Diseñar e implementar políticas públicas que busquen incidir en aspectos trascendentales de la educación, en todos los niveles, desde el primario hasta el terciario, debiera ser el camino; retos como la calidad educativa —entendida por algunos como una moda o estrategia superflua—, el presupuesto y subsidio diferenciado, la inversión en evaluación, formación docente y tecnología educativa, no deben ser estrategias únicas o desvinculadas, sino deben formar parte de un sistema multivariable y de multiactores cuyo rol no sólo debe ser claramente identificado, sino además respetado y promovido por todos —principalmente por los actores mismos—, para provocar verdaderamente un desarrollo educativo y, por ende, una cierta regeneración nacional. ¶
11 de septiembre de 2018
1 Nota del editor: para consultar el reporte acceda a https://bit.ly/3z9QAqf
El fondo de la vinculación internacional con sentido común
Un viejo refrán dice que nadie es profeta en su tierra, y en cada ocasión que escucho tal aseveración popular me cuestiono el porqué; imagino el conjunto infinito de argumentaciones que han enriquecido la veracidad de tal dicho; también recurro a justificaciones que quizá están asociadas más a viejos paradigmas que tienen que ver con esa, vieja también, creencia acaecida al devenir histórico de nuestro país, el “malinchismo”. El asunto es que creo contar con una teoría que puede contradecir el dicho de la primera línea de este texto semanal.
Me explico: para empezar, el que alguien (persona u organización) no obtenga reconocimiento en sus propias latitudes quizá pueda deberse —y recalco que es una aproximación personal— a que no existe evidencia comprobada de que en realidad haya hecho una propuesta de valor que pueda ser reconocida por la sociedad en su conjunto o por los grupos sociales de influencia. Tal aseveración debe tener relación directamente proporcional a la lógica del ente o persona sujeta a valoración.
En palabras más coloquiales, si existen elementos para considerar una valoración social sostenible, un reconocimiento e impacto en la región o regiones de influencia, de manera automática el ente u organización tendrán una valoración positiva y, por lo tanto, apreciada en su región; es decir, podrán ser profetas en su tierra. Creo que este es el punto de partida para el establecimiento de esquemas que reconozcan internacionalmente la propuesta de valor que dicho ente ofrezca en el mercado.
Dicho de otra manera, tal propuesta de valor es vital para contar con un reconocimiento que supere las fronteras del círculo de influencia; y a dicha propuesta quiero referirme, puesto que es un círculo virtuoso o una espiral de mejora que sin duda llama la atención internacional.
En el caso muy particular de las instituciones educativas, no sólo se trata de la calidad de los programas educativos, de su planta docente, de la infraestructura educativa o sus relaciones, incluye —creo— un componente asociado al impacto que la organización educativa ha producido a lo largo de su vida institucional; en concreto, al impacto que su vida institucional ha provocado en su zona de influencia. En palabras del Director de Vinculación Estratégica de la Asociación Nacional de Instituciones de Educación Superior (anuies), el doctor Guillermo Hernández Duque Delgadillo, la internacionalización de las instituciones de educación superior es resultado de su pertinencia global, o sea —esta es una paráfrasis o interpretación de un servidor—, de que “conecten” a nivel local, regional y nacional, en un contexto de desarrollo de competencias y capacidades globales.
Entonces, ¿cómo es que podemos definir experiencias de vinculación internacional exitosas? En mi definición, no únicamente por la praxis común del intercambio docente o estudiantil, sino por el reconocimiento y búsqueda que otros hacen de nuestras prácticas, de nuestras relaciones y resultados, de nuestro impacto en pocas palabras.
Hoy, con relaciones internacionales aún en ciernes, pero con gran potencial, reconozco que el impacto que la unaq ha evidenciado internacionalmente es el punto de partida de un modelo que pretende no solamente incidir en la región de influencia de esta institución de educación superior estatal, sino que pretende ir más allá de Sudamérica, Norteamérica y Europa: pretendemos racionalizar aquello que ha resultado satisfactorio, y más aún, aquello que ha llamado la atención de connacionales y extranjeros; pretendemos, en resumidas cuentas, ratificar el gran potencial que nuestro país puede ofrecer al mundo para beneficio de los mexicanos y de la comunidad internacional. En esas estamos. ¶
26 de junio de 2018
Secuestrados por la educación y algo más
Soy geek de corazón, y aunque entiendo los nuevos modelos de negocio en la adquisición y utilización de la tecnología —o en realidad, la renta de la misma—, no deja de sorprenderme la velocidad con que esta cambia y la avidez de las marcas para mantenerse a la vanguardia, provocando, entre otras cosas, que los que necesitamos tales herramientas tecnológicas para nuestra vida cotidiana nos volvamos presas de continuas actualizaciones y mejoras en esa guerra por el mercado, llegando a provocar una sensación de apoderamiento de nuestra voluntad si es que queremos seguir utilizando dichas herramientas, si es que queremos seguir siendo competitivos al final del día.
Este martes en #DesdeCabina hago la anterior analogía, porque de la misma forma en que la tecnología nos empuja —aunque luego parece que nos secuestra—, debería de hacerlo la educación. En países asiáticos como Corea del Sur y China, o en europeos como Finlandia y Alemania, por mencionar sólo algunos, el nivel de competitividad y selectividad que viven los estudiantes desde temprana edad es tal que las familias reconocen, con demasiada antelación, que el futuro de sus hijos —y eventualmente ciudadanos de sus países— depende enteramente de su educación; es por eso que desde muy chicos se esfuerzan por ingresar a las mejores escuelas, por desarrollar sus competencias, por sobresalir, en pocas palabras. Y por su parte las escuelas, con el apoyo de los gobiernos, se encargan de crear y mantener una infraestructura educativa óptima, ya no digamos vanguardista, para desarrollar el cúmulo de capacidades, competencias y habilidades necesarias para la vida y la ciudadanía del siglo xxi.
No está por demás reconocer la importante labor de los docentes, esos seres especiales que velan concienzudamente por el aprendizaje de sus estudiantes, que se esfuerzan todos los días, que buscan mantenerse actualizados utilizando las mejores herramientas, la técnica y sobre todo la vocación, para transmitir conocimiento, para generar experiencias, para desarrollar capacidades, competencias y hábitos para la vida y las etapas futuras de sus pupilos.
De las políticas públicas, sus promotores y sus ejecutores hay mucho que comentar, pero el caso no es empantanarse con este tema en específico, que aunque toral, da para mucho más que estas líneas semanales. La situación es que al igual que muchos de nosotros nos sentimos, por decirlo así, secuestrados por la tecnología y sus vaivenes —reiteró la analogía—, estoy seguro de que también a muchos nos gustaría experimentar un “jalón” similar, uno que debería provocar la necesidad de educarnos, de conocer y ser impulsados por un sistema educativo que incluya un acceso equitativo a los diversos niveles y modalidades educativas, que promueva la permanencia en él y cuya evaluación permanente le permita evolucionar de manera constante; que cuente con profesores comprometidos, justamente evaluados, en permanente formación y desarrollo, y sobre todo con plena conciencia y vocación de servicio por encima de intereses mezquinos; un sistema que use la tecnología a su favor y se comprometa con una diversidad de esquemas que faciliten la inclusión, la multiculturalidad y el respeto al planeta y a sus especies, un sistema que impulse el auto aprendizaje permanente y la educación continua como medio de desarrollo. A mí me encantaría estar secuestrado o, mejor dicho, encantado por una educación así. ¿A ustedes no? ¶
7 de mayo de 2019
La apreciación del fracaso, la iteración infinita
Cualquier actividad humana, sin importar su complejidad, duración o planificación, se encuentra