Para los sectores más conservadores de la clase dominante, la Restauración borbónica fue la forma más adecuada de contener los «desórdenes» políticos y sociales de épocas anteriores y de recobrar el consenso entre las distintas faccio-nes de su propio grupo. De este modo, además, se recuperaba la supremacía sobre las clases populares y sobre los grupos más radicales que en aquellos momentos se mostraban desengañados y divididos. El sistema electoral en los gobiernos de la Restauración se sustentaba, por tanto, en el cansancio y la atonía política subsiguiente al período revolucionario.5 La democracia parlamentaria sólo se respetaba formalmente por aquel sistema oligárquico en el que el gobernador civil de la provincia, secundado por la élite sucursalista local y los caciques rurales, obedecían dócilmente las instrucciones de los políticos de Madrid y hacían abstracción de la voluntad del cuerpo electoral.6
El bipartidismo de conservadores y liberales era sólo teórico, porque ambos partidos tenían la misma infraestructura socioeconómica, y ésta sólo tendría sentido mientras continuase una cierta prosperidad económica y se pudiera continuar manteniendo el control sobre las clases populares. Según González Hernández, en España
el hecho de que el liberalismo se acompañase de prácticas tan cínicas de la democracia, le convirtió a los ojos de muchos en un tinglado poco consistente [y] quedó asociado en el imaginario colectivo a una caricatura corrupta de sí mismo.7
Este hecho permitía a los republicanos blasquistas atribuirse la defensa de la propia democracia, y denunciar en su propio provecho y de forma continua el sistema político de la Restauración.
Como el propio Blasco afirmaba en 1895, en su artículo titulado «La farsa parlamentaria»:
Aquí no hay política liberal ni conservadora. Lo que existe es el compadrazgo de dos hombres con sus respectivas tribus de adictos, que se turnan pacíficamente, y con sus luchas de mentirijillas entretienen al abobado país.8
Porque, en realidad, el sistema de partidos de la Restauración estaba concebido como un instrumento de dominio del Estado por parte de una minoría, y no se apoyaba en un amplio consenso social, sino en la complicidad de los poderes fácticos de la Iglesia y del Ejército.
Y aunque, durante el Sexenio, los sectores más desfavorecidos de la sociedad habían irrumpido con fuerza en la vida política y social, con el aumento de un republicanismo arraigado en las clases populares y la aparición de los primeros núcleos que, con el paso del tiempo, constituirían el movimiento obrero, las contradicciones dentro de esos mismos grupos y la represión a la que fueron sometidos por los primeros gobiernos de la Restauración condujeron a las facciones más radicales del progresismo a su fragmentación y neutralización.
Sin embargo, en el año de 1898, Blasco Ibáñez sería elegido diputado por Valencia y el republicanismo tendría una notable influencia política en la vida municipal de dicha ciudad; pero en el resto de España, en las últimas décadas del siglo XIX, los partidos republicanos continuaban constituyendo un conglomerado de grupos poco significativos e ineficaces puesto que, como además señala Cucó:
El magisteri dels antics patriarques republicans havia perdut vigència davant els joves líders radicals que postulaven el rebuig complet dels mecanismes electorals de la Restauració, i apel·laven –com en una resurrecció dels impulsos romàntics– al retorn als expeditius mètodes de la conspiració i de la barricada.9
Cuando Blasco Ibáñez llegó a ocupar un cargo público en la ciudad de Valencia, era también un joven líder republicano radical que se había dado a conocer a la opinión pública, sobre todo por su activa participación en las campañas de denuncia sobre la gestión de la guerra que el gobierno español mantenía contra Cuba. Había estado varias veces en la cárcel y, muy joven, había tenido que exilarse en París. Contaba, además, con dos influyentes medios de difusión de sus ideas y de crítica a la situación social que se vivía: el periódico El Pueblo y sus novelas, que comenzaban a tener un cierto éxito. Pero, además, había iniciado una renovación en la organización y en el ideario del partido republicano. Utilizaba un mensaje populista en sus discursos, que, aun siendo democrático y radical,10 lograba dar confianza y reunir a la compleja base social de intelectuales, pequeña burguesía liberal y obreros, que dieron finalmente el triunfo al partido republicano en la ciudad de Valencia.
Sobre la nueva forma de hacer política de los republicanos valencianos dice Cerdá:
El éxito de Blasco estribaba en su forma de hacer política y en el contenido de su proyecto de transformación social. La primera se basaba en un funcionamiento de partido moderno, distinto al de los partidos dinásticos y de notables, en contacto con el electorado y con una organización capaz de movilizar a las masas. El segundo era socialmente progresista: cambio del sistema político caciquil, laicidad y anticlericalismo eran las propuestas más significativas.11
Así pues, y como afirma Radcliff,
[los] objetivos del republicanismo eran tanto culturales como políticos, y el movimiento produjo mayor impacto precisamente como fuerza cultural.12
Desde dentro del sistema de la Restauración, el crecimiento de las demandas de representación por parte de la base social desbordaba el modelo de Estado oligárquico y el sistema de partidos que lo articulaba. No era posible ampliar la base social porque inevitablemente se perdería el control político por parte de la minoría que lo detentaba en exclusiva.13 Pero, contando con la presencia de un líder carismático, y un mensaje reactualizado que recogía las demandas de los trabajadores y apoyaba la democratización de la vida política y social, el republicanismo blasquista, durante décadas, logró disputar con éxito, sobre todo en la ciudad, el monopolio del poder a las fuerzas dinásticas.14
Como también afirma Cucó, en la larga permanencia política del republicanismo en Valencia, desde 1898 hasta el año 1934, el blasquismo,
fou, segurament, l’expressió política de l’oposició de les classes populars valencianes a l’Estat sorgit de la Restauració i als seus representants locals, els membres de la classe dominant valenciana.15
En la misma línea Reig añade que, después de la crisis de 1898, el movimiento blasquista irrumpe en el escenario político de la ciudad con una fuerza irresistible. Su líder es elegido diputado y, en un par de años, sus candidatos consiguen la mayoría en la corporación municipal y se convierten en árbitros de la política local. El blasquismo lograba, así, unir a diversos grupos republicanos en un bloque social de carácter urbano y progresista con aspiraciones modernizantes.16
Cuando el republicanismo blasquista gozaba ya del poder municipal en la ciudad de Valencia, un articulista de El Pueblo sintetizaba el significado de las transformaciones que la instauración de la República habían de traer a la sociedad española. Era el año 1903 y los republicanos valencianos