El siglo XX es el del encumbramiento de la razón, pero también de estallidos de violencia y distorsiones del poder sin precedentes. Cuando se argumenta que nuestra civilización esta construida para evitar la barbarie, cuesta trabajo aceptar, que el asesinato de seis millones de judíos haya sido un acto totalmente racional, en el sentido de que fue planeado (Bauman,1989). Esmeradamente, racionalmente, a decir verdad, atribuimos la culpa de nuestros crímenes al impulso irracional, cerrando los ojos al malentendido central y fundamental: la razón, que es un marco mental fácil de controlar por la pasión y por quienes se sienten libres del peso del sentido común y del humanismo.
Debe reconocerse, por otra parte, que el cultivo de la razón impulsó el progreso material y en lo social impulsó el debate entre temas importantes como la disyuntiva entre la libre empresa y la planificación económica nacional; el dilema entre la construcción del progreso mediante la conciencia planificadora o el desarrollo empírico de las leyes del mercado y la libertad individual. El debate entre las ideas anteriores fue abordado bajo la sombra del marxismo y el liberalismo económico, subyaciendo en el fondo el campo de la decisión: las obras y acciones o son de la autoría del sujeto individual, es decir del empresario, actuando en un espacio de libertad como es el mercado, o bien, son del proletariado como sujeto colectivo que, por su conciencia de clase, cree que tiene el derecho de cambiar el orden del mundo, mediante la planificación. Evidentemente, los contenidos de los proyectos son diferentes, pero la racionalidad, la normalidad y las formas de organización son idénticas (Sfez, 1987).
En los países de economía capitalista, la razón se convirtió en franco racionalismo: la visión de un mundo enteramente racional cuya esencia obedece a un orden universal; la consigna que lo que es real es racional y viceversa a tenido dos consecuencias: i) en lo sagrado, la sociedad se secularizó eliminando mitos y supersticiones; y ii) en lo profano, la industrialización, la urbanización, la burocratización y la tecnificación de la sociedad, justificando con ello la manipulación de personas, al ser tratadas como cosas en aras de los principios de orden, de economía y de eficiencia. La racionalización cobró mayor fuerza en la era neoliberal que inicia en la década de los 80 del siglo pasado y sólo ocasionalmente fue atemperada por el humanismo y el pluralismo de las fuerzas sociales agrupadas en sindicatos y partidos políticos.
En el fin del Siglo XX la razón se distingue por la coherencia lógica de una idea o de una teoría y por su adecuación a la experiencia, que tiene como consecuencia la racionalidad que es la manera de pensar basada en el uso de la razón (Morin,2015), pero pese a sus consecuencias inesperadas antes comentadas, las modificaciones aún son tenues como , por ejemplo: se rechaza la linealidad de los fenómenos gracias a los avances de la cibernética y el pensamiento sistémico, pero en lo general persiste la idea que lo normal es pretender que las decisiones logren eficiencia-utilidad en las acciones, es decir que la razón este al servicio del interés, un ejemplo patético de esto persiste en las industrias farmacéutica y alimenticia, cuando producen y administran de manera indiscriminada antibióticos al ganado, no tanto porque hayan animales enfermos sino para que engorden mas rápido, la consecuencia es que las bacterias desarrollan defensas contra estos medicamentos y luego son transmitidas a los consumidores, trabajadores y comunidad circundante de las granjas3 .Queda claro que en este caso la razón se vuelve completamente instrumental, un pistolero a sueldo que puede emplearse al servicio de cualquiera de las metas que se tengan, buenas o malas (Simon,1989).
En el campo de las ciencias sociales, la racionalidad introdujo interesantes cambios, en primer lugar gracias a la Teoría General de los Sistemas se empiezan a vislumbrar el carácter organizacional de la decisión y a concebirla como vinculada a otras de similar y diferente magnitud, aunque todas ellas dentro de un marco de una finalidad global dada; la planificación es justamente la preparación agrupada de las decisiones para el logro de la coordinación y orden en medio de la complejidad del sistema.
March y Simon (March y Simon,1958; Simon, 1997) son los que admiten por primera vez los limites cognitivos de la racionalidad (racionalidad limitada) y plantean que tanto los individuos como las organizaciones mas que maximizar se conforman con alternativas cuyas consecuencias satisfacen algún criterio previamente establecido. El concepto de racionalidad limitada es un cambio apreciable, pero poco divulgado, no obstante, se aplica —aunque no se reconoce— de manera cotidiana por directivos de empresa.
Ya en las postrimerías del siglo pasado, empieza a visualizarse que la decisión no es ya la bella elección en línea recta que genera productividad y progreso proviniendo de un ser libre; se cobra conciencia que el individuo ya no es acertado, que la sociedad tiene un futuro incierto, ha comenzado la era de la incertidumbre que enrarece la información, el principal insumo de la decisión y por ende la debilita, su agonía es pues la agonía del liberalismo clásico, de sus frivolidades y de sus obras (Sfez, 1987).
El racionalismo y sus consecuencias
Algunos pensadores empiezan a advertir que la racionalidad al no integrar la ética, la política y los sentimientos, conduce a los excesos y a deformaciones en la teoría y la práctica como son el homo economicus y el tecnócrata que enseguida se comentan.
Homo economicus: hombre acertado
El homo economicus, es un concepto fundamental de la economia del liberalismo clásico, es el individuo de ideas claras que sabe efectuar sus selecciones con discernimiento. Como consumidor escoge los mejores productos al mejor precio, como productor sabe fabricar los productos mas adecuados conforme a las materias primas y a la tecnica que dispone y hacerlos al gusto de los consumidores. Como ciudadano, sabe elegir a los mejores representantes y asi designar a los mejores funcionarios. Como representante o ministro, sabe efectuar las selecciones colectivas o individuales mejor adaptadas al estado de una sociedad.
El homo economicus representa tres cualidades: esta completamente informado, es infinitamente sensible y es racional. Completamente informado porque conoce no solo el curso de la actividad que emprende, sino también todas sus consecuencias; infinitamente sensible porque percibe todas las variaciones de su ambiente, hasta las mas imperceptibles; es racional en dos sentidos: pone orden en su ambiente y decide de manera que logra obtener el máximo de utilidad. Poner orden significa tener una clara preferencia, propósito o funcion de utilidad, de manera que puede clasificar las alternativas y finalmente elegir la mejor, la optima (Sfez,1987).
Pero este homo economicus es y siempre ha sido una ilusión por sus bases conceptuales y por sus resultados en la práctica. Con respecto a lo primero, se refiere a las bases cartesianas de linealidad, la racionalidad y libertad, que se esquematiza como sigue:
Figura 1-1: Linealidad de la decisión
De acuerdo con la figura anterior, la acción necesaria (E) para la satisfacción de un deseo es siempre precedida por la percepción de la necesidad (C), la preparación (d) y la decisión (D); siendo las desviaciones posibles a esta lógica las siguientes (Sfez,1987):
•ausencia de E : veleidad: reflexión sin acción.
•ausencia de d y D: bestialidad: acción sin deliberación.
•ausencia de D y E: intelectualismo: deliberación sin acción.
Adicionalmente al homo economicus se le cuestiona su énfasis en la causalidad u ordenamiento necesario, el orden es un asunto de razón y la libertad, para que el sujeto siga libremente los dictados