De esta manera, podemos considerar que los textos, al producir imágenes culturales, llegaron a alcanzar una función realmente «actuante» sobre las prácticas sociales, pues, como observa Chartier, las representaciones son, a la vez, las formas en las que los individuos incorporan las divisiones del mundo social y organizan sus esquemas de percepción y clasificación; y también las formas de exhibición del ser social, es decir, las prácticas con las que muestran en público su estatus y pretenden que se les reconozca la identidad social que se atribuyen.22
1 M. Suárez Cortina: El gorro frigio. Liberalismo, democracia y republicanismo en la Restauración, Madrid, Biblioteca Nueva, 2000, p. 83.
2 C. Blanco Aguinaga: Juventud del 98, Madrid, Siglo XXI, 1970, p. 189.
3 Más información sobre el periódico blasquista en A. Laguna: El Pueblo. Historia de un diario republicano (1894-1939), Valencia, Alfons el Magnànim, 1999.
4 M. Suárez Cortina: El gorro frigio..., p. 81.
5 J. B. Cullà, Á. Duarte: La prensa republicana, Barcelona, Diputación de Barcelona, 1990.
6 A. Laguna: Historia del periodismo valenciano, Valencia, Conselleria de Cultura, 1990, p. 79.
7 Reig sitúa en esas cifras la tirada del periódico El Pueblo. R. Reig: Blasquistas y..., p. 223.
8 El Pueblo, 19 de julio de 1897.
9 El Pueblo, 7 de marzo de 1901.
10 Sobre la relación entre la prensa republicana y la Ley de Policía de Imprenta de 1883, véase M. Suárez Cortina: El gorro frigio..., pp. 69-73.
11 R. Reig: Blasquistas y clericales, Valencia, Alfons el Magnànim, 1986, p. 7.
12 Pigmalión: Blasco Ibáñez novelista y su Universidad Popular, Valencia, Editorial Iturbi, 1967, p. 44.
13 R. Chartier: El mundo como..., p. 107.
14 J. Habermas: Historia y crítica de la opinión pública, Barcelona, Gustavo Gili, 1981, p. 4.
15 El Pueblo, 28 de junio de 1897.
16 M. Suárez Cortina: El gorro frigio..., p. 89.
17 M. Bajtín: Teoría y estética de la novela, Madrid, Taurus, 1991.
18 R. Reig: Obrers i..., p. 334.
19 Para aquilatar la referencia que acoge el término blasquista tomaremos como base a los propios grupos que mencionaba el periódico. Como manifestaban en sus convocatorias se apelaba a: «Republicanos, librepensadores, masones, socialistas y anarquistas». El Pueblo, 24 de marzo de 1910. Como afirma Gabriel, frente a los anteriores enfoques que identificaban el movimiento obrero con el anarquismo y el socialismo marxista exclusivamente, en la actualidad, se está destacando que el republicanismo constituía un marco básico de referencia política para los sectores obreros y populares durante las primeras décadas de la Restauración. P. Gabriel: «El marginament del republicanisme i l’obrerisme», L’Avenç, 85 (1985), pp. 34-38. La misma idea en F. A. Martínez Gallego et al.: Valencia, 1900, Castellón, Diputació de Castelló / Universitat Jaume I, 2001, p. 100.
20 Chartier, citando el concepto de Lukacs, se refiere así al término o concepto visión del mundo. R. Chartier: El mundo como..., p. 27.
21 N. Townson: «Introducción», en N. Townson: El republicanismo en..., p. 23.
22 R. Chartier: El mundo como..., pp. 15 y 48.
III. REPRESENTACIONES Y PRÁCTICAS DE LA IDENTIDAD MASCULINA
En la construcción de este nuevo ámbito simbólico, que progresivamente fue privilegiando imágenes y comportamientos adecuados para hombres y mujeres, y relegando los que resultaban inoperativos e incómodos para el modelo de sociedad que los blasquistas pretendían crear, resulta interesante retomar las tesis de Reig y evaluar la importancia que para la construcción de las identidades genéricas tuvieron las tentativas populistas de reagrupamiento sociopolítico.
Los blasquistas, desplazados en su origen de la articulación del sistema y de la representación política, y sin fuerza propia para imponerse, propugnaban un reagrupamiento de toda la sociedad en torno a sus intereses, que eran presentados como intereses generales. Esta representación de la sociedad que se reagrupaba como pueblo,1 suponía una idealización de la totalidad; y como afirma Reig, la idea de pueblo se inventaba o se construía como una unidad interclasista frente al poder y se pretendía que todos se supeditasen a ella.2 Pero además, en los discursos populistas, el pueblo como legitimación última se presentaba como un todo antagónico al statu quo, y era precisamente esta actitud de oposición a lo «existente» lo que abría determinadas vías a la renovación y a los cambios.
Por su carácter unificador, los movimientos populistas son altamente polivalentes y ambiguos,3 porque el pueblo soberano, en este caso, de la Valencia republicana y libre que los blasquistas proyectaban era una totalidad abstracta regida por determinadas ideas-fuerza que contenían grandes dosis emocionales.
Pero cuando intentamos relacionar esa totalización abstracta que construye la idea de pueblo y los papeles que socialmente se atribuyen a las mujeres, surge inevitablemente la pregunta de hasta qué punto las mujeres se sentían parte de ese pueblo soberano que los blasquistas nombraban en sus escritos, y significaban marginado de las tramas de poder, explotado económicamente y sin derechos. ¿Eran ellas también parte de ese pueblo y, por tanto, podían sentir comprendidas sus reclamaciones particulares, o sentir como propias las reclamaciones generales? Ese partido de todo el pueblo que el blasquismo pretendía ser ¿supo representar realmente los intereses femeninos y fue un cauce adecuado a través del cual las mujeres pudieron plantear sus demandas? O, al contrario, ¿utilizó el partido a las mujeres para gozar de cierto poder en la ciudad?
Resulta