Promotores y gestores en permanente proceso de profesionalización para su revalorización social y su posicionamiento como verdaderos impulsores del desarrollo integral de la sociedad en su conjunto. Porque su actuar no se restringe a la realización de actividades superficiales y decorativas. Su trabajo incide en las identidades, en la cohesión social, en mayor bienestar social y en la posibilidad de que sus comunidades adquieran mayor capacidad para decidir sobre su destino; para diseñar proyectos que respondan a un perfil propio y que contengan una visión de futuro que oriente el rumbo a través del cual caminarán por su historia. Desde las bibliotecas, museos, galerías, casas de cultura, teatros, espacios para la música y la danza; organizando festivales, conciertos, concursos, estímulos a la creación, encuentros culturales, coloquios para la reflexión y editando publicaciones que abran espacio a la creación literaria, a los cronistas, a los críticos, a los especialistas, a los niños, a la diversidad lingüística. Todo ello, a partir de una cada vez más amplia, profunda y mejor definida conceptualización de la cultura, trascendiendo los tradicionales ámbitos de las artes y la refinada erudición a las que se ha restringido en muchas ocasiones y llevándola a los campos de las lenguas, las prácticas religiosas, las fiestas, la vida cotidiana, las formas de organización social, la gastronomía, la memoria colectiva, la tecnología, las ideologías, la cosmovisión de los pueblos; en suma, ese conjunto de sistemas simbólicos que organizan socialmente el sentido y la acción de los pueblos y que se interioriza en los sujetos, en contextos históricamente específicos y socialmente estructurados.
La promoción cultural como una alternativa de desarrollo para un país; imbricada en complejos procesos económicos, políticos y sociales y que, desde su propia especificidad puede potenciar de manera extraordinaria las condiciones para la construcción del concepto “comunidad”.
Así como no hay promotor cultural sin proyecto, no hay comunidad sin proyecto. Efectivamente, podrá haber ciudades, pueblos, regiones o conglomerados sociales sin proyecto, pero no comunidades, ya que este concepto no se refiere a un espacio geográfico sino a una construcción metodológica de sujetos en praxis a partir de una necesidad de crear, fortalecer, o acompañar procesos y dinámicas socio–culturales con un rumbo definido de manera colectiva y volitiva.
Comunidad entendida como un grupo de personas comprometidas con la realización de fines comunes, que se organizan para el logro de éstos, que comparten experiencias, conocimientos y trabajo, que reflexionan sobre el rumbo que desean darle a su futuro a partir de las distintas lecturas de su realidad.
Cada promotor define y construye su comunidad a partir de variados criterios: asignación y vocación institucional, intereses personales, definiciones estratégicas o la naturaleza propia de cada iniciativa. El promotor cultural “propicia la creación de comunidad” cuando se impulsan procesos que consolidan la capacidad para optar, decidir y comprometerse de los miembros que la integran; cuando generan elementos metodológicos y logísticos para realizar sus proyectos; cuando forman especialistas comunitarios que favorecen la autogestión; cuando gestionan mejores condiciones políticas, financieras y técnicas para la viabilidad de dichos proyectos; cuando, desde lo cultural, promotor y comunidad construyen ciudadanía para la democracia cultural.
La obra que nos ofrece Gilberto Giménez en estos dos volúmenes, en una nueva edición realizada por el ITESO, la Universidad de Guadalajara, la Universidad Iberoamericana Ciudad de México y de Puebla, se constituyó desde su primera edición en 2005, como un texto fundamental para la biblioteca personal del promotor, gestor o investigador cultural dada la amplitud, erudición y profundidad con la que aborda conceptos clave para la acción cultural: cultura, identidad social, dinámica cultural, cambio cultural, cultura popular, folklore, tradición, modernización, cultura de masas, cultura y sociedad, memoria colectiva, hermenéutica, desde la más selecta gama de escuelas, tendencias y corrientes teóricas, en la que Giménez pone a dialogar a los autores más representativos: desde Edward B. Tylor y su clásica definición de cultura, enmarcada en la escuela evolucionista publicada en 1871, pasando por Boas, Lowie y Kroeber, Malinowski, Benedict, Mead, Linton, Herkovits de la escuela culturalista que ubica a la cultura ya no sólo como totalidad en proceso evolutivo, sino como sistema históricamente estructurado.
El estructuralismo francés define a la cultura como un sistema de reglas (Durkheim y Mauss) y Lévi–Strauss la vincula al mundo de los símbolos como constitutivos de la vida social y de la práctica propiamente humana; un apartado especial le mereció a Gilberto la historia de las posiciones en torno a la cultura desde la tradición marxista que, en términos generales tiende a homologar dicho concepto al de ideología y ubicarlo así en la “superestructura” social: desde Lenin, Gramsci y Althusser.
Gilberto Giménez contextualiza, interactúa y hace observaciones críticas a los autores. Cuestiona, formula juicios de valor y se compromete con el lector para ofrecerle claridad conceptual, ubicación histórica y lenguaje accesible a pesar de la complejidad de los temas. Decide no sólo antologar con rigor académico sino, además, ayudar a la formación del lector en un ejercicio sustentado por su enorme prestigio de investigador y apoyado en una estructura ágil y didáctica.
La nueva edición de esta antología resultaba urgente por la gran demanda que tuvo desde su aparición, en 2005, la cual incluye los Prolegómenos que Gilberto Giménez escribió para revisar, depurar, actualizar y agregar al texto que originalmente concluyó a mediados de los años ochenta del siglo XX. Ello le significó una extraordinaria carga de trabajo, que durante casi un año asumió a fin de adecuar su análisis a los requerimientos de sus lectores potenciales y para presentar un libro que indudablemente será un texto clásico e indispensable para estudiantes y profesores de antropología social, sociología, historia, filosofía. En fin, es el libro que los especialistas, académicos, funcionarios, promotores y gestores vinculados a la cultura esperábamos.
El proceso de actualización del texto sumergió al autor de lleno en la concepción simbólica o semiótica de la cultura, que es definida, por Clifford Geertz y John B. Thompson, como “la organización social del sentido, como pautas de significación históricamente transmitidos y encarnados en formas simbólicas, en virtud de los cuales los individuos se comunican entre sí y comparten sus experiencias, concepciones y creencias”; “[...] el símbolo, y por lo tanto, la cultura, no es solamente un significado producido para ser descifrado como un texto, sino también un instrumento de intervención sobre el mundo y un dispositivo de poder”.
El milagro de la naturaleza humana que la lleva a la producción de símbolos —con patente exclusiva entre todos los seres hasta ahora conocidos— tiene como desenlace la creación de sistemas simbólicos, que no sólo ordenan la conducta colectiva para la convivencia y cohesión social, creando condiciones para la comprensión, recreación y preservación cultural, sino que también son modelos, representaciones y orientaciones para la acción, para el cambio y la transformación social; como práctica de dominación y subordinación o como práctica de movilización y liberación; como concentración de poder hegemónico para administrar y organizar sentidos; como participación colectiva, consciente o inconsciente, plural y diversa para la resistencia y la innovación cultural.
Gilberto Giménez señala: “el estudio de la cultura parecía ser un monopolio de la antropología. Pero en los ochenta y noventa el interés por la cultura se manifestó en la mayor parte de las disciplinas sociales (ciencias políticas, historia, sociología, estudios literarios, etcétera), hasta el punto de que se llegó a hablar del ‘giro cultural’ [...] en las ciencias sociales [...] la cultura [...] se halla en la encrucijada de todas las disciplinas que se ocupan de la sociedad”. Por ello,