Experiencias y retos en supervisión clínica sistémica. Angie Paola Román Cárdenas. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Angie Paola Román Cárdenas
Издательство: Bookwire
Серия: Ciencias sociales y humanidades
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789587823424
Скачать книгу
que van a desempeñar con los consultantes. Como si se tratara de una amenaza de convertirse en “verdugos”3 de las personas que acuden a consulta, estas construcciones hacen que algunos practicantes se alejen de la “directividad” en sus estilos de conversación, con el fin de no hacer comprensiones que resulten en juicios que patologicen a las personas, o llevar a cabo intervenciones que privilegien únicamente sus versiones de la realidad, pasando por encima de los consultantes.

      White y Epston (1993) exponen lo comunes que llegan a ser dichos cuestionamientos, junto con las pretensiones de separar el poder de las prácticas terapéuticas, por considerarlo perjudicial para los procesos de atención. No obstante, al retomar las ideas de Foucault sobre el poder, exponen que este no solo es ineludible al ser equiparable al conocimiento, sino que además puede posibilitar la emergencia de novedades en las historias de vida, es decir, acontecimientos extraordinarios que se transformen después en narrativas alternas, en tanto el terapeuta asuma responsablemente el poder que le ha sido delegado en la relación con el sistema consultante.

      Con base en esto, puede decirse que la supervisión, como ejercicio de deconstrucción, debe invitar a reflexionar sobre cómo se ejerce el poder de manera responsable, de modo que las prácticas discursivas, en los escenarios clínicos, se enfoquen en el favorecimiento de las vidas de las personas atendidas. Esto conlleva una forma distinta de entender y asumir la directividad en la intervención. Se trata de que el practicante llegue a una comprensión en la que, por ejemplo, cada vez que le hace una pregunta a un consultante está dirigiendo el rumbo de la conversación terapéutica y, por lo tanto, usa el poder que se le delega en beneficio de la persona.

      Si bien el paradigma sistémico-constructivista-construccionista-complejo propende por el trabajo desde la heterarquía y la horizontalidad en las relaciones, para el caso específico de los escenarios de supervisión se encuentran cuestionamientos por parte de White (2002a), según sus reflexiones sobre las relaciones de poder. De esta manera, el autor cuestiona la pertinencia de términos como el de co-visión, que pretende ofrecer una descripción igualitaria de la relación entre el terapeuta y el consultor, en la medida en que oscurece la responsabilidad que tiene el supervisor en el asesoramiento buscado por el terapeuta. Tal responsabilidad está atravesada por implicaciones de tipo económico —remuneración recibida por brindar la asesoría— y ético-formativo. Por esta razón, para White (2002a) estos aspectos dan cuenta de una situación privilegiada por parte de quien brinda la asesoría.

      En esta inevitable relación de poder, las responsabilidades éticas no son recíprocas. Incluso se entiende como peligroso el ocultamiento de tales relaciones de poder, dado que hacerlo reduce las oportunidades del supervisor de observar sus responsabilidades éticas. En consecuencia, el ejercicio autorreferencial del supervisor, al asumir la relación de poder en la que está inmerso, le permitirá revisar los efectos que tienen sus intervenciones en el trabajo y la vida de los practicantes, lo cual se constituye en otra invitación a supervisar desde la generatividad. Se trata, pues, de otra manera de ejercer responsablemente el poder/conocimiento.

      En este sentido, una supervisión asumida desde la narrativa conversacional asiste a los practicantes en el rompimiento y la deconstrucción de las prácticas internalizadoras, así como de las versiones identitarias saturadas o ralas que estas conllevan. Sumado a la formación disciplinar y profesionalizante, se comprende que una parte significativa del proceso de formación corresponde a la conversación sobre la experiencia del practicante. Aquí se busca que este pueda hablar sobre su experiencia en la práctica, los significados atribuidos a los acontecimientos de esta, así como revisar los efectos de tales construcciones en su desempeño con los consultantes y en su propia vida.

      De esta manera, la supervisión plantea nuevas prácticas que deconstruyen las versiones privilegiadas obstaculizadoras y que tienen efectos posibilitadores dentro de las narrativas identitarias de los psicólogos en formación. Este proceso de deconstrucción (White, 1994) amplía la articulación de recursos y capacidades, y fortalece el panorama de la acción, llegando a reconstrucciones enriquecidas de la identidad del practicante. Así mismo, este cuestionamiento de las prácticas internalizadoras facilita la renegociación de significados en torno a varios de los acontecimientos de los procesos interventivos, lo cual promueve la emergencia de comprensiones alternativas sobre los dilemas con los que se interviene y sobre la relación que se construye con los consultantes.

      Así como se comprende que en las conversaciones terapéuticas emergen opciones y posibilidades de las que no disponían previamente ni el consultante ni el terapeuta, puede afirmarse que, en el escenario de la supervisión, las conversaciones llevan a versiones que enriquecen la comprensión sobre los sistemas consultantes y las narrativas identitarias de los psicólogos en formación, en co-evolución con las narrativas identitarias del supervisor. Como afirma Echeverría (2002), “al modificar el relato de quienes somos, modificamos nuestra identidad” (p. 34).

      Autorreferencia y edición de las historias de vida

      Como se ha mencionado anteriormente, las aproximaciones a la comprensión de la identidad desde las propuestas sistémicas constructivistas construccionistas se han referido a esta como un proceso enmarcado en el lenguaje, equiparable a una historia o biografía en constante desarrollo. El pasado, al ser conservado por la memoria —entendida no como una fuente objetiva de datos sobre sucesos anteriores, sino como narración organizada y organizadora de la experiencia y de las prácticas discursivas del momento vital actual—, puede ser re-figurado por un relato: “es contando nuestras propias historias como nos damos a nosotros mismos una identidad. Nos reconocemos en las historias que contamos sobre nosotros mismos” (Bolívar, Domingo y Fernández, 2001, p. 92).

      Arfuch (2010), por su parte, entiende este espacio biográfico como una coexistencia intertextual. En este sentido, se comprende que es necesario aceptar que el sujeto enunciador se descentra, aun como testigo del yo, dadas sus condiciones provisorias, en virtud de la posibilidad de ser hablado y hablar de sí dentro de un trabajo dialógico.

      Por tanto, puede plantearse el espacio de supervisión como un escenario dialógico en el que los “yoes” hablan y son hablados y, dado que no hay texto posible fuera de un contexto (Arfuch, 2010), en este se privilegia la dimensión disciplinar, profesional, terapéutica, así como algunos aspectos de la vida personal, familiar y social. En este espacio, las historias de vida entrelazan dichas dimensiones en un proceso de reescritura en el que los actores, como observadores activos, complejizan su formación, más allá de lo puramente académico.

      Siguiendo a Arfuch (2010), si bien el contexto permite y autoriza la legibilidad de los textos, esto no significa que el contexto siempre los sature y cierre la posibilidad de que se desplacen a otras potencialidades de significación. De este modo, el contexto de supervisión viabiliza el desarrollo y la co-construcción de saberes y habilidades clínicas, pero brinda también la suficiente apertura a procesos co-evolutivos que dan cuenta de la constante negociación de las identidades de los actores.

      Por otra parte, si bien suele haber un foco en cuanto al estilo terapéutico en los procesos de formación posgraduales, no podría desconocerse que en las prácticas profesionales en pregrado los estudiantes ya comienzan a dar cuenta de este aspecto. Los practicantes, aunque muchas veces han pasado por las mismas clases, no tienen la misma forma para intervenir en los casos asignados, por lo que se entiende que, así como ocurre con los terapeutas en formación, los movimientos interventivos están necesariamente atravesados por las propias historias, las propias experiencias.

      Es por esto por lo que el estilo interventivo, más que tratarse de un aspecto o competencia aparte, ligada únicamente a lo académico-profesional, constituye una parte de la totalidad de la narrativa identitaria —siempre cambiante—, por lo que inevitablemente incluirá elementos personales y experienciales, conectados a las relaciones con la familia y con otros significativos en diferentes contextos de interacción. En este sentido, es válido afirmar que el estilo interventivo forma parte de la historia que cada practicante encarna y que se re-construye y actualiza continuamente en las interacciones con otros actores.

      A partir de lo anterior, puede decirse que el estilo se