El tecnócrata
El ascenso de la razón al primer plano alcanza un grado de desequilibrio extremo cuando queda personificada en el tecnócrata que oscurece los efectos perniciosos y arroja los demás elementos a las fronteras marginales de la respetabilidad dudosa, con consecuencias funestas, algunos ejemplos se ofrecen enseguida.
Robert McNamara es el individuo que cumple más dramáticamente el papel del hombre de razón, moderno tecnócrata, versión moderna del Cardenal Richelieu ( tecnócrata y cortesano, miembro de la corte real con influencia en el soberano por su conducta ingeniosa y obsequiosa4); McNamara que en 1961 abandonó la presidencia de Ford Motor Co. para convertirse en Secretario de Defensa del gobierno estadounidense de JF Kennedy , era visto en ese entonces como alguien que introducía en el sector publico los modernos métodos de gestión de la empresa privada; finalmente, ya siendo presidente LB Johnson, renuncia a la Secretaria de Defensa al darse cuenta que la Guerra de Vietnam se estaba saliendo de cauce; luego como jefe del Banco Mundial intento salvar a un desesperado Tercer Mundo enviándole un caudal de dinero que no aliviaron sus problemas. McNamara, creía firmemente que la aplicación de la razón, la lógica y la eficiencia producen necesariamente el bien, pero a la postre sus actos derivaron en desastres incontrolables de los que Occidente aun no se ha recobrado5.
Otro caso fue el de Edward Heath que como primer ministro inició en Gran Bretaña el mismo proceso que McNamara inauguró en Estados Unidos. Su oficina de revisión de políticas centrales contrató a gente brillante, contaba con un estilo de planificación basado en métodos de análisis que le facilitaban el control de la efectividad de los programas, pero parecía incapaz de vincular su creencia en los métodos con el efecto de su aplicación en el mundo real. Los mineros del carbón arruinaron la carrera de Heath, su larga huelga derribó a su Gobierno, a diferencia de McNamara ocupaba un cargo de elección. Se suele atribuir el fracaso de Heath a su carácter frágil y a una visión excesivamente intelectual del funcionamiento del gobierno. Ninguno de ambos comentarios es inexacto. Lo interesante de Heath es precisamente su convicción de que la gente y los sistemas podían cambiar radicalmente por el simple acto de reencauzarlos para que logren una mejor forma de hacer las cosas. En realidad, no le importaba si los métodos que él proponía eran mejores, tenia una absoluta convicción de que lo eran, eso lo define como una versión temprana del tecnócrata con poder político (Ralston-Saul, 1992).
Raúl Muñoz Leos es otro caso ilustrativo de la inoperancia del tecnócrata; director de la empresa pública mexicana PEMEX, de 2000 a 2004, no produjo mejores resultados como se supuso que ocurriría por haber sido antes director general de la multinacional Dupont. Más aún, fue sancionado con una multa millonaria por haber entregado recursos al sindicato sin cumplir la legislación aplicable. También se le inhabilitó para ocupar cargos durante 10 años; sanción inocua, si las hay, pues nadie osará emplearlo y mucho menos el inculpado aceptaría volver al gobierno6. Un caso mas actual y grave, siempre relativa a la conducción de Pemex, es el de Emilio Lozoya. Egresado de Harvard —como McNamara— y con una carrera ascendente por organismos internacionales, en mayo de 2019, debido a las irregularidades detectadas durante su gestión (2012-2016) al frente de la empresa mas grande de México, Lozoya tiene una orden de aprehensión emitida por un juez federal y “ficha roja” para su búsqueda en el extranjero por la Interpol y finalmente es detenido en España.
En síntesis, si bien los modernos tecnócratas parecen tener diversos rasgos, están ligados por las características siguientes (Ralston-Saul, 1992):
•Muestran una gran dificultad para integrar o integrarse a un proceso democrático, su talento no congenia con el debate público ni con una relación abierta con el pueblo. Se vuelven altaneros y ocultan su desprecio, o bien son ridículamente amigables, como si el pueblo fuera idiota, o simplemente caen en la confusión y se van por otras direcciones. Son diestros en los métodos y los sistemas, en las batallas clandestinas y en el arte de deformar o retener información. Son mercaderes del conocimiento y lo venden a cambio de poder. Atribuyen gran valor al secreto.
•Saben del poder paralizante que en la práctica tienen los informes, que los datos son conocimiento y el conocimiento es verdad. Los informes y los “datos duros” son muy apreciados y los usan como recurso de poder en toda la sociedad occidental, saben que controlarlos equivale a controlar el debate y con ellos terminan diluyendo la función de los órganos de gobierno colectivo, tanto públicos como privados (cabildos, consejos y juntas) destinados a usar el sentido común colegiado.
•Sus actitudes y conductas hacen que los viejos aristócratas y cortesanos parezcan profundos y civilizados. Es que el tecnócrata cuenta con una formación intensa en un arte u oficio, pero desconoce todo lo relacionado con la historia y contexto; uno de los motivos por los que no pueden reconocer la relación necesaria entre el poder y la moralidad, es que las tradiciones morales son producto de la civilización y tienen poco conocimiento de ésta.
Los tecnócratas evidencian porqué la razón y su uso indiscriminado conducen a una racionalidad cerrada, a un racionalismo que únicamente obedece a la lógica clásica o niega todo aquello que la rebasa. También muestran al racionalismo como una ideología que predica la pertinencia universal de la razón para todo conocimiento y conducta, según el cual todo lo que existe tiene una razón de ser, qué hay una asociación clara entre inteligibilidad racional y el ser.
Por lo anteriormente expuesto, el homo economicus y el tecnócrata, evidencian la incapacidad de la razón como sistema de conocimiento para aprehender al sujeto como tal, incluso si lo circunscribe como homo sapiens7, en ambas concepciones el individuo tiene una subjetividad muy limitada, no afectiva, que deshecha por inasimilable una parte enorme de la realidad que es todo lo que se refiere a la complejidad del individuo, por lo tanto, el racionalismo es una racionalidad cerrada e incompleta al no considerar como dice Morin (2015):
•Lo singular, lo individual que es borrado en aras de la generalidad abstracta.
•Lo concreto (contingente), lo existencial, siempre afectivo, por ende, subjetivo y falto de razón.
•Todo aquello que no es sumiso al estricto principio económico de eficacia, es decir, lo que es “gasto”, dilapidación, lo festivo, la donación, lo destructivo, en fin, todo aquello que el racionalismo ha visto como propio de seres irracionales, poco razonables, o bien lo que considera como formas balbucientes, débiles de la economía.
•La poesía y la estética, que se toleran en tanto que diversiones, pero que no tienen el valor de conocimiento, de verdad.
•El juego, que solo se tolera si se ve como aprendizaje, o como medio agradable de cumplir una tarea y si puede ser cuantificada como una meta, mucho mejor, pues se convierte en un modelo, en una norma.
•El desorden, el azar, que conllevan lo absurdo, la anarquía, a los qué hay que refutar y combatir, incluyendo todo aquello que se denomina: trágico, sublime, ridículo, sobre todo lo relacionado con: humor, dolor y amor.
En suma, el racionalismo al rechazar la parte a la vez grávida y obscura, etérea y onírica, afectiva y subjetiva de la realidad humana — que es sin duda la realidad del mundo— que ha estado presente en la parte maldita/bendita de la poesía y de las artes, por lo tanto, padece de una carencia inédita con respecto a lo que es el sujeto, la afectividad, la existencia, la complejidad, la vida.
Finalmente, es justo reconocer que después del largo periodo recorrido por la razón, se ha dado un paso claro, un paso que nos aleja de la revelación divina y del poder absoluto de la Iglesia y del Estado; esa lucha muy real y ardua contra la superstición y el poder arbitrario, se ganó con el uso de la razón y del escepticismo, pero