetable soporte electoral; pero en las de 1936, no consiguieron ni uno solo de los siete diputados de la circunscripción de la ciudad. Con el paso del tiempo, habían perdido su original impulso renovador y democrático y habían